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Una Premio Nobel olvidada

Grazia Deledda fue una escritora que alcanzó un gran renombre a comienzos del siglo XX, siendo la única escritora italiana en ganar el Nobel, pero hoy pocos la recuerdan.

Poco mencionada, pese a la notoriedad que adquirieron muchas de sus obras, Grazia Deledda siempre se destacó por una brillante escritura. En sus primeras novelas solía tomar como referencia su Cerdeña natal. A partir de 1900, dicha ciudad dejó de ser simple marco de la narración para convertirse en su mismo objeto, con la rudeza primitiva de sus habitantes, su religión pagana y su lenguaje recio. Cuando se mudó a Roma, descubrió la literatura extranjera y amplió su experiencia del mundo, dando a su arte nuevos matices. Durante su carrera como escritora, publicó varias novelas cortas, que se reunieron luego en volúmenes y se reeditaron hasta nuestros días.

A menudo se ha pretendido ver en ella a una de las representantes más destacadas del “verismo”(el realismo llevado al extremo en las obras de arte), aunque ella misma se encargó de superarlo por la complejidad psicológica de sus personajes, así como por su nobleza moral. Lo que no significa que ignorase los dramas de la pasión y la inquietante oscuridad de los móviles de nuestros actos.

Deledda nació en 1871 en la localidad sarda de Nuoro. Su padre fue un poeta aficionado y su madre una mujer religiosa que la crió, junto a sus hermanos, con extrema rigurosidad moral. No es anecdótico para la historia de una mujer que hubo de enfrentar difíciles situaciones personales y culturales como políticas, sobre todo en los años iniciales de su consolidación como escritora. La unificación italiana se había producido en 1861, y entre otras muchas cuestiones, ésto involucraba la imposición de una lengua común para toda la nueva nación. Y aunque el toscano ostentaba la condición de ser el idioma italiano, la realidad era que se hablaba una cantidad de idiomas o dialectos distintos como bien lo observó Luigi Pirandello.

En 1926 obtuvo el Premio Nobel, segunda mujer en lograr tal distinción y primera y única hasta hoy de lengua italiana que lo obtuviera en Literatura. Y sin embargo, su nombre no ha figurado en el lugar destacado que tuvieron otros compatriotas, aunque con el tiempo fue logrando un merecido reconocimiento. Era una mujer con inquietudes que ponían en cuestión tradiciones, idioma y entorno, no contó con el apoyo familiar para su educación. Necesitaba conocer la lengua de la cultura, el italiano, pero también saber qué se escribía y publicaba en otros países. Y lo consiguió, menos por una breve educación formal o por un preceptor, que a través de sus numerosas y heterogéneas lecturas.

Tras casarse, se instaló con su marido en Roma y allí publicó la que se considera su principal novela Elias Portolu (1903), pivote de un sostenido proyecto narrativo que se había iniciado con algunos relatos y que fue desplegándose en la narrativa y el teatro. Su numerosa producción incluye Cenizas (1904), La hiedra (1906), Hasta el límite (1911), Colombi e Sparvieri (1912), Cañas al viento (1913), El incendio en el olivar (1918), y El Dios de los vientos (1922), entre otros. Se publicaron póstumamente Cósima en 1937 y El cedro del Líbano, 1939.

La sociedad patriarcal ha sido un tema frecuente en sus escritos. De hecho, en algún momento explicó: “Nosotras, las muchachas, jamás teníamos permiso para salir fuera de casa si no era para ir a misa o, algunas veces, para dar un paseo por el campo”. Sus obras abordaron las amistades románticas, los problemas familiares, los conflictos de su sociedad, entre otros temas, muchos de ellos con tintes autobiográficos

Incluso, sus relatos de carácter moderno encontraron un espacio en la narración cinematográfica, culminando en la producción de la película muda Cenere en 1916 y otras novelas suyas que fueron llevadas al cine. La forma en la que capturó la esencia de la sociedad y la condición no solo de la mujer, sino también la humana, darían cuenta de ello en la posteridad. Murió en agosto de 1936.

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