Carlos Fuentes, un amante del cine
El séptimo arte fue una de las mayores pasiones del escritor mexicano, no solo como espectador sino también como guionista.
El joven tehuelche no solo es uno de los personajes de historieta más originales y legendarios, sino que también inspiró a otros éxitos, como Asterix.
05/03/2021 - 00:00hs
Aunque nació anacrónico, nunca envejeció. Desde 1928 –año en que apareció por primera vez en una historieta, aunque como personaje secundario- siempre tuvo la misma edad. Secreto de los tehuelches para evitar el deterioro de los años. Un contrasentido ambulante: un indio estanciero, un ingenuo que siempre logra triunfar, un cacique ahijado de un padrino playboy.
Este superhéroe payuco, que nunca perdió su apaisanado modo de hablar pese a vivir en la ciudad, tiene una apariencia física inconfundible: nariz descomunal, ojos saltones y chuzas ceñidas por una vincha. Un héroe sin músculos visibles, y lamentable elegancia: pantalones arremangados y ojotas que dejan ver uñas de los pies que se retuercen hacia el cielo.
Alguien que misteriosamente amasó una fortuna y que, al mismo tiempo, es el objeto de todo tipo de engaños. Un friki de las pampas, un sapo de campo en un pozo de ciudad. Esa fue la manera que encontró su creador, Dante Quinterno, para hablar de la argentinidad. Patoruzú fue creado por un muchachito de 19 años como un desarrapado partenaire para una tira cómica que se publicaba en Crítica, el diario más popular y de mayor tirada del país. Al poco tiempo se mudaría al diario La Razón, pero siempre con el indio como personaje secundario. Este personaje subalterno fue volviéndose crecientemente simpático para los lectores, ganando una popularidad que lo lanzó no sólo al protagónico central, sino también a la revista propia.
En 1933, Dante Quinterno viajó a los Estados Unidos para conocer por dentro la meca de los cómics. Trabó contacto con los Estudios Disney, con los que posteriormente colaboraría, y a su regreso lanzó, enteramente dibujada y escrita por él mismo, una revista que apostaba todas las fichas a Patoruzú, con originales portadas coloridas donde se mezclaba la alegría y el orgullo patrio.
Una de las claves de la repercusión de Patoruzú quizá esté en su inseparable contracara: Isidoro, encarnación del chanta porteño, el vividor al que siempre se lo encuentra bajo la falda de la noche, rodeado de mujeres. El resto, el maniqueísmo más trillado: la lucha del superhéroe contra el mal. Sin embargo, cuando la tira dejó de salir en El Mundo, a fines de los treinta, el diario bajó 150.000 ejemplares en su tirada; y las revistas Patoruzú alcanzaron los 300.000 ejemplares -cifra que hoy suena desmesurada, pero para estimar su real dimensión hay que pensar en que la población argentina de aquel entonces era un cuarto de la actual-.
Su originalidad estaba fuera de duda: fue el primer indio en convertirse en héroe de historieta, y su poder no le llegaba de afuera -como la espinaca de Popeye, o el auxilio de la tecnología-, sino de un sentido de la justicia, chúcaro pero innato, reparador de las injusticias individuales ante las que las instituciones permanecen indiferentes.
Cuando René Goscinny tenía dos años, su padre consiguió trabajo como ingeniero químico en Buenos Aires. El niño se fascinó con Patoruzú, a tal punto, que esa lectura determinó su futuro como guionista de historieta. Hasta los 19 años vivió en nuestro país. Cuando le preguntaron en qué se había basado para hacer su historieta más famosa, dijo que Asterix le debía mucho al cacique Patoruzú.