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El viajero más famoso de todos los tiempos

Ulises es un personaje de la mitología griega, cuyo heroísmo ha atravesado intacto todos los tiempos y que presenta aspectos que siguen despertando gran curiosidad.

Ulises es un personaje mitológico al que Homero hizo protagonista de dos de las mayores obras de la literatura universal: La Ilíada y La Odisea. Sus aventuras remiten a una sociedad que sí existió: la micénica, que se desarrolló en la Grecia de la Edad de Bronce. Esta sociedad se convirtió por méritos propios en la más importante de la Grecia continental durante más de cuatro siglos, prevaleciendo sobre el Mediterráneo Central y el Cercano Oriente. Aquella feroz conquista hubiese sido imposible si no se habrían encontrado con un poderoso ejército que apoyara sus aventuras coloniales y comerciales. Sin embargo, no sólo el mundo militar otorgó a los antiguos micénicos el prestigio que hoy tienen, sino también la figura del propio Ulises, cuyo destino, gracias a la literatura, fue menos efímero que el de tantos otros guerreros.

En su viaje espectral, Dante y Virgilio descendieron a la octava fosa del octavo círculo del infierno, donde los fraudulentos ardían sin fin, cada cual en su llama. Es relatado en el canto vigésimo sexto de “La Divina Comedia”, conocido también como “El Canto de Ulises”. Allí, los dos turistas del infierno, advirtieron una llama con dos puntas: Ulises y Diómedes. En el relato del poema, Virgilio- instado por Dante- pide a Ulises que les refiera donde encontró la muerte, y el héroe griego le relata los últimos años de su vida. “El Ulises dantesco es misterioso; urge que siga siéndolo”, escribió alguna vez Jorge Luis Borges.

Después de separarse de Circe, que lo retuvo más de un año en Gaeta, ni la dulzura del hijo ni el amor de Penélope, aplacaron en su pecho el ardor de conocer el mundo. Con la última nave y los pocos fieles que aún le quedaban, Ulises se lanzó a mar abierto. En esa instancia, un dios atizó la ambición de sus hombres para conocer - ya que tan poco les restaba de vida-, el mundo sin gente, los nunca atravesados mares antípodas. Les recordó su origen; navegaron el ocaso y después al sur y vieron todas las estrellas que cubren el hemisferio austral. Para Dante, la empresa de Ulises no llevó al éxito sino al desastre.

Ulises entró en nuestras bibliotecas como el ingenioso y perseguido rey Odiseo de Homero. Luego, a través de una serie de reencarnaciones, devino en un cruel comandante, un marido fiel, un aventurero lleno de recursos. En definitiva, un hombre en busca de su identidad, un viajero que nunca se dejó distraer por las posadas que encontraba en su camino. La versión que hizo Dante de la historia de Ulises presentaba a un hombre insatisfecho con la vida extraordinaria que ha tenido. A diferencia de Fausto, desesperado por lo poco que le han enseñado los libros, Ulises anhela lo que yace más allá del mundo conocido.

Los estoicos veían en la curiosidad de Ulises algo ejemplar. Séneca, en los primeros años del siglo I, alababa la figura de Ulises por enseñarnos “cómo amar a la patria, a la mujer, al padre; cómo navegar, aun después del naufragio, hacia objetivos tan honrosos”. Antes, Heráclito, para quien el largo viaje de Ulises no era más que una “vasta alegoría”, sostuvo que la sabia decisión de Ulises de descender al Hades probaba que su curiosidad “no dejaría lugar por explorar, ni siquiera las profundidades del infierno”. Varias décadas después, el historiador Diom Crisóstomo elogió a Ulises comparándolo con el sofista Hipias, por ser exactamente lo que un filósofo debía ser, “excepcional en todo bajo cualquier circunstancia”.

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