cultura
La mujer que se hizo célebre por una fotografía
Hedda Sterne fue una artista rumana muy prolífica cercana a los movimientos y figuras artísticas más importantes del siglo XX, pero le debe su notoriedad a una foto.
Los expresionistas abstractos eran todos varones, ególatras, pontificadores y alcohólicos. Una foto a doble página publicada por la revista Life, con el título Los irascibles, los había hecho famosos. En la foto, entre todos esos machos cabríos, asomaba la cabecita de Hedda Sterne, en la última fila, la única mujer. “Soy más conocida por esa foto que por ochenta años de trabajo. Si tuviera ego me deprimiría”, declaró Sterne en la única entrevista que le hicieron al inaugurar su última muestra, cuando tenía noventa y siete años.
Nacida en Bucarest en el seno de una familia judía, hija de un profesor de idiomas que de niña le enseñó a hablar con fluidez en francés, inglés y alemán. Un día su padre llegó a la casa con un caballete y papel y le dijo que podía estudiar arte. Ese fue el día más feliz de su vida.
Hedda se convirtió en una creadora muy prolífica con una extensa trayectoria a través de la cual abordó algunos de los movimientos pictóricos más importantes del siglo XX. En 1929 se matriculó en Universidad de Bucarest para estudiar Filosofía e Historia del Arte. En aquélla época, comenzó a asistir al estudio del pintor rumano Marcel Janco, uno de los fundadores del Dadaísmo. Asimismo, tomó contacto entonces con la vanguardia artística de su ciudad natal y después con el grupo surrealista parisino, con quien participó en la 11th Exposition du Salon des Surindépendants en la Porte de Versailles, en la 50 edición del Salon des Indépendants, y más tarde en la mítica exposición “First Papers of Surrealism”, organizada en Nueva York por André Breton y Marcel Duchamp en 1942.
Cuenta Juan Forn que su aparición en esa foto célebre fue un malentendido. Los belicosos varones se enfurecieron en masa con ella y con Life, porque la presencia de una mujer le quitaba toda seriedad al asunto (Hedda aparecía en la foto con sombrerito y coqueta cartera colgando del brazo). Hasta el día anterior le decían con condescendencia: “Pintas como un hombre. Podrías ser uno de nosotros”. A partir de ese día decretaron que no era ni abstracta ni expresionista, cosa que ella misma les refrendó con una frase que mucha gracia no les hizo: “Es cierto, abstracto es Mondrian. Y, para expresionista, nadie mejor que mi Saul”. Su Saul era Saul Steinberg, que para aquellos pintores era, sí, un dibujante brillante, incluso un dotado, pero un mero caricaturista del New Yorker.
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Hedda y su marido emigraron a Nueva York, donde residió el resto de su vida. En esta ciudad entabló amistad con Peggy Guggenheim y expuso en varias ocasiones en su galería. Durante la década de 1950, Hedda formó parte del grupo de artistas de la Escuela de Nueva York y comenzó a participar en las principales exposiciones colectivas de los pintores expresionistas norteamericanos, como Jackson Pollock, Willem de Kooning, Barnett Newman o Mark Rothko.
Sterne confesaba sin pudor que sus momentos de sequía habían sido abundantes, por el simple hecho de vivir dieciocho años junto a un hombre que nunca trabajaba más de tres cuartos de hora seguidos y que confiaba a ciegas en una sola cosa en el mundo: su formidable primer trazo (según Steinberg, ese trazo era su modo de pensar). Durante esas crisis de confianza, Hedda hacía para distraerse psicorretratos a mano alzada de sus colegas y amigos: no eran fisonómicos; eran exclusivamente de la psique, en su opinión. Los acumuló durante años y cuando los expuso, creyendo que eran lo más abstracto que había sido capaz de hacer en su vida, la acusaron de haber traicionado a la abstracción.
Desde el momento en que empezó a perder la vista hasta que se quedó ciega, Sterne llevó una suerte de bitácora en forma de dibujos diarios, hechos en crayones blancos sobre papel blanco. Había instalado su mesa de trabajo contra la ventana más grande de su departamento y ahí se sentaba cada día, crayón en mano, buscando la luz con sus ojos lechosos.