Hallan un vínculo entre la reacción de la pupila a la luz y el autismo

Los investigadores realizaron el estudio a 147 bebés de entre 9 y 10 meses de edad. 29 de ellos constriñeron más rápido las pupilas ante la presencia de claridad.

Un nuevo estudio -publicado en Nature Communications- señala que los bebés que más tarde son diagnosticados con Trastorno del Espectro Austista (TEA) reaccionan más fuertemente a los cambios repentinos en la luz. Este hallazgo proporciona apoyo a la opinión de que el procesamiento sensorial juega un papel importante en el desarrollo del trastorno.

A pesar de estar definidos por síntomas en la comunicación social, los investigadores están adoptando cada vez más la opinión de que los primeros signos del TEA pueden residir en procesos más básicos del desarrollo cerebral. Además, en la última edición del manual utilizado para diagnosticar la enfermedad en muchos países, los síntomas sensoriales se han incluido como características definitorias.

En el nuevo estudio, los investigadores, liderados por Terje Falck-Ytte, analizaron el reflejo pupilar a la luz en bebés de 9 a 10 meses de edad: este reflejo es un mecanismo regulador básico que controla la cantidad de luz que llega a la retina. Los bebés que cumplían con los criterios de autismo a los tres años de edad, constriñeron sus pupilas más que los bebés que no cumplían con los criterios de autismo. Además, la cantidad de restricción pupilar en la infancia, se asoció con la intensidad de los síntomas de autismo en el seguimiento.

Los participantes en el experimento tenían entre 9 y 10 meses de edad cuando fueron examinados sus reflejos pupilares y luego se realizó un seguimiento hasta los tres años, cuando se llevó la evaluación diagnóstica. En total, 147 niños con un hermano mayor con autismo participaron en el estudio, de los cuales 29 cumplieron con los criterios de autismo en el seguimiento. El estudio también incluyó un grupo de control de 40 bebés.

"Actualmente, el autismo no se puede diagnosticar confiablemente antes de los 2-3 años de edad – concluye Falck-Ytte – , pero esperamos que con más conocimiento sobre el desarrollo temprano de este trastorno, sea posible realizar un diagnóstico con anterioridad. Esto debería facilitar el acceso temprano a la intervención y el apoyo a las familias”.