La aplicación Google Maps ofrecerá información sobre el transporte público de la región
Aportará datos sobre más de 86 rutas y 8.200 paradas, en trayectos comprendidos por los servicios de 4 empresas que trabajan en La Plata
La célebre localidad porteña, declarada zona turística en 1965, guarda innumerables historias y misterios.
15/12/2022 - 00:00hs
Turísticamente es presentado como uno de los lugares más pintorescos de la Ciudad de Buenos Aires. La calle Necochea es el epicentro de una escenografía que se empeña en parecer ultramarina, llena de ofertas gastronómicas para triscar soppressatas, agnolotti, vermicelli, cazuelas, paellas y la infaltable parrillada.
Como a mediados del siglo pasado, en algunos locales puede escucharse O sole mio o Cuore ingrato, ya sea con el sempiterno acompañamiento de un acordeón o, lo más común, solo la esforzada voz de un tenor haciendo playback. Los parroquianos suelen ir en grupos, preferentemente de turistas, dispuestos a comer y beber pantagruélicamente, y a divertirse como cumpliendo parte de las obligaciones contraídas al entrar en el local.
El paisaje sigue obstinado en parecerse a los cuadros de Quinquela Martín, y está presidido por los colores xeneizes, con paredes pintadas de azul y oro, y banderas que cuelgan de los balcones vindicando orgullosamente su pertenencia boquense. El himno nacional lugareño será por siempre Caminito, un tango compuesto en 1926 por Juan de Dios Filiberto, con letra de Gabino Coria Peñaloza, un poeta cuyano que vivió unos años en Buenos Aires antes de radicarse definitivamente en Chilecito, pero que nunca perdió la nostalgia por esas calles que zigzaguean desde Garibaldi y Lamadrid hasta Pedro de Mendoza.
Decenas de cantinas pululan, compitiendo por la algarabía y el desenfado gastronómico, en ese barrio que, en las últimas décadas del siglo XIX, fueron lugar de recalada de inmigrantes italianos que allí comenzaron a levantar sus casas. Eran predios fiscales ganados al río. Allí los tanos comenzaron a sentirse como en su propia tierra, a punto tal que un grupo de genoveses, en 1917, decidió orgullosamente proclamar ese barrio como parte de Italia. Ya habían nombrado autoridades y estaban realizando en la plaza la ceremonia independentista bajo banderas italianas y una enorme pancarta que decía “Viva la Italia chica”, cuando un escuadrón de la Policía montada les hizo olvidar para siempre sus intenciones secesionistas.
La calle Necochea, antiguamente llamada Camino Nuevo, fue la espina dorsal de ese barrio que iría creciendo hacia sus costados. Tenían dos grandes enemigos: el agua que se desbordaba en inundaciones, y el fuego que llegó a devorar manzanas enteras. Pudieron vencer esas asechanzas recién en la década del 20 del siglo pasado, cuando las casas empezaron a ser de material. Eran construcciones a las que periódicamente se agregaban habitaciones para ser alquiladas. Así nacieron los primeros conventillos. El más grande de ellos se encontraba en Necochea al 1100, llevaba el pintoresco nombre “Las Catorce Provincias” y tenía 60 piezas.
Era un barrio apacible de obreros madrugadores hasta que doña Marta de Spadavecchia compró por mil pesos –y a escondidas de su marido– un oscuro bodegón para transformarlo en cantina. La especialidad de la casa eran los strascinati, una suerte de niños envueltos típicos de la Italia meridional. El éxito del local fue tal que pronto proliferaron los imitadores. El célebre escritor chino Lin Yutang, recordando su viaje a la Argentina, evocó su visita a una cantina de La Boca: “Era el ambiente, el espíritu de la verdadera alegría natural, con canciones populares que no solo se pueden hallar en la parte antigua de Zúrich, muy rara vez en Estados Unidos y no con el gusto, la vibración y la algarabía que vi en esa cantina. Allí aplaudimos, pateamos, bebimos, entrelazadas las manos mecimos nuestros cuerpos al compás del ritmo y reímos como niños. Fue una noche inolvidable”.