Una heroína olvidada

La historia de Emile Schindler y su marido inspiró la película La lista de Schindler, sin embargo, ella quedó injustamente en un segundo plano, pese a su valentía y convicciones.

Se calcula entre 1.200 y 1.700 la cantidad de personas que Emilie Schindler ayudó a salvar de los campos de concentración nazis. Nació en Alemania el 22 de octubre de 1907, a los 21 años, se casó con el industrial Oskar Schindler. Pese a que su marido se unió al Partido Nazi en 1938, juntos protagonizaron la tarea épica de salvar numerosas vidas de judíos. Al principio, justificaban ante la SS que los judíos que trabajaban en su fábrica eran trabajadores esenciales para uniformes y municiones del Tercer Reich. Hicieron la famosa lista que funcionó como una salvaguarda para esas familias cuyo delito era profesar una religión perseguida por el régimen nazi.

Ese compromiso humanitario con el prójimo, no solo no fue reconocido en un primer momento, sino que provocó hostilidades en Alemania, por lo cual el matrimonio buscó refugio en Argentina. Se afincaron en las afueras de Buenos Aires, en San Vicente. Habían perdido todos sus bienes, vivían de cultivar la tierra. Emilie enviudó en 1974, tuvo que enfrentar sola la pobreza y el hostigamiento de algunos grupos antisemitas. Vivía en una casa precaria, rodeada de perros y gastos, y sin dinero siquiera para los remedios. Una institución judía le daba una pensión, cuyo monto no le permitía mantener una vida decorosa.

Cuando el matrimonio Schindler se quedó sin dinero en Alemania, fue Emilie quien vendió sus joyas y pertenencias personales para abastecer a sus empleados de comida, ropas y medicamentos, negociando incluso en el mercado negro, afrontando el peligro y el drama cotidiano. Al poco tiempo de llegar a la Argentina, se separaron y Oskar se volvió a Alemania, dejando a su esposa en nuestro país, quien se las tuvo que arreglar sola con sus modestos cultivos y sus pocos animales de granja. Muchos de sus vecinos la recordaban insultando en un idioma que nadie entendía.

Cuando ya tenía 90 años, le llegó la celebridad, de la mano de Steven Spielberg. Ese homenaje cinematográfico fue el mayor premio que recibió en vida. Cuando se apagaron las aclamaciones y los homenajes, volvió a quedar sola. Acusó a una revista alemana de haberse apropiado de los originales de la mítica “Lista”, que estaba cotizada en una fortuna que ella nunca tuvo. Apenas si tenía comida para sus perros y gatos. Un periodista argentino, Raúl Kollman, la ayudo a conseguir una silla de ruedas. Le sugerían internarse en un hogar de ancianos, pero ella siempre se resistió. Recuerda Kollman: “Me habló horas y horas del frío, del hambre, del abandono, del rencor, de la increíble lucha para que todos pudieran sobrevivir en medio del genocidio nazi. Siempre me pregunté por qué se la había jugado a favor de aquellos judíos y cuando lo hablábamos ella invariablemente me dio la misma respuesta. Levantaba los hombros y decía: “Era lo que había que hacer”.

Vivió 93 años, de los cuales 49 años los pasó, penosamente, en nuestro país con el único título de ser la viuda de Oskar Schindler. Ese ninguneo la enfurecía, porque aseguraba haber sido ella y no su marido quien dejó todo por salvar de las garras nazis a todos esos judíos: “Yo traía la comida, si no voy yo se morían todos. De Schindler no recibían nada. El era un haragán completo”. Sin embargo, ella terminó perdonándolo. Cuando fue a visitar la tumba de su esposo, en Jerusalén, dijo: “Por fin nos reunimos de nuevo... No he recibido ninguna respuesta, querido, no sé por qué me abandonaste... Pero lo que ni siquiera tu muerte o mi edad puede cambiar es que todavía estamos casados y así es cómo estamos delante de Dios. Te he perdonado todo, todo, todo”.

Emilie Schindler tuvo un final inmerecido para alguien que tanto había hecho por los demás, salvando a tantos perseguidos cuya vida pendía de un hilo. En buena parte, la famosa Lista de Schindler era la Lista de Emilie. En julio de 2001, le confesó a un periodista alemán que su último y mayor deseo era morir en Alemania. Así fue, la muerte le llegó en un hospital de Berlín.

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