La política y las aulas otra vez en tensión

El gobierno bonaerense vuelve a marcar la agenda con iniciativas relacionadas con la educación. El frente opositor protesta con los argumentos de siempre, pero la coyuntura es una oportunidad para discutir más en profundidad sobre temas como el odio y sus diversas manifestaciones.

El complejo panorama político que se vive, y que se agravó mucho más con el conato de magnicidio de hace dos semanas contra la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández, es una realidad que no es ajena a las escuelas, ese territorio que se supone ubicado fuera de los avatares del poder, pero que cada tanto se ve implicado inevitablemente en el debate.

Ocurrió en los tiempos más crudos de la pandemia de Covid-19, la enfermedad que provoca el coronavirus SARS-CoV-2, cuando los protocolos sanitarios, aquí y en todo el mundo, indicaban que debían suspenderse las clases para preservar la vida y la salud de los ciudadanos. Por entonces, desde el frente opositor Juntos se lanzaron críticas hacia el Gobierno nacional, y particularmente hacia el de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires: la educación, decían, es un bien esencial, no puede suspenderse. Desde la Gobernación se mantenían firmes: la vida es esencial, la salud es esencial. Y las aulas permanecieron vacías, aunque las clases se dieron, en forma virtual.

Ahora, las escuelas, específicamente las secundarias, vuelven a quedar en el ojo de la tormenta. Porque el gobierno bonaerense ha producido en los últimos días dos novedades que, como no podía ser de otra manera, marcaron parte de la agenda política. Una vez más, la oposición sacó a relucir sus objeciones de siempre, pero no hay que perder la oportunidad de debatir con mayor profundidad los temas que se plantean a partir de estas iniciativas oficiales.

Hablar del odio y la violencia

Una de ellas es la elaboración de una guía o cuadernillo para hablar en las aulas del atentado que sufrió la vice. Esta guía no es para los alumnos, sino para los docentes, y no fue elaborada en el nivel más alto del gobierno (que en este caso sería la cúpula de la Dirección General de Cultura y Educación –DGCE–, el equivalente a un ministerio de Educación en la Provincia), sino en un escalón inferior, por las autoridades educativas de una región determinada. Pero el titular de la DGCE, Alberto Sileoni, la hizo suya al apoyarla frente a las críticas, señalando que “es un documento muy cuidado”.

El PRO puso el grito en el cielo y lanzó esa palabra que suele esgrimirse cada vez que algún hecho de la realidad cercana entra en el ámbito de la escuela: “adoctrinamiento”. Hubo comunicados oficiales de repudio a un material que incluye una reflexión sobre una tira del humorista Rep que muestra la acción de gatillar como consecuencia del estado de odiar. Para los legisladores amarillos, esto es una inaceptable bajada de línea ultrakirchnerista.

La escuela es un lugar donde “tiene que circular la palabra”, argumentó Sileoni. Y en particular, como el intento de magnicidio “no es un hecho menor, corresponde llevarlo a las aulas”. El cuadernillo en cuestión, señaló, habla de temas como el Día Internacional de la Democracia, la discriminación, la identidad y el ejercicio de la ciudadanía; “los docentes estamos obligados a incorporar esos temas con mucho respeto” en los contenidos escolares, argumentó.

Es necesaria una discusión más a fondo, que ponga en cuestión los modos establecidos de tratar en las aulas los hechos que sacuden a la sociedad sin caer en la reacción apocalíptica y poco productiva que esgrime hoy por hoy la oposición.

Pasar o repetir, esa es la cuestión

El otro tema que agitó las aguas entre propios y ajenos es el anuncio por parte de las autoridades educativas bonaerenses de que el año próximo habrá cambios en el régimen académico de la escuela secundaria y que entre los temas a revisar se encuentra la repitencia. Más precisamente, su eliminación.

La reacción del PRO fue, nuevamente, espasmódica. Figuras reconocidas y no tanto de ese espacio salieron a criticar la medida (aún en estudio) con los argumentos de siempre: “Si se quita la amenaza de repetir el año, se quita el incentivo para aprender”; “la convivencia en un aula de alumnos que estudiaron y otros que no necesitaron hacerlo complica el aprendizaje de todos”; “al gobierno no le interesa la educación, antes bien, hace todo lo posible por destruirla”; etc.

La idea es, ciertamente, polémica, pero, una vez más, amerita un debate de mayor altura. Las autoridades educativas se apoyan en trabajos de especialistas que muestran que repetir el año no mejora el aprendizaje y, por el contrario, incrementa la deserción escolar. Por lo tanto, se analizan maneras alternativas de que los chicos puedan incorporar los conocimientos cuya ausencia, hasta ahora, los pondría en riesgo de tener que volver a cursar todas las materias al año siguiente.

Además, la medida en estudio reconoce antecedentes cercanos, ya que con el advenimiento del coronavirus, que provocó el cierre de las escuelas, muchos estudiantes se desvincularon de las instituciones, lo que obligó a implementar mecanismos para flexibilizar la promoción y aprobación de las materias e incorporar los conocimientos mediante canales alternativos.

Un debate a fondo sobre el tema debería contemplar y analizar los resultados de esa experiencia y tomar lo que haya habido de positivo en estos ensayos de revinculación y recuperación de contenidos, y descartar lo que no haya servido.

Claro que este tipo de debate requeriría por parte de la oposición una madurez que, una vez más, no parece tener.

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