Diario Hoy dialogó con Norberto Ovando, presidente de la Asociación Amigos de los Parques Nacionales, quien alertó sobre las consecuencias de una industria que atenta contra los ecosistemas marinos del país.
La cacería indiscriminada de animales como elefantes y lobos marinos no es algo nuevo. Repasando la historia argentina, aparecen registros de diferentes embarcaciones que en el siglo XVIII ya navegaban sobre la costa patagónica, las islas Malvinas y otros islotes subantárticos.
En ese momento, el interés de estos barcos estaba centrado en la grasa de estas especies. La misma terminaba en las instalaciones portuarias de Cantón, una extensa ciudad ubicada al noroeste de Hong Kong.
Cientos de años más tarde, tanto las aguas internacionales como aquellas pertenecientes a las jurisdicciones nacionales siguen recibiendo las visitas de tripulaciones asiáticas (principalmente chinas y coreanas). Según el especialista en conservación marina, Milko Schvartzman, durante la temporada alta de pesca, el límite de las aguas jurisdiccionales de Argentina se ve invadido por unos 460 buques: 40% de China, 20% de Corea del Sur y el 15% de España.
En pleno siglo XXI, estas embarcaciones continúan cazando fauna protegida. Una vez a bordo, los lobos y elefantes marinos patagónicos son faenados. Durante el proceso se les extraen dientes, cueros, hígado y genitales.
De acuerdo a las estimaciones de la Fundación de Justicia Ambiental (EJF es la sigla en inglés), estos navíos cuentan con la capacidad suficiente para cazar más de 200 ejemplares de estas especies a lo largo de un año.
Otra de las prácticas tradicionales que tienen lugar dentro de estos “barcos piratas” es el aleteo de tiburón, que consiste en cortar las aletas para luego devolverlos vivos al mar. En estas condiciones, los animales terminan muriendo asfixiados o desangrados.
Consultado por diario Hoy, Norberto Ovando, presidente de la Asociación Amigos de los Parques Nacionales (AAPN), destacó que el “90% de estos órganos va a países asiáticos”.
“Primero empezaron a trabajar con los tigres asiáticos y de la India. Después, cuando los tigres se fueron extinguiendo, empezaron a depredar otras especies similares como los leones en África y el yaguareté en América del Sur”, agregó.
Más allá de contar con una regulación legal, el país no cuenta con las herramientas necesarias para controlar y detener las actividades ilícitas que suceden tanto en el Mar Argentino como en las aguas del Río de la Plata. En este sentido, el especialista explicó: “Estamos con un par de barcos de Prefectura y un avión patrullero, pero cuando vemos la cantidad de barcos que vienen a diezmar el Mar nos encontramos con una situación muy compleja”.
Según Ovando, el uso de patentes “mellizas” también se extiende sobre la superficie marítima. “Estas empresas vienen con barcos dobles, es decir, embarcaciones que tienen el mismo nombre y la misma denominación. Uno queda en el lado externo de la milla 200 y el otro se introduce. Entonces, ¿qué sucede?: cortan la señal de GPS del barco que se adentra en la Zona Económica Exclusiva argentina y dejan habilitada la ubicación del otro”, sostuvo.
Para los expertos de la asociación argentina, también integrantes de la Comisión Mundial de Áreas Protegidas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, poner un freno a esta situación implicaría “tener una gran cantidad de naves patrullando las 24 horas, los 365 días del año”.
Hoy en día, las patrullas argentinas son lanchas o embarcaciones pequeñas, lo que representa una problemática a la hora de enfrentarse a “barcos de pesca que, en algunos casos, hasta traen cañones”.
A su vez, hay que destacar que los ecosistemas se enfrentan a una de las industrias más poderosas del mundo. Se estima que el tráfico de fauna genera hasta 23.000 millones de dólares anuales.
“Trabajan con mucha cantidad de dinero y con muchas herramientas, por lo que es muy difícil controlar la actividad. Al tener mucho dinero, pueden comprar a muchísima gente y de distintos estratos sociales y políticos”, aseguró Ovando.
Más allá de las pérdidas económicas que pueda generar el exterminio de estas especies, su cacería implica consecuencias muy negativas para los ecosistemas que habitan.
“Pongamos el foco en el caso de los tiburones. Son los predadores del mar, por ende, son los que van a regular la cantidad de peces menores de los cuales se alimentan. Cuando falta este predador, las otras especies se multiplican y se termina desequilibrando el ecosistema marino. Este desequilibrio es el que después trae enfermedades zoonóticas, como sucede hoy con el coronavirus”, concluyó el especialista.