cultura

Una mujer que es un faro

Griselda Gambaro tiene 97 años y una obra literaria que brilla tanto en la novela como en obras de teatro representadas en distintos países.

Interés General

05/12/2025 - 00:00hs

La temática que desarrolló Griselda Gambaro a lo largo de su vida, tanto en la narrativa como en la dramaturgia, contrastó con su figura endeble, con sus modales dulces y su personalidad tan equilibrada. Nacida en la Boca, en un hogar pobre y de pocos libros, escribió desde siempre, sin permitir que los malos primeros intentos teatrales quebraran su vocación manifiesta. A los 34 años publicó su primera novela –Madrigal en la ciudad-, y a partir de ahí, lentamente, fue desgranando una producción elogiada y discutida por la crítica, pero siempre original.

Sus libros hablan sobre la realidad social en la que estamos inmersos aun antes de que lo notemos y no siempre como tema excluyente. En 1977, publicó su novela Ganarse la muerte, que fue censurada por la dictadura con la firma de un decreto de Albano Harguindeguy. La resolución, amparada en la defensa de la “moral cristiana y nacional”, acusaba al texto de tener “una posición nihilista frente a la moral, a la familia, al ser humano y a la sociedad que éste compone”. Los ejemplares fueron secuestrados y Griselda Gambaro otra vez fue obligada a exiliarse hasta su regreso en 1980.

Etiquetada como partidaria de lo absurdo y vanguardista, Griselda descalificaba tales encasillamientos: creadora original, que dejaba aire para las ideas y las personas, tiene la necesidad permanente de olvidar lo que escribe para seguir pensando sin atarse al pasado. Nunca ocultó su devoción por novela, aunque los reclamos del medio hubieran sido para sus obras teatrales, las que la convirtieron en una autora respetada y conocida. Ser escritora y romper los moldes de la tradición dramática no fue fácil. Cuando en 1965 estrena El desatino, una amplia polémica la envolvió. No sólo generó un quiebre con los códigos dominantes del costumbrismo, sino que también fue relegada por su estreno en el Di Tella, considerado un reducto snob por muchos autores de izquierda, y por considerar su obra ajena a la realidad social argentina.

El teatro, ese fenómeno que se repite hace siglos y que, a veces, suele ser la expresión más concreta de una realidad obedecía, según Griselda, a una necesidad primordial: “Mostrarnos y que nos vean: mientras haya una persona que quiera mostrarse físicamente, con su voz y pensamiento, a otra, y esa otra persona reciba ese producto, ahí estará el teatro. Simple y somero; claro que el fenómeno después se vuelve más complejo, a través de la estructura, de la actuación, pero esencialmente es eso”.

En ese sentido, cuando se sienta a escribir una obra no piensa en ese fenómeno, sino que alberga una serie de situaciones vistas, imaginadas visualmente, y lo único que le preocupa es que aquello crezca, que se desarrolle, que los personajes se enriquezcan y el texto madure. “No pienso en eso que es el teatro, sino en la historia que quiero contar de determinada manera y a través de un género en particular”.

Cuando le consultaron cómo sobrelleva la realidad cotidiana, la autora de La malasangre responde: “Como la vive la mayoría de los argentinos, con mucha dificultad, con bastante angustia y con bastante esfuerzo”. No obstante, había llegado – no sabía su por su edad o por su camino particular- a un punto en que ni siquiera analizaba demasiado cómo estaba viviendo, sino lo que pretendía hacer de esa pequeña parcela colectiva que tenía. Vale decir, cómo sacarle el mejor provecho, cómo expresar lo mejor que tuviese. De modo que esa realidad logró volcarla al trabajo, según ella, porque un escritor sólo trabaja con los datos de su experiencia personal y social.

Bastaría enumerar las adaptaciones que se han hecho de los textos de Griselda Gambaro en las últimas décadas –en las salas porteñas siempre se va a encontrar alguna de sus obras– para advertir la fuerza aún vigente de su universo dramático. Poco tiempo atrás, en un momento álgido de las movilizaciones feministas, la realizadora Jazmín Bazán también percibió la resonancia de esa obra en los conflictos del presente y realizó un valioso documental en torno a su figura.

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