José Bianco: el rescate de un olvidado
Mientras estuvo cerca de Victoria Ocampo, ocupó un lugar central en la literatura argentina. Un viaje a Cuba le costó ser expulsado de esa élite.
CULTURAFue secuestrado en África y trasplantado a Haití, donde lideró la más importante rebelión del siglo XVIII en toda América.
01/06/2022 - 00:00hs
François Mackandal había nacido en el Congo, allí fue capturado y llevado por un barco esclavista a Saint-Domingue que, por entonces, formaba parte de Haití. Era esclavo en una de las grandes haciendas de la región del norte, y un día un brazo le quedó atrapado en el trapiche de un ingenio –esto ocurría en el año 1750–, por lo cual, a partir de entonces, la tarea que se le encomendó fue el cuidado de los animales. Había perdido un brazo, pero no la voluntad de liberarse. Se escapó al monte y fomentó una de las rebeliones de esclavos más extraordinarias de toda la historia de América, liderando la primera sublevación haitiana de esclavos contra patrones.
En la vida de Mackandal se encuentra todo lo que el escritor cubano Alejo Carpentier llamó una vez en un ensayo “lo real maravilloso americano”: es decir, lo real que siendo real es maravilloso. Lo mágico al estado bruto, tal como se encuentra en la historia de este esclavo que decidió dejar de serlo, que se mantuvo prófugo cerca de ocho años y que sobrevivía con su ejército de rebeldes, asaltando fincas por las noches. Gran conocedor de las plantas, sabía preparar venenos que hacía a los esclavos para que los mezclaran con la bebida de sus amos.
Mackandal convenció a millares y millares de esclavos de que él tenía poderes para transformarse en animales de toda índole. Y lo cierto es que los esclavos de la llanura del norte se sublevaron convencidos de que Mackandal, aunque no lo veían, andaba entre ellos. Él era el ave que veían en el cielo, el colibrí que libaba el néctar de las flores, el caballo sin domar, el perro cimarrón, cualquier miembro de la gran especie animal. Los tambores sonaban en la noche, y eran el llamado a la rebelión bajo la bandera del nombre de Mackandal. Escribió Eduardo Galeano: “En las plantaciones de las Américas, las sublevaciones de los esclavos se incubaban al golpe del látigo, pero al golpe del tambor estallaban. Esos truenos eran la contraseña que desataba las revueltas”. El sonido de los tambores pasó a convertirse en delito. Quien hiciera sonar un tambor era castigado con azote.
La sublevación fue sofocada en el año 1750. Lo apresaron los gendarmes franceses –Haití era por entonces una colonia de Francia–, lo llevaron a la plaza pública en Ciudad del Cabo y lo quemaron en una hoguera. Lo más extraordinario es que quedó la creencia en los que eran fieles a su palabra de que algún día volvería, pues en el momento de ser incinerado se había transformado en un mosquito y de esa manera había huido del suplicio. Y todavía hay fieles del vudú haitiano que confían en el regreso, algún día, del manco Mackandal.
La ejecución de Mackandal precede 33 años a la Revolución de 1791, que culminaría con el establecimiento, en 1804, de Haití como primer país liberado de América y primera república negra del mundo.