Metegol: restauradores nostálgicos

Un grupo de amigos, artistas plásticos y fanáticos del futbol  contagiados por la fiebre mundialista decidieron salir a las calles de la ciudad y “volver a la vida” viejos estadios de metegol. Arruinados por el tiempo y casi extinguidos por la tecnología, aún sobreviven 

Es un clásico y atravesó generaciones enteras. Por momentos parece desaparecer, pero sus jugadores no quedaron relegados a un grasoso mundo de olvidos. Quizás, los que dejaron de existir son aquellos lugares donde poder comprar una ficha, y por cierto, en La Plata quedan muy pocos.

El metegol congraciaba en kioscos de esquinas platenses, clubes y cualquier salón de entretenimientos a miles de jóvenes –y no tanto- a partidas interminables a 7 goles, donde el gol de arquero valía doble y estaba terminantemente prohibido el uso de “molinete”, salvo algún acuerdo previo de las partes.

Hoy, esos “estadios” brillan por su ausencia, pero esto no significa que desaparecieron por completo. Al menos así lo entienden un grupo de amigos que se juntan en lo que ellos mismos llamaron “La Proveduría”, en donde se pasan las horas trabajando en madera, hierro y distintos materiales. Armando muebles, desarmando, creando. “´La Prove´ – como ellos la llaman-  nació hace unos 3 años, es un taller al fondo de mi casa de 116 y 36. Es un lugar donde no existe el tiempo. Lleno de herramientas y materiales de todo tipo, nos pasamos horas serruchando, martillando, soldando lo que se nos ocurra” contó a Hoy Nicolás Pili, uno de los fundadores de “La Prove”, junto a Julián Mirazzo, Adrián Conti, Juan Ignacio Cepeda y Mauro Padín.

“Somos todos del interior y crecimos en la calle de nuestras provincias jugando al metegol”, expresó Pili. Al tiempo que agregó: “Cuando empezamos con el taller y la fiebre del mundial se acercaba y se apoderaba de nosotros, ese recuerdo nos volvió a todos por igual, pero nos dimos cuenta que ya no se veían metegoles ni se escuchaba el sonido del hierro pegando contra la pelota plástica en los barrios. Averiguamos con varios amigos platenses donde se solían ver metegoles y hasta ahí fuimos a hablar con los dueños. Algunos los tenían oxidados en el fondo de un depósito y otros ya los habían destruido porque ´ocupaban espacio´”. 

Así, estos amigos decidieron sacar algunas de las herramientas del taller de 116 y 36, comprar un poco de aceite y tallar mangos de madera que “son las piezas que más se rompen”, aseguró Nicolás.

“Hasta el momento llevamos arreglados siete metegoles. Los pintamos (del color que su dueño nos pida) aceitamos y pulimos (en el caso de ser de metal) o lijamos (de ser de madera). No pedimos nada a cambio más que dejen jugar gratis a los chicos, así, de alguna manera, incentivamos a que vuelvan los campeonatos, los chicos salgan a la calle y dejen un poco la computadora”, concluyó Pili.

Una ficha, un peso

El metegol no es un invento argentino. Lo que es nuestro es la pasión y la picardía para jugarlo. Fontanarrosa escribió “Memorias de un wing derecho” y es el cuento que dio origen a la película de Campanella “Metegol”. Pero los comienzos del juego datan de la década del ´30 y ´40 del siglo pasado. Hay quienes se lo atribuyen a España, en donde el poeta, periodista y editor gallego Alejandro Campo Ramírez, hace mucho tiempo, creó el llamado Futbolín. Pero esa historia viajó por el mundo. En Uruguay le dicen futbolito; Taca-taca en Chile; Baby foot en Francia; Table football en Inglaterra; Pebolim en Brasil; y Calcio balilla en Italia.

En Argentina, por un peso tenías 7 pelotas y el ganador pagaba una gaseosa o bien, compraba una nueva ficha para volver a jugar.