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Jorge Amado el patriarca de la literatura brasilera

Fue el escritor más popular del Brasil, sus libros circulaban de mano en mano entre la gente del llano con un éxito sin precedentes en ese país.

Jorge Amado es el ejemplo de una vocación por la escritura perseguida desde los 16 años, cuando escapó de un colegio religioso para trabajar de cadete y después colarse en las redacciones para lidiar tempranamente con el oficio que le cambiaría la vida. Una vez un crítico literario lo definió como novelista de prostitutas y vagabundos. Él, que nunca se embriagó con las mieles de la élite literaria, se reconocía perfectamente en aquella definición, porque su literatura siempre habló de los marginados, de quienes fueron abandonados por todos.

Nació en 1925 en una plantación de cacao cerca de la actual Tirangi, perteneciente al estado de San Pablo, en el seno de una familia muy humilde. Allí vivió en una pequeña fazenda que era propiedad de su padre. Pero cuando tenía 14 años el río que bordeaba la propiedad se desbordó y la destrozó por completo. Forzados por las terribles circunstancias, sus padres se mudaron a Ilheus, donde pasaron muchos años; sobrevivieron fabricando tamangos –una especie de calzado con base de madera y cubierta de cuero–. “La vida era muy difícil y yo veía la pobreza de la gente que vivía a mi alrededor”, recordaría sobre aquellos años el escritor bahiano.

En Brasil predomina la mezcla de razas, culturas y religiones. En ese sentido, Amado ­explicaba que un hombre de piel blanca puede tener sangre negra o sangre indígena, mientras que un hombre de piel negra puede tener sangre blanca. Es difícil encontrar a un brasileño que no tenga sangre mestiza, a menos que sea hijo de inmigrantes, de primera generación. Por eso se reconocía a sí mismo como fruto de la herencia de los blancos bahianos y los negros mulatos portugueses.

La certeza de su origen mestizo es algo profundamente enraizado en todos los libros que escribió. A los 19 años publicó El país del carnaval, la novela que marcaría su destino como narrador de la porción de la humanidad más humillada del Brasil y, por otro lado, la más alegre y llena de esperanza. Según el autor, es un retrato de una generación inquieta que creía redimirse filosofando, una historia de muchos pequeños fracasos en Brasil, después del colapso de Wall Street, en el umbral de la trágica experiencia del “Estado Novo” de Getúlio Vargas.

Sus primeros libros tuvieron una vena política muy evidente. Con los años comprendió que en literatura la impronta política no debería ser muy fuerte: “Al principio, eso yo no lo entendía, era joven. No intuía que mi voluntad de cambiar las cosas tenía que ser más acción que discurso y que eligiendo un determinado lenguaje agotaba el todo en un puro discurso ideológico que no tenía razón de ser”. Eran los años de las grandes convulsiones sociales en América Latina. La región vivía la gran guerra de lejos, pero soñaba con una liberación que la lógica financiera-capitalista anularía ya en los años 40, con dictaduras que forzaron a intelectuales como Amado al exilio.

Jorge Amado, que también había estudiado Derecho en Río de Janeiro y que fuera elegido diputado del Partido Comunista, tuvo que exiliarse, junto con su mujer Zelia, hija de anarquistas, primero a Portugal y después a Italia. En el primero de esos países forjó una fuerte amistad con el escritor José Saramago (autor de libros inolvidables como Ensayo sobre la ceguera y Cuadernos de Lanzarote), con quien mantuvo una caudalosa correspondencia hasta sus últimos días. Alguna vez, el autor de El Evangelio según Jesucristo le advirtió: “No puedo dejar de pensar que los males de Brasil no se curan con un presidente de la República, por muy demócrata y honesto que sea. Y tú bien sabes, mejor que yo, que la democracia política puede ser fácilmente un continente sin contenido, una apariencia con poquísima sustancia dentro”.

Capitanes de la arena

Capitanes de la arena fue una de sus obras maestras, un libro premonitorio que hablaba de los niños de la calle. Muchos años después, Amado reveló que la idea de escribir sobre esos niños desamparados nació, simplemente, porque era una realidad que ya presenciaba entonces, aunque en menor medida.

En ese sentido, le explicó al periodista y conductor televisivo Gianni Mina: “El libro se publicó a comienzos de 1937. ¿Cuántos niños eran abandonados en Bahía en ese momento? ¿Doscientos, trescientos? En todo el Brasil, ¿dos mil? ¡Hoy hay más de once millones de niños abandonados! ¿Se da cuenta de cuánto creció numéricamente el problema desde el momento en que yo escribí el libro, y cuántos problemas se sumaron a lo largo de los años? Verdaderamente no sé qué se puede hacer para intentar frenar un fenómeno tan grande”.

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