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Una escandalosa historia de amor de la realeza

La historia de Inés de Castro y el infante don Pedro conmocionó al Portugal del siglo XVI y tuvo todos los elementos propios de un melodrama trágico.

Amante célebre en la historia de Portugal, Inés de Castro fue hija de un castellano y una portuguesa nobles. Figuró en el séquito de su prima Constanza cuando ella se casó con el infante don Pedro, hijo del rey Alfonso IV el Bravo.

Llevado de violenta pasión por ella, don Pedro la tomó como amante y, cumpliendo su solemne afirmación, se comprometió con Inés al enviudar de Constanza. El drama entre ellos tuvo matices de Romeo y Julieta en su origen, pero terminó en un lugar incluso más macabro.

Como muchas de las nobles de Galicia, la vida de Inés había comenzado bastante cómoda: nacida en 1325, estuvo conectada con la familia real de Castilla (por descendencia legítima), lo que le permitió moverse en las altas esferas.

En 1339, con tan solo 14 años de edad, todo estaba sucediendo de acuerdo al plan e Inés llegó a Portugal para servir como dama de compañía. Por su parte, Pedro inicialmente supuso que su esposa era la indicada hasta que puso los ojos en Inés; casi inmediatamente, ignorando el futuro que tenía delante de él, se enamoró perdidamente de ella.

El mito de Pedro e Inés tiene de todo: desde el amor juvenil apasionado hasta la coronación de un cadáver. Según la crónica que escribió alrededor de 1440 el historiador portugués Fernão Lopes, el rey portugués Afonso IV, no aprobó este amor y exilió a Inés. Pero tras la muerte de la esposa de Pedro, la exiliada regresó a Portugal, se reencontró con su amado y tuvieron cuatro hijos.

Sin embargo, la nobleza estaba escandalizada por la relación. Se rumoreaba que la familia Castro planeaba desheredar al hijo de Pedro, Fernando —verdadero heredero al trono—, a favor de los hijos de Inés. Otros, en cambio, habían comenzado a especular que la pareja se había casado en secreto mientras vivían en Santa Clara-a-Velha.

En ese contexto, el rey Afonso y sus consejeros seguían en desacuerdo con esta unión. En 1355, decidieron que la presencia de Inés era un riesgo político demasiado grande para la línea real portuguesa y la mandaron a matar. Finalmente, la decapitaron enfrente de uno de sus hijos. Inés acababa de cumplir 29 años.

Ella fue enterrada en la ciudad de Coimbra, mientras Pedro juraba vengarse. El príncipe lideró un levantamiento contra su padre e inició una guerra civil dentro de Portugal. Cuando Pedro llegó al trono, tras la muerte de Afonso en 1357, buscó a los dos asesinos de su amada y les arrancó el corazón. Pedro también juró hacer a Inés reina de Portugal, incluso en la muerte.

En 1360, varios años después de su asesinato, desenterró el cuerpo en descomposición de Inés y lo llevó en procesión desde Coimbra hasta Alcobaça, donde fue enterrado de forma regia, para poder descansar siempre frente a ella.

La primera adaptación teatral de esta tragedia amorosa, fue la obra de 1577, Nise Laureada, del dramaturgo español Jerónimo Bermúdez, en la que Inés no solo era trasladada a una nueva tumba, sino que su cadáver era coronado en una ceremonia. Asimismo, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, la historia de Pedro e Inés se fue abriendo camino por el Viejo Continente. Su amor condenado sirvió de base para óperas en italiano, inglés y alemán.

En esta línea también se inscribe una novela histórica de la escritora portuguesa Isabel Stilwell, cuyo eslogan es “espía, amante y reina de Portugal”. En esta obra, Inés es una jugadora, más que un peón, en el juego del ajedrez político de su tiempo. En todas sus versiones, históricas y míticas, Inés es una reina muerta que simplemente no será olvidada.

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