Cultura

Titanes en el ring, héroes en la lona

En 1962 la televisión argentina creó un nuevo hábito para los niños, ver catch. Costumbre que duró por décadas gracias a la troupe dirigida por Martín Karadagian.

Lo aprendí del Hombre Montaña que era un gran organizador. Tenía ideas y yo colaboraba, era su ayudante hasta que me independicé”, recordaba Martín Karadagian, hijo de inmigrantes, que había comenzado como actor y que terminaría creando una troupe de luchadores que alcanzaría un enorme éxito, tanto en Argentina como en muchos países de América.

Karadagian a los 15 años había ganado en su categoría el campeonato mundial de lucha libre y grecorromana, a la vez que fue premiado por la reina Isabel:“La primera vez que luché y me pagaron fue en Paraguay, donde me llevó Montaña. Le dije que cuando terminara la temporada me iba a ir a Estados Unidos. Él me respondió que le parecía bien porque todos los grandes artistas quieren llegar a la Scala de Milán, y si yo quería llegar al Madison Square Garden, estaba bien. Pero me advirtió que todos soñaban lo mismo y había que sobresalir entre verdaderos campeones. Yo hacía acá todas las noches la lucha de fondo, y cuando me fui, ya era ídolo”.

Decía que el catch no da para vivir, pero sí posibilita amistades: “La popularidad, por otra parte, les abre puertas, y si ponen un gimnasio o una confitería, tienen más posibilidades que otro tipo al que nadie conoce”. Entendía la lucha como una continuación de esa carrera de actor que había iniciado en Reencuentro con la gloria –dirigido por Iván Grondona– y que lo llevaría a actuar junto a Alberto Olmedo en Las aventuras del Capitán Piluso en el castillo del terror. Por eso vivía con tanta pasión su personaje arriba del ring: “Esto es un espectáculo: va a ganar el que el público quiere que gane. Tiene que ganar el mejor o perder injustamente. Un ídolo no puede perder ahí, planchado. Hay algunos que no quieren perder. Por ejemplo, yo agarro a un luchador y le digo que a los cuatro minutos tiene que aflojar porque va a perder de tal o cual forma”.

En 1962, Titanes en el ring hizo su estreno televisivo. El éxito fue inmediato. Al poco tiempo comenzaron las funciones en el Luna Park. Martín Karadagian era la versión argentina de un superhéroe que impartía justicia entre las cuerdas. Tenía un secretario, Joe Galera, y una enamorada, “la viudita de las flores rojas”.

A partir del programa, muchos luchadores comenzaron a cobrar insólita popularidad y se disputaban las preferencias de los niños. Algunos escondían historias que aún hoy permanecen envueltas en la duda. La Momia, por ejemplo, cuya verdadera vocación era la de cantante. Se había postulado en el célebre programa Si lo sabe, cante, conducido por Roberto Galán. Había tenido una fugaz participación en El club del clan. Su nombre era Daniel Pesce, pero fuera del círculo de sus conocidos nadie lo sabía. Se había convertido para siempre en La Momia: “Cuando se estrenó la película Titanes en el ring contraataca, el gancho era que yo estuviese parado en la puerta del cine. Creo que fue por el 82. Bueno, un día se me acercó una persona y me empezó a hablar con señas y en un papel me escribió que él también era sordomudo. Terminó invitándome a un instituto de sordomudos. Yo pensaba que a este pobre hombre le estaba mintiendo, pero después me dije: El personaje es sordomudo y yo soy sordomudo, punto”.

La leyenda del “Ancho” Peucelle

Uno de los más personajes más queridos de la troupe era Rubén Peucelle, “El Ancho”, al que presentaban como campeón argentino. Era el más fuerte de los buenos y cumplía sobre el ring una función moralizadora: “Hay que mostrarles a los chicos que lo malo es feo. Que hay que castigarlo. Para que el público tome más al personaje bueno, el referí da a veces como ganador al personaje malo, aunque no merezca la victoria. Así la gente siente una injusticia y se vuelca más todavía por el bueno”.

No obstante, ese mundo de ingenua crueldad quedó para siempre asociado al nombre de Martín Karadagian, quien fue vencido en su pelea final –con un edema pulmonar– el 27 de agosto de 1991.

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