Vivió 102 años consagrados a la música popular y a la defensa, aun en las circunstancias más adversas, de una identidad política que le valió quedar para siempre en el corazón de su gente.
Década de 1920. Tango puro. Descollando en los más importantes teatros porteños y en escenarios de todo el mundo, Carlos Gardel llegaba al auge de su trayectoria artística. Por esos años Nelly Omar era absolutamente desconocida, pero ya había aprendido la lección más importante: ser cantante era la mejor excusa para entrar a sitios que, de otra manera, le serían casi inaccesibles.
Nilda Elvira Vattuone nació el 10 de septiembre de 1911 en Bonifacio, provincia de Buenos Aires, aunque se crió en Guaminí. Su padre era muy amigo de Carlos Gardel. Ella no olvidaría nunca aquel día, cuando tenía 7 años y Gardel pasó a visitarlos. Su padre, como buen gringo chapado a la antigua, no permitía a sus hijos tratar con los “hombres grandes” y mucho menos con los artistas. Pero Nelly se las ingenió para espiarlo a través de una persiana: “Ahí lo ví por primera vez, un hombre gordito, con el peinado al medio, con unas onditas; también estaba José Razzano. Hasta que murió mi padre tuvo una amistad con Gardel, que le llevaba los discos a casa”.
No obstante, de niña quiso ser aviadora. Fascinada por los vuelos de bautismo que hacían sus hermanos, un día tomó coraje y le planteó a su padre: “Ahora me toca a mí, che”. Él le respondió: “Vos esperate”. En 1924, tras la muerte de su padre, la familia debió trasladarse a Buenos Aires y ella empezó a trabajar en una fábrica de medias para solventar los gastos hogareños. Sin embargo, la puerta que le daría paso a su destino artístico estaba a punto de abrirse.
Tenía 17 años cuando se presentó en Radio Splendid a hacer una prueba de canto. Le tomaron y ahí mismo le pidieron que cantara. Ella cantó A mi madre. Se mostró lúcida, aplomada y con un registro vocal envidiable, consciente de que a partir de ese momento comenzaría su Odisea.
Después de mucho penar, comenzaba a conocer el lento rostro de la felicidad. A los pocos meses debutó en el espacio Cenizas al fogón, donde conoció a Enrique Muiño, quien la convocó para trabajar en su programa. Allí concilió amorosamente las dos cosas: folclore y tango. En 1934 formó dúo con su hermana Nélida y le usurpó el nombre, porque el suyo le parecía horrible.
Muchos la consideran la primera empoderada del tango, la que destruyó todo tipo de prejuicios. Pero fue, sobre todo, la que marcó el camino para las mujeres que después quisieron inclinarse por el género. Con toda la hermosura de su voz comenzó a destacarse por sus versiones de Callecita mía, Solo para ti y Latido tras latido. Cantaba tan bien que pronto se ganó el título de “la Gardel con polleras”.
Su amistad con Evita
En medio de numerosas giras y recitales, que la confirmaban como una de las más inspiradas cantautoras argentinas, fue convocada por Radio Belgrano. Allí conoció al poeta Homero Manzi, quien era el encargado de escribir sus presentaciones y terminaría perdidamente enamorado de ella. “Fue una cosa de parte de él, no mía”, comentaba Nelly. “A mí me simpatizaba, era un hombre talentoso, valía la pena tener una charla con él. Pero yo no lo amaba, él me amaba a mí, estaba enamorado locamente. Tanto que lo conocí en el año 37 y empezamos a estar juntos en el 44. Me persiguió todos esos años, me mandaba regalos, regalos, regalos. Una vez hasta se me apareció con una valija llena de oro, joyas, piedras, de todo”, presumía.
Su amistad con Eva Perón y su pública filiación política le valieron la proscripción. Después del golpe del 55, ingresó a una “lista negra” y no se la escuchó más ni en radio ni en televisión. Esa mordaza que le impedía cantar la dejó al borde del abismo, pero jamás se arrepintió de haber grabado Ese pueblo y La descamisada. En los momentos más críticos, cuando era una paria en su propia tierra y su nombre fue maldecido por todas las emisoras oficiales, ella se aferró aún más, con uñas y dientes, a su orgullosa identidad popular. Toda una metáfora peronista, traslucida en sus letras: “Soy la mujer argentina, la que nunca se dobla y la que siempre se juega por Evita y por Perón”.
Dueña de un estilo irrepetible, sus canciones continúan arrasando por la fuerza de la nostalgia, su austeridad pueblerina, su elegancia, su compromiso político, el timbre oscuro de su voz, son registros vitales de su identidad. Como alguna vez explicó Lidia Borda: “No negarnos a lo que somos nos hace ser únicos. Ella lo fue, lo es, lo será. Gardel fue Gardel, Nelly Omar fue Nelly Omar. Los dos juntos, a la par”.