Verónica Llinás: “En la televisión abierta se menosprecia al espectador”

La actriz se sacó el cassette y habló de todo: las ficciones actuales, sus inicios en el Centro Parakultural, el trabajo con Antonio Gasalla y la renovación que traen los productores jóvenes al medio 

Proveniente de una familia en la que las letras y las artes estaban muy presentes e hija del escritor Julio Llinás y de la pintora Martha Peluffo, sin duda, la pasión fue algo que Verónica Llinás heredó, al igual que su hermano, el director Mariano Llinás, uno de los referentes del nuevo cine argentino. 

La intérprete debutó a los 22 años en Pubis angelical (la película del gran Raúl de la Torre), fue parte del under y, en los últimos años, brilla en las producciones de Sebastián Ortega. 

En sus inicios, también formó parte del mítico Centro Parakultural, un lugar que a mediados de 1980 fue paradigma de la cultura underground porteña y se convirtió en el principal productor de artistas que, ya en la década de 1990, accederían a los medios masivos de comunicación y sentarían las bases para una nueva generación.

Hoy, con 56 años, Llinás es una de las actrices más versátiles que se pueden encontrar en el país. En una entrevista con diario Hoy, habló de todo, sin pelos en la lengua.

—¿Cómo te iniciaste en la actuación?

—Jugando. De niña me di cuenta de que podía vivir otras vidas, otras realidades. Me gustaba disfrazarme y crear historias, iluminar con luces de colores para enrarecer el clima, poner música, actuar y bailar. Jugaba con mis amigas al teatro. Nuestros padres alentaban el juego, hasta llegaban a organizar funciones. 

—Hiciste teatro, cine y televisión, ¿cuál de estos lenguajes es tu preferido y por qué?

—No hay un preferido. Cada uno tiene su particularidad y su belleza. Lo que cambian son los momentos de mi vida por los que a veces priorizo uno sobre otro. Sin duda alguna, haber hecho la película La mujer de los perros como actriz, coguionista y codirectora junto con (la platense) Laura Citarella fue una experiencia inmensa que atravesó mi vida durante varios años. Lo que más me gusta hacer es crear, inventar algo de la nada. 

—¿Qué te traés entre manos para este año?

—Ahora estoy grabando Fanny, la fan una serie producida por Underground y Telefe. Me siento muy cómoda trabajando con Sebastián Ortega y Pablo Culell porque siento que confían en mi criterio y eso me da libertad para jugar.

Puede ser que hacia fin de año o principios de 2018 haga teatro, pero todavía no puedo adelantar nada. Además, en el Bafici, se van a ver dos películas en las cuales hice participaciones especiales: El candidato, de Daniel Hendler y Adiós entusiasmo  de Vladimir Durán. En algún momento del año se verá la segunda temporada de Psiconautas por TBS, que es muy arriesgada, políticamente incorrecta y absolutamente delirante. 

—¿Cuál es tu mirada sobre la televisión actual?

—Me gustaría que hubiera más ficciones, de diversos estilos. Las nuevas plataformas creo que pueden ayudar con eso, porque otorgan mucha más libertad, menos riesgos y llegan a todas partes. 

Creo que tenemos talento en todos los ámbitos necesarios para generar contenidos que se exporten, como claramente lo demuestran series como El marginal o Historia de un clan producidas por Underground. Navajo Films es otra productora que está generando contenidos innovadores. Con respecto a la televisión de aire, pienso que debería dejar de banalizarse. Está muy tomada por la tontería. Hacen falta programas que aunque entretengan, aporten al espectador algo que no sea una mera banalidad. Muchas veces veo que se menosprecia al espectador y se hacen programas porque es lo que la gente quiere. 

—¿Qué relación construiste con el público?

—Siempre lo respeté mucho. Antes como una entidad abstracta. Ahora, gracias a las redes sociales, esa abstracción empezó a ser tangible. Nunca hubiera pensado que, en momentos de inmenso dolor, el cariño del público fuera un bálsamo reparador. 

—¿Qué recordás de tu trabajo junto con Antonio Gasalla?

—Los comienzos fueron duros. Sentí como que me habían tirado al ruedo de sopetón.Yo admiraba mucho a Antonio y me costó encontrar la relajación y la confianza para divertirme. Ahí es cuando uno puede dar lo mejor de sí, sobre todo haciendo humor. Siempre estaba el temor de defraudarlo, no ser lo suficientemente 

graciosa, o molestarlo si lo era demasiado. Sin embargo, con el correr del tiempo, se generó un vínculo amoroso, rabioso a veces, pero que hizo que pudiéramos respetarnos y divertirnos trabajando juntos. 

Esos años me dejaron muchas enseñanzas. Además de un cariño por Antonio que, por suerte, siento que es mutuo.

—Fuiste parte del mítico Parakultural, ¿qué podés contarnos sobre esa experiencia?

—Es difícil hablar del Parakultural sin sentir que me estoy repitiendo hasta el hartazgo. Es por eso que voy a dejar lo anecdótico para concentrarme en un pensamiento que tuve hace poco. Bajo las normas de seguridad que existen después de Cromañón, un sótano como el 

Parakultural, húmedo y con serios problemas edilicios, nunca hubiera sido posible. Se hubiera cerrado antes de inaugurar. Por otro lado, la gente que hubiera podido poner un teatro con todas las exigencias municipales, algunas genuinas y otras no tanto, no hubiera podido generar el contenido artístico arriesgado y renovador que fue el llamado movimiento Parakultural. ¿Qué dilema, no?

—¿Cuán importante es el humor en tu vida?

—Perdón que me cite a mí misma, pero una frase que puse en Twitter  lo resume de la manera más exacta: En mi familia, lo último que se pierde es el humor, lo primero es la plata.

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