El mimo más célebre de todos los tiempos tuvo una actitud heroica en la Segunda Guerra Mundial, salvando la vida de muchos niños huérfanos.
El nazismo surge en Alemania en un momento de franca decadencia del liberalismo europeo, atravesado por las complejas condiciones económicas que había heredado de la Gran Guerra y los efectos de la Gran Depresión. Aunque el historiador Eric Hobsbawm señaló que el ideal europeo en aquel período reivindicaba “valores que debían imperar en el estado y en la sociedad como la razón, la educación y el perfeccionamiento de la condición humana”, lo cierto es que el Viejo Continente era testigo de asesinatos en distintos países.
El 14 de junio de 1940 el Ejército nazi entró en una París desierta y destruida, con decenas de miles de sus ciudadanos exiliándose en las carreteras de Francia. Fue uno de los éxodos más tristes de la historia del siglo veinte y significó el fin de una esperanza cimentada en el sueño de la Tercera República. Durante dicha ocupación, emergió una figura a la que el tiempo no hizo sino agigantar: Marcel Marceau. Además, el miedo no logró quebrar su carácter ni desintegrar su persona.
Era hijo de un cocinero kosher de Estrasburgo. La ciudad, durante la Guerra Franco-prusiana, había sido objeto de un terrible asedio de 43 días de bombardeo, que provocó, entre otras catástrofes, la destrucción del Museo de Bellas Artes y la muerte de decenas de civiles. Marcel Marceau nació el 22 de marzo de 1923. Originalmente se llamaba Mangel, pero se vio forzado a cambiar de apellido para huir de la persecución a los judíos por parte de los nazis, quienes asesinarían a su padre en 1944, enviándolo al campo de concentración de Auschwitz.
Desde muy pequeño había admirado a los artistas silenciosos del cine mudo como Charles Chaplin, Buster Keaton y Harry Langdon; de hecho, sus primeros espectáculos eran puras imitaciones de la grotesca pantomima de sus ídolos. En 1947 creó su personaje más conocido: Bip, un héroe poético y burlesco, de rostro pintado de blanco y negro, que vestía un suéter a rayas y un sombrero de copa ornado con una flor. Tenía cierto aspecto de sencillez y juventud en su forma de andar. Por ese motivo, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, actuó para animar a las tropas. No obstante, a los pocos meses se vio en la necesidad de refugiarse en un hogar para niños en París. Lo más terrible estaba por llegar.
Apenas asomarse a las calles parisinas era aturdirse con el estruendo de los tanques de guerra alemanes, como si elefantes de apariencia terrible se hubiesen apoderado de la capital. En ese contexto, en ese hogar olvidado por el hombre y en el que había alrededor de 80 pequeños judíos entremezclados con otros que eran cristianos. Allí se irguió en toda su estatura la figura de Marceau, protagonista en la liberación de decenas de aquellos niños judíos, en su mayoría, huérfanos, amenazados por la fábrica de exterminio del Tercer Reich.
Mientras que todos sus colegas dedicaban la mayor parte de su tiempo a transformarse en múltiples personajes sin abandonar el escenario o diseñando disfraces estrambóticos y escenas hilarantes, Marceau hizo hincapié en una faceta tan atrayente como poco conocida de aquel arte: el gusto de divertir a los niños como actor dramático.
Resistance, la película sobre esta historia
Hacia finales de 2020 se estrenó Resistance, dirigida por Jonathan Jakubowicz. Es la película que narra el heroísmo del legendario mimo francés. Esa larga noche que significó el nazismo, lejos de llevarlo al sometimiento lo situó como un hombre valiente. “Es una historia única de tantas historias maravillosas que se han contado de la Segunda Guerra Mundial”, explicó Jakubowicz. “Es muy especial porque es increíblemente raro que un mimo sea un héroe de guerra. Pero a la vez es la transformación de ese personaje, de un egocéntrico que solo piensa en su arte a un héroe, que en realidad renuncia hasta a su propia seguridad personal por salvar la vida de niños inocentes”.
“Las palabras y los silencios tienen la misma resonancia, pero su significado es profundamente diferente”, escribió Marceau a propósito del arte del mimo. “Las palabras están llenas de verdades y mentiras: trampean, exaltan, hieren, descubren y explican los fundamentos de nuestra vida, pero todas terminan en silencio. Es ahí donde comienza nuestro arte”.