cultura

La mujer que escapó de la pobreza escribiendo

Louisa May Alcott, la autora de Mujercitas, se dedicó a la literatura para ayudar a su familia a vencer las graves dificultades económicas en que se encontraba.

A los 20 años le advirtió a su padre que iba a convertir su cerebro en dinero a través de las historias: estaba decidida no solo a ser escritora, sino a terminar con las carencias económicas por las que atravesaba su familia. Louisa May Alcott fue la autora de una especie de transposición de su vida personal en Mujercitas, cuyo éxito internacional fue inmenso. Los volúmenes que continuaron aquel relato -menos célebres- cautivan igualmente por el frescor y el humor, cualidades que hacen olvidar la intención moralizadora.

Sus primeros relatos comenzaron a aparecer en periódicos locales y, para 1860, ya trabajaba en la revista The Atlantic Monthly. No obstante, fue un encargo de su editor, Thomas Niles, lo que le cambió la vida. Le había pedido la composición de “una historia para chicas”. Así, el 30 de septiembre de 1868, apareció en las librerías Mujercitas -editada inicialmente en dos partes-, los críticos destacaron la frescura y la naturalidad de este relato que describía de un modo muy real la vida de cuatro hermanas adolescentes, de una familia humilde de Nueva Inglaterra- Estados Unidos, en los años de la Guerra Civil. Sin embargo, mientras que miles de jóvenes seguían fascinadas las vicisitudes de Meg, Jo, Beth y Amy, su autora no parecía demasiado feliz con su novela basada en líneas generales en su propia familia. Alguna vez confesó en sus diarios íntimos: “Nunca me gustaron las chicas ni conocí a muchas, excepto a mis hermanas; pero nuestras obras y experiencias raras pueden llegar a ser interesantes, aunque lo dudo”.

Lo cierto es que se convirtió en la novela más realista de niños que muchos lectores pudieron hallar: la protagonista de la novela, Jo March, es un alter ego de Louisa: tiene el desparpajo de declarar que quiere ser varón y que odia el mundo de las niñas. Los críticos más ortodoxos quedaron cautivados por el lenguaje natural del libro y el retrato afectado de cuatro jóvenes mundanos, tan diferentes a muchas de las novelas predicadoras de la época. La novela se cierra con algo que se interpretó como una promesa de continuación: “Así agrupados, cae el telón sobre Meg, Jo, Beth y Amy. Si ha de alzarse o no otra vez, dependerá de la acogida que dé el público al primer acto del drama doméstico titulado Mujercitas”. Sin embargo, pese al éxito obtenido, esa segunda parte nunca se publicó.

Su madre fue una de las primeras trabajadoras sociales remuneradas del Estado de Massachusettes; y su padre, un filósofo trascendentalista y feminista. Además de Louisa, el matrimonio tuvo tres hijas más: Anna, ­Lizzie y Abigail. Las cuatro fueron educadas según los parámetros en los que creían sus padres: libertad e independencia. Por su parte, Amos Bronson Alcott, su padre, era un intelectual muy dedicado a la familia y a las ideas, pero muy poco práctico, lo que hacía que los Alcott pasaran por dificultades de subsistencia muy serias. Según los cálculos de la propia Louisa, los Alcott se mudaron unas treinta veces.

Al igual que sus padres, Louisa fue una librepensadora, defensora del sufragismo y del movimiento abolicionista. Fue una voz que se enfrentó a una sociedad patriarcal para luchar en pos de una sociedad diferente y más igualitaria. Nunca se casó y, durante la Guerra de Secesión, colaboró como enfermera voluntaria. A raíz de aquella experiencia, la autora publicó Relatos de hospital, en la que Kate Snow -la narradora- es una enfermera contratada para ocuparse de Elinor, la hija pequeña de la familia Carruth, aquejada de una extraña enfermedad mental. Kate intentará desde el primer día entender por qué el joven Robert Steele, supuesto amigo de la familia, mantiene un control absoluto sobre todo lo que ocurre en casa de los Carruth. En esta novela de intriga sobre la maldición de una estirpe, Alcott conduce al lector, a través de los ojos de la protagonista, por un auténtico laberinto de engaños, misterios y pasiones. A causa de las secuelas por un tratamiento de mercurio contra la fiebre tifoidea, murió el 6 de marzo de 1888, a los 55 años de edad.

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