Luis Eduardo Aute, un “gourmet de musas”

Era un artista renacentista en pleno siglo XX, conocido fundamentalmente por sus canciones pero que cultivaba, con idéntico talento, distintas artes.

Estaba terminando la década del 40 y Manila se rehacía como podía de la tragedia de haber sido la segunda ciudad más bombardeada de la Segunda Guerra Mundial.

Un niño caminaba entre un tránsito agobiante de gente y vehículos, por un mercado abigarrado donde parecía no faltar un solo olor ni sobrar un solo color. Hacía un calor de incendio. Atravesó barrios parecidos a los barrios de cualquier suburbio de Latinoamérica y llegó a la costa. Se sentó sobre el Malecón y se quedó mirando el mar, como si a eso hubiera venido, no sólo al malecón, sino a la vida. Se escucha un “click”. El padre le ha sacado una fotografía.

Muchos años después, en otro malecón -esta vez en Cuba- su hija, lo sorprendería en la misma postura y la misma expresión de
aquel niño. Y también le sacó una foto. Al cabo de los años, del juego de juntar esas dos fotos nació “El niño que miraba el mar”,
uno de los discos más bellos de Luis Eduardo Aute.

Cantor, poeta, pintor, director de cine, Luis Eduardo Aute contenía una multitud de artistas dentro de sí mismo. Su relación con el arte se definió rápidamente por la pintura: a los 17 años hizo su primera exposición individual en la Galería Alcón, de Madrid.

Además están los escarceos cinematográficos desde 1961, año en que escribió su primer guión; en ellos insistió durante toda su vida, pues consideraba al cine “el arte que sintetiza a todos los demás”. Sin embargo, es conocido en toda Hispanoamérica por su vasta obra musical.


Dijo alguna vez, en el recital Entre amigos de 1983, que las tres mejores canciones de amor jamás escritas son: Ne me quitte pas,
Yesterday y Para vivir, pero ese listado podría ser ampliado con varias creaciones suyas.

Decía que “los cuerpos, después del amor, huelen a alma”. Le cantó como pocos al amor con versos como: “Oculto a tus espaldas,/ el sol levantaba un altar./ La luna en tu pupila/ era una perla flotando en el mar” o “Duermo borracho de cielo/ sobre tu barro entrañable,/ cuerpo de incienso caliente/ y penitencias sal-
vajes,/ duermo en tu tierno milagro/ de peces y minerales” .

En 1995 actuó en nuestro país como invitado de Silvio Rodríguez. Al poco tiempo, hizo su propio Gran Rex, con un elenco fulgurante
de artistas que lo acompañaron en el escenario: Mercedes Sosa, Victor Heredia, Imano Arias, Lito Vitale, Rodolfo Mederos y muchos
otros.

En ese recital, Joaquín Sabina, quien viajó expresamente para cantar una canción que compuso para Aute, dijo: “Cuando yo era apenas un aprendiz de Goyeneche, mi amigo Luis Eduardo ya era Gardel”.

Esa fue la primera de sus incursiones masivas en estas tierras.A partir de allí, con la llegada de cada disco nuevo, los “autistas” sabían que vendría con una nueva gira de presentación hacia Argentina. Las visitas a partir del 2000 comenzaron a incluir a la ciudad de La Plata, la mayoría de las veces el Teatro Coliseo Podestá, otras, el Teatro Argentino.

En 2016 sufrió un infarto en medio de una gira, con la cual estaba celebrando sus 50 años de trayectoria. Luego, permaneció dos meses en estado de coma y durante cuatro años luchó por quedarse de este lado de la línea.

El 10 de diciembre de 2018, 20 artistas de distintos países se congregaron en una muy importante sala madrileña para celebrar sus canciones y transmitirle su solidaridad: Joan Manuel Serrat, Sabina, Ismael Serrano, Ana Belén y Silvio Rodríguez, entre otros.

Finalmente, murió el 4 de abril de 2020, a los 76 años. Para él “la muerte más que el sueño eterno es la eternidad sin sueño”. Para
los que nos quedamos, sus canciones ayudan a que el mundo se parezca menos a una pesadilla.