cultura

Un cantor llamado revolución

Silvio Rodríguez volverá este año a nuestro país, ya agotó todas las entradas, manteniendo intacto el entrañable vínculo forjado con esta tierra

A comienzo de los años 80, clandestinamente, circulaban casettes de dos cantores cubanos: Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Eran años uniformados por el horror de la dictadura. Todo lo que proviniera de esa isla cargada de utopía era peligroso –vale recordar que los militares habían prohibido hasta el libro La cuba electrolítica-, porque no podía sino ser una emanación satánica del comunismo internacional. Como un santo y seña, esas grabaciones eran un signo de pertenencia con el que se sellaban secretos pactos, estableciéndose los lazos de una cofradía que en las catacumbas celebraba ceremonias de maldición contra el horror que ya había comenzado a resquebrajarse.

Esas canciones traían un júbilo de libertad que lentamente volvía a respirarse, un sentimiento que había sobrevivido en la memoria y en la espera. La voz de Silvio –desde entonces lo llamamos así, por el nombre de pila, como si fuera un viejo conocido con el que nos hubiéramos emborrachado la noche anterior-, hacía prodigios con las palabras. Un discurso de sostenida belleza, una manera de contagiar lucidez a nuestros sentidos para darle mayor claridad a nuestra enmarañada manera de percibir la realidad. En sus canciones, las palabras son un fino polvo suspendido misteriosamente en la luz, que al posarse sobre los seres y las cosas, revelan su verdadera forma. Una manera distinta de estar despierto, que permite ver en la calle “asambleas de flores marchitas” o descubrir que “la cobardía es de los hombres, no de los amantes “, y comprender para siempre que “solo el amor consigue encender lo muerto”.

Canciones que habilitan inacabables debates interpretativos. Por ejemplo: ¿Ojalá alude en uno de sus versos a Nievi –apodo de Vassili Zaitzev, francotirador ruso de los años de la Segunda Guerra Mundial-, o se resuelve en la alevosa poesía de un disparo de nieve? ¿El Unicornio perdido es un jean con valor sentimental, un cuaderno de tapas tan azules como la criatura extraviada, o se trata del canto desgarrado a un amigo asesinado?. Vertiginosas discusiones de sentido que se volvieron deporte nacional entre los aficionados a Silvio.

No es un repetidor de consignas a destajo, un publicista de nobles propósitos, un corredor de ideologías a domicilio. Es un emblema de la revolución cubana, sí, pero que, precisamente, por revolucionario, mantiene vivo el espíritu crítico y la osadía imaginativa. Su compromiso con el arte lo contrae con el cuerpo entero y no solo con las palabras, porque es compromiso con la vida. Sabe que la palabra tiene que ser pulida sin pausa, como una piedra bajo el agua, pero siente desde las entrañas que lo que importa de las palabras es aquello que no alcanzan a decir.

En abril de 1984, Silvio Rodriguez y Pablo Milanés llegaron por primera vez a Argentina, incluyendo una actuación en La Plata en el Polideportivo de calle 4, ante diez mil personas. El encargado de traerlos a nuestro país fue Lucio Alfiz, alguien que tenía sus simpatías futbolísticas puestas en un equipo de nuestra ciudad: Estudiantes de La Plata. Con los años, este curioso empresario - que, más bien, habría que recordar como hombre de la cultura-, traería también a nuestro país a artistas como Luis Eduardo Aute, Caetano Veloso y Alberto Cortez.

Así, Silvio Rodriguez conoció las viscosas aguas color de león del Río de La Plata, caminó por las calles de esa ciudad que Borges juzgó tan eterna como el agua y el aire, comprobó cuán hondo había calado la epopeya cubana en el imaginario de muchos argentinos, percibió la esperanza insobornable en la recién recuperada democracia –y la vio languidecer y tomar formas teratológicas a lo largo de los años-, y fue acumulando muchas vivencias de esas que no caben en el equipaje y se llevan metidas en la sangre-.

Silvio Rodriguez va a volver a actuar en nuestro país. Será en el Movistar Arena, en el mes de octubre. Ya se han vendido todas las entradas. La medida de la admiración que por este juglar se siente nuestra tierra, lo da la inmensa cantidad de personas que, pese a tener el derecho de descreer de casi todo, aún espera el milagro que uno de sus juglares de cabecera agregue una nueva función a su visita, como quien espera que esta era pueda parir por fin un corazón.

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