cultura

Teorías sobre los gatos

Estos felinos tan allegados a los humanos, han merecido la devoción de distintas civilizaciones y, alrededor de ellos, se han tejido muchas suposiciones.

El hecho de que los gatos siempre caigan de pie ha preocupado a muchas personas doctas. Durante algún tiempo gozó de cierto favor la teoría de que estos pequeños felinos se valían de la cola, a manera de timón, para procurarse un aterrizaje correcto. Claro que, si esto fuese cierto, los gatos que carecen de rabo nunca caerían de pie, lo cual no ocurre en la práctica. El gato, al caer de una altura y mediante ciertas contracciones musculares, logra caer de pie. No de otra manera proceden los saltadores oficiales o nadadores acrobáticos, quienes merced a contracciones semejantes consiguen caer como les conviene.

Para los hijos del Profeta, si los gatos siempre caen de pie, se debe a un don que les concedió Mahoma. La historia religiosa afirma que, una vez, el gato favorito del Profeta se quedó profundamente dormido sobre la amplia manga de su chilaba. Iba a sonar la hora de la oración y Mahoma no se decidía a perturbar el sueño de aquel animalito. Entonces, cortó con el mayor cuidado el trozo de tela sobre el que reposaba el gato. Cuando regresó, el animal se despertó, comprendió la gentileza de su dueño y lo llenó de muestras de agradecimiento. Mahoma, emocionado, pasó tres veces su mano por su lomo y lo dotó de la virtud de caer siempre sobre sus patas, virtud extensiva a toda la familia gatuna.

Los antiguos egipcios pueden alegar haber sido los primeros en practicar la “vigilancia biológica”. Vivían en el granero del mundo antiguo y, en diversos períodos de su historia, sus existencias debían ser fabulosas: se servían de los gatos —admirados por su naturaleza compleja y dual— para mantener lo más reducido posible el número de ratones, que por entonces se habían convertido en verdaderos parásito para la humanidad y representaban una terrible amenaza para los silos donde se acumulaban los granos. También se insinuó que los sacerdotes egipcios vislumbraron la asociación de las ratas y la peste bubónica, y la deificación del gato se tradujo en una astuta maniobra para obtener un riguroso dominio sobre las ratas. Matar o maltratar a un gato estaba sometido a penas muy severas, llegando, incluso, a la muerte. Su integración a la vida doméstica era absoluta.

Por su parte, los felinos más grandes —principalmente leones y leopardos— eran admirados por sus cualidades protectoras y peligrosas, siendo a menudo símbolos de la realeza y de algunos dioses del panteón egipcio.

Domesticado el gato por los egipcios, el gentil menino se extendió muy pronto por todo Oriente y Europa. La mayoría de los gatos pardos, por ejemplo, tienen distintas fajas negras en el pelaje: en unos hay fajas transversales, parecidas a las de un tigre, mientras otras presentan anchas bandas diagonales que se extienden desde los hombros hasta los muslos. Los primeros recuerdan a sus antecesores egipcios; los segundos, el de sus antepasados europeos. Incluso los gatos blancos y negros, observándoles el pelo bajo ciertas luces, ofrecen siempre una de las dos alternativas.

En mayo de 1846, los gatos fueron utilizados por los melómanos de Barcelona como recurso para expresar el desagrado con que escuchaban las representaciones de la ópera María de Rohan, en el teatro de la Santa Cruz. Desde el “gallinero” se arrojaron gatos a la platea en tres ocasiones, promoviéndose un escándalo sin precedentes y resultando varios maestros de orquesta heridos con arañazos. Como las autoridades locales no lograron disuadir estos actos de protesta ni identificar a los perpetradores, la cuestionada obra acabó prohibiéndose.

Asimismo, los gatos acompañaron frecuentemente al personal militar encargado de peligrosas misiones. Un gato bautizado “Dammit”, perteneciente a la infantería de la marina estadounidense, viajó veinticuatro mil kilómetros con la tripulación de un avión de bombardeo y hallándose en Guadalcanal (una isla del Océano Pacífico) aprendió a desplazarse apresuradamente hacia el abrigo para dar la señal de alarma en cuanto atacaba la aviación enemiga. Se estima que en la Primera Guerra Mundial participó medio millón de gatos, cazando ratas en las trincheras.

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