Macabros detalles del matricidio: órdenes de extraterrestres, una relación siempre al borde de la tragedia y momentos de locura previos

El expolicía que decapitó a su madre en barrio Monasterio convivió seis horas con el cadáver cercenado. En el medio, se duchó y hasta cenó.

Trama Urbana

24/11/2021 - 00:00hs

Mientras continúa la conmoción por el matricidio que tuvo lugar en el barrio Monasterio de Villa Elvira, se fueron conociendo en las últimas horas nuevos detalles de un asesinato que quedará marcado en la historia criminal de la ciudad por su brutalidad.

Martín Alberto Fallico Gutiérrez, el expolicía de 41 años que dejó la fuerza en 2018 luego de haber recibido una carpeta psiquiátrica por un diagnóstico que indicaba que padecía trastorno bipolar, no solo mantenía una mala relación con su madre Marta Susana Gutiérrez (74), sino que las grescas eran diarias y de una inusitada furia.

Los vecinos de la cuadra de 82 entre 12 y 12 bis, donde ocurrieron los hechos y donde vivían sus protagonistas, indicaron que las reacciones violentas eran una constante en ese domicilio, que él le gritaba e insultaba mucho y le decía cosas horribles. Incluso, cada dos por tres ella aparecía con marcas que solo podían indicar que había sido golpeada, pero la mujer refería que se había caído.

Mientras tanto, las grescas se repetían a diario y los frentistas detallaron que “los bramidos eran comunes y era normal escuchar que él gritara de una forma que rozaba lo demencial”. Siempre en voces de los lugareños, al principio esos baladros los atemorizaban, pero ya con el tiempo se fueron acostumbrando. “A él lo enojaba todo lo que no podía manejar, así como la política, el fútbol y la religión”, afirmaron.

“Maté a mi madre y vine a entregarme”

El homicida había escrito en diferentes partes del inmueble como en su habitación, en un taparrollos y hasta en el freezer frases relacionadas al mundo intergaláctico, por lo que los pesquisas no dudaron en decir que bien pudo haber escuchado voces de extraterrestres que le ordenaban que llevara a cabo la matanza. En ese sentido, brindaron en exclusiva para este diario esos mensajes escritos, que grafican la nota.

Lo cierto es que el hombre, una vez alejado de la fuerza, estuvo internado en la clínica San Juan, aunque terminó por abandonarla. Sin embargo, no había vivido ninguna situación problemática con sus vecinos, sino todo lo contrario: los ayudaba limpiando las veredas y mostrándose cortés. “Era alguien ejem­plar, servicial y voluntarioso”, lo describieron.

Claro que esa misma persona cambiaba puertas adentro, tanto que no solo asesinó a su progenitora decapitándola cuando todavía estaba viva y luego de golpearla unas cinco veces en la cabeza con un caño de gas, sino que estuvo junto al cuerpo cercenado durante seis horas. Los detectives calcularon el ataque con el posterior deceso sobre las 15 del domingo, y Fallico Gutiérrez recién se entregó pasadas las 21. Antes de eso había destrozado partes del mobiliario, como un televisor a palazos; también se duchó; se vistió con un traje negro, una camisa violeta y zapatos, y preparó otra muda de ropa que guardó en un bolso. Después cenó, llamó a un remís y lo abordó a las 21, dirigiéndose a la Jefatura Departamental La Plata, donde le confesó al oficial de guardia el hecho y le entregó las llaves de su casa.

Cuando arribaron los oficiales a constatar el suceso, se toparon con el cadáver de Marta tirado en el piso sobre un charco de sangre y tapado con una frazada. En un balde, y dentro de una bolsa cerrada, estaba la cabeza, la que separó del cuerpo usando dos cuchillos: uno de 16 centímetros y otro tipo Gurkha.

También había manchas hemáticas en las paredes del living, donde se sospecha que cometió el matricidio, y muebles y artefactos rotos, así como la vajilla destrozada y cajones abiertos.

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