¡Feliz día, mamá!

Un homenaje al amor incondicional

Muchas madres anhelan abrazar a sus hijos, pero miles de kilómetros las separan. Tres de ellas contaron a este medio cómo hacen para celebrar estando lejos, sobrellevar la añoranza y hacerles sentir que siempre estarán para lo que necesiten

Celebraciones como la de hoy convierten el tradicional almuerzo de los domingos en un homenaje a las madres. Cuando los hijos ya dejaron el nido, los preparativos comienzan con anticipación, con el intercambio de llamados y mensajes para la elección de la comida, el postre y, por supuesto, el regalo.

Sin embargo, en una ciudad universitaria como La Plata, donde cada año llegan cientos de estudiantes del interior, abundan historias en las que nada de eso puede concretarse porque la lejanía es un obstáculo insalvable. Tres mamás, cuyos hijos desplegaron las alas y volaron lejos, cuentan cómo brindan su amor a la distancia.

Madre a prueba de terremotos

Cuando Fernando Albo decidió probar suerte en México tres años atrás, el principal temor de su mamá eran los narcos. Un terremoto de 7,1 grados en la escala de Richter como el que azotó la capital y otros tres estados el 19 de septiembre, dejando 366 muertos y más de 500 heridos, no estaba entre las preocupaciones de Patricia Álvarez. Tras enterarse por Facebook de la tragedia, su alarma no se sosegó hasta que su hijo respondió a los mensajes. “Estamos bien”, le informó sobre él y su pequeña Frida, de dos años.

“En ese momento sentí impotencia por no poder estar ahí para ayudar”, contó Patricia, para quien visitar a su hijo representa un esfuerzo económico muy grande. “La primera vez que viajé fue para Navidad del año pasado, después de trabajar duramente”, recordó, y agregó que el encuentro “fue un abrazo interminable”.

En esos 22 días que duró la visita, esta mamá de 49 años pudo recorrer la ciudad de Morelia, probar sus platos, disfrutar de la amabilidad de su gente y, sobre todo, ponerse al día con Fernando. “Él extrañaba nuestra comida, el mate, los alfajores y todo lo que le contaba le parecía como si hubiera sucedido mil años atrás”, expresó.

Él no es el único al que extraña ya que, tras vivir dos décadas en City Bell, en 2011 Patricia decidió volver a su lugar de origen, General Guido, donde vive con su esposo y solo una de sus seis hijos. “Se extrañan las reuniones para los cumpleaños y las fiestas”, dijo, pero reconoció que “con Fernando es especial porque está muy lejos. Es un alegrón cada vez que nos vemos por videollamada”.

Si por ella fuera, solucionaría el problema de extrañar de una manera muy sencilla, ya que la ciudad de Morelia le gustó mucho. “Si tuviera la oportunidad, estaría allá siempre, haciendo artesanías o vendiendo tacos”, afirmó la mujer, que para este Día de la Madre ya sabe qué hará: “Lo pasaré con mi hija que está acá y con mi marido, y voy a estar esperando los saluditos de mis otros hijos”.

Cuando el nido queda vacío

Patricia Ratto tiene cuatro hijos de entre 18 y 28 años, a quienes vio partir de a poco para forjar sus profesiones en la UNLP. Finalmente, el año pasado el nido quedó vacío.

“Cuando Maia, la mayor, se fue en 2006, lloré una semana seguida. No era tristeza, pero se me estrujaba el corazón”, dijo. Con esas palabras, la docente jubilada recordó la primera migración desde Puerto Rico, Misiones. “Con las siguientes partidas lloré igual, quizás no duraba tanto, pero era el mismo sentimiento”, agregó. 

Ante ese panorama Patricia pudo ver que tenía dos opciones: “O me desesperaba y los acosaba, aunque no tenía sentido porque me podían decir cualquier cosa para dejarme tranquila, o confiaba en que si les pasaba algo lo iban a resolver y, si no, nos iban a llamar”. De esta manera, eligió el camino más sano para todos. 

“Nos vamos educando para ser padres de personas adultas, que no nos necesitarán ni para pagar las cuentas. Hay mucho para asimilar cuando los hijos se van, pero es bueno porque nosotros también crecemos mucho”, reflexionó. Para salvar las distancias estaba el teléfono, que esta madre usó de maneras diversas según el momento y el hijo del que se tratara. “Nunca fue una comunicación de todos los días, pero mejoró con el tiempo y con WhatsApp”, admitió. 

Si bien la tecnología acerca, para ella no hay nada como tenerlos de vuelta en casa. Por eso disfruta al máximo de sus visitas durante cada receso de invierno o de verano. A esta mamá, el tiempo que duran esos encuentros siempre le parece poco, y cuando se terminan le resulta inevitable volver a extrañar. “La añoranza duerme una siesta, pero cada tanto se despierta. Lo que merma es la ansiedad”, dijo.

Patricia extraña la música que se escuchaba en su hogar cuando ellos estaban. “Siempre había una guitarra sonando”, recordó. En el último tiempo, además de afrontar la partida del último de sus hijos, debió asimilar que Lautaro, arquitecto de 25 años, haya partido rumbo a Budapest, Hungría, por cuestiones de trabajo.

Consultada sobre si prefiere tener a sus hijos cerca de casa, reconoció que “antes hubiera respondido enfáticamente que sí. Es más, ni se me hubiera ocurrido que no iban a volver, pero ahora quiero que estén donde se sientan felices. No los quiero al lado mío 

insatisfechos”.

En cuanto al día de hoy, Patricia ya lo celebró por adelantado: “Antes me ponía mal que estuviéramos separados en fechas claves, pero con el tiempo las fui tomando como un día más. Hace poco estuvimos en La Plata porque mis hijos se mudaban y ya brindamos por el Día de la Madre. Para mí eso es más que suficiente”.

Llenar el vacío

Susana Mortello vive en Trelew, Chubut, y tiene tres hijos a los que vio partir hacia La Plata. El mayor, Facundo, se fue en 2007 para estudiar Música. Su mamá recuerda la imagen en el retrovisor el día en que lo dejaron en la puerta de su nuevo hogar: “Quedó paradito en la vereda mirando cómo nos íbamos. Ese momento lo tengo grabado en mi retina”. Nueve años después, Facundo regresó al sur y ahora vive a unos 20 kilómetros del hogar materno. 

La que le sigue en edad, Candela, tiene 26 años y se recibió el año pasado de antropóloga. “Ella continúa estudiando, trabaja, está de novia. Es una gran compañera y una luchadora”, enumeró Susana. 

La menor, Agostina, vino a la ciudad a estudiar Biología y vive con su hermana. “No sé si algún día volverán al sur, aunque sería lindo”, admitió su madre y se dejó llevar por su imaginación: “Me gustaría estar un poco más cerca y disfrutar de la presencia de ellas”. 

A la hora de soñar, Susana no se priva de nada: “Me da mucha ternura imaginármelos viviendo cerca y compartiendo momentos en una gran mesa, con niños”. Sin embargo sabe cuáles son sus prioridades: “Mi felicidad plena es que estén todos bien, dondequiera que se encuentren”. 

En este sentido, reconoció que así es el ciclo de la vida. De hecho, ella también partió de su hogar en su juventud para estudiar. Aún así, hay momentos difíciles: “Desde que ellos no están, la casa se ve muy grande. En los cuartos hay un silencio que aturde. Faltan los chicos riendo, cantando, peleando”.

Para sobrellevar la ausencia, la madre se comunica a diario con sus hijos y ocupa su tiempo con el trabajo, bailando folclore, realizando caminatas con amigas y lo que encuentre a su paso en su búsqueda de “llenar el vacío que dejan”.

Hoy Susana festejará junto a su hijo Facundo y será agasajada con un asado que hará su marido, quien la acompaña desde hace más de tres décadas. Al igual que las demás madres que tienen lejos a sus hijos, esperará el llamado telefónico, el mensaje de WhatsApp o la videollamada por Skype. 

Como Patricia Álvarez y Patricia Ratto, Susana sabe que las tecnologías acercan, pero no tanto como para sentir el calor del abrazo de mamá.

La celebración, en la región

-Leticia y Thiago (4) irán a almorzar a lo de los abuelos del niño. Anoche, festejaron por adelantado en una salida de madre e hijo

-Jerónimo (7), junto a su mamá Carolina y su papá Matías. “Hay sorpresas para la agasajada”, comentaron cómplices y entre risas

-Todos con mamá: Catalina (10 meses), Milton (10 años) y Mateo (7 años) van a cocinar para su madre, Stefanía, en lo de la abuela y la bisabuela en Ensenada 

-Tres generaciones: Laura, su hija Belén y León (1 año). Esperan que las reciban con un asado en la casa de la mayor y que incluso haya postre

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