Multitudinaria fiesta gastronómica en San Vicente
El Municipio vivió una exitosa 14° edición de la Fiesta Provincial de la Mozzarella.
María Saturnina Otálora fue esposa de Cornelio Saavedra y protagonizó un escándalo que terminó de quebrar a la Primera Junta patria.
14/10/2025 - 00:00hs
Hacia fines de 1810, María Saturnina Otálora se vería envuelta en un asunto de gobierno muy delicado, aun cuando su marido, Cornelio Saavedra, en sus memorias, lo definiera como “una bobada”. Habían contraído matrimonio en 1801, ella con treinta años y él con cuarenta, viudo y con cuatro hijos. Ella era hija de un acaudalado comerciante que había sido regidor en el cabildo y formaba parte de una de las principales familias de la ciudad. Saavedra había nacido en Potosí, pero se había instalado en Buenos Aires, donde había cursado estudios en el Colegio San Carlos, se había casado en nupcias con su prima hermana y heredado una fortuna descomunal.
Entre 1801 y 1806 la pareja tendría cuatro hijos, de los cuales sólo sobrevivió José Agustín, nacido en 1802. Por entonces, Saturnina ya vería despuntar su carrera tan ascendente como pública de su marido, vinculada en parte al accionar en la defensa de la segunda invasión inglesa en el Río de la Plata, a lo que seguiría la concesión del supremo poder militar y la designación como presidente de la Primera Junta Provisional de gobierno de 1810. Allí Saavedra comenzaría a tener serias discrepancias con Mariano Moreno, secretario de la Junta, y no pasaría mucho tiempo hasta que ambos devinieran en líderes de posturas antagónicas ante la dificultosa tarea de construir gobernabilidad.
Fue entonces que, durante la celebración posterior al triunfo del ejército en la batalla de Suipacha en noviembre de 1810, un asistente que, según se presumió, ya estaba bastante alcoholizado, tomó una corona de azúcar de la bandeja y se la otorgó a la señora de Saavedra, quien como partícipe de aquel juego se la pasó a su cónyuge. El hecho se habría interpretado como un gesto afín a la idea de que Saavedra pretendía ser coronado como rey, lo cual profundizó las disidencias entre los miembros de la Junta.
El relato de los hechos habría surgido de un joven que había estado presente en la fiesta y trabajaba con Moreno. La respuesta no se hizo esperar. En unos días el Decreto de Supresión de Honores aparecía publicado en la Gaceta de Buenos Aires bajo la pluma del mismo Moreno. En este se hacía mención al debido trato igualitario y la supresión de privilegios y boatos propios del virreinato.
Tiempo después, ante la desaparición de Moreno, Saavedra creyó ver fortalecido su poder. El 5 y 6 de abril los saavedristas Joaquín Campana y Tomás Grigera movilizaron a los sectores suburbanos hacia la Plaza de la Victoria con el apoyo de los Patricios, los Pardos y Morenos contra el sector morenista de la Junta. A las tres de la mañana entregaron un petitorio en el Cabildo que decía entre otras cosas: «El pueblo de Buenos Aires desengañado a vista de repetidos ejemplos, de que no sólo se han usurpados sus derechos, sino que se trata de hacerlos hereditarios en cierta porción de individuos, que formando una fracción de intriga y cábala, quieren disponer de la suerte de la Provincias Unidas, esclavizando a las ambiciones de sus intereses particulares la suerte y la libertad de sus compatriotas».
Se proponían deponer al sector morenista y crear un ejecutivo fuerte en manos de Saavedra. Pero Saavedra no aceptó el mando. Cuenta en sus memorias: «Pedí, supliqué y renuncié todos mis cargos, incluso el grado de Brigadier». Pero se llegó a una transacción seguramente sugerida por el Deán Funes: Vieytes, Rodríguez Peña, Larrea y Azcuénaga marcharían al destierro y serían reemplazados por tres saavedristas –entre ellos, Campana-, el regimiento de la Estrella sería disuelto y su jefe, Domingo French, confinado, como no podía ser de otra manera junto a Antonio Beruti. Saavedra continuaría como presidente de la Junta. Pero el desastre de Huaqui en el Alto Perú precipitó las cosas. Saavedra debió marchar al Norte a fines de agosto de 1811 y su ausencia fue aprovechada por sus adversarios. A los ocho días de haber llegado a Salta se le hizo saber su separación del ejército y de la presidencia de la Junta, y se le ordenó entregar las tropas a Don Juan Martín de Pueyrredón.