por daniel "profe" córdoba

Profesor, amigo y bohemio: la historia de una leyenda urbana de la ciudad de La Plata

Daniel Antonio Córdoba, personaje o leyenda urbana de la ciudad de La Plata, nació un 14 de enero de 1957 en una casa de 54 entre 18 y 19. Con mamá modista y padre obrero empleado del frigorífico Swift de Berisso, se encargó de armarse una carrera profesional sobre la base del conocimiento adquirido en la UNLP que lo llevó a ser reconocido a nivel internacional en muchos clubes en los que le tocó trabajar. Hoy, más vigente, sano y lúcido que otros entrenadores del fútbol argentino, festejará su cumpleaños en armonía y con mucho amor.

Por Daniel “Profe” Córdoba

Son las 3 de la mañana del 13 de enero. Día previo a mi cumpleaños. Me resulta muy fácil escribir notas sobre fútbol, sobre política, el ambiente artístico o sobre la vida misma. Pero me resulta terriblemente difícil, a pesar de que tengo tatuado en mis brazos aquella maravillosa frase de Mohamed Alí que dice imposible es nada, satisfacer el pedido de mi gran amigo Marcelo Balcedo y de mi gran amigo Juan Pablo Ferrari que me pidieron una semblanza de mi vida.

Me acuerdo de mi jardín de infantes en el parque San Martín donde estaba mi potrero donde me ofrecieron ir a River. Allí donde mi vieja los sábados me mandaba a la pileta y yo me escapaba y jugaba al fútbol con botita de gamuza y pantalones Oxford. Donde estaba la barra del Tano, hermano de Piri de Omar. Y de todos aquellos que jugábamos los sábados a veces entre nosotros mismos y a veces contra otros rivales.

Tantas veces me lastimé cabeza, cara, piernas por jugar en los recreos a la chapita. Jugábamos 1.000 contra 1.000 con una chapita de coca. Yo la manejaba increíblemente bien con las dos piernas y eso me valió el sobrenombre de Pelé para mis compañeros de primaria.

Después me acuerdo de mi Colegio Nacional, querida cuna de genios y no lo digo por mí en donde además de ser un buen alumno siempre terminaba los años con 24 amonestaciones por indisciplinado. Allí en donde cada torneo de fútbol siendo yo un flaco debilucho lo tenía que ir a jugar con custodia porque en las canchas del Nacional de canto rodado me pegaban tanto que el desaparecido NN Abel Vigo o el Narigón de Pascuales me iban a cuidar para que no se abusaran de los golpes.

De ahí, y gracias a una persona a la que debo mucho que es mi tío Chacho y mi tía Elvita, me inscribí en abogacía y fui empleado público. Fueron los únicos dos años en toda mi vida en donde hice algo que no me gustaba: ser empleado público en casa de gobierno y estudiar abogacía. Gran revuelo se armó cuando me llamaron para dar un examen y le dije a mi amigo y compañero de estudio Guillermo Curras que no estudiaba más abogacía antes de decirle a mi mamá y a mi tío Chacho. Eso me costó mucho tiempo que no me dirijan la palabra. Y en realidad había elegido estudiar dibujo publicitario porque cada vez que había un concurso de hacer tapas de libro, publicidades o tapa de discos yo me destacaba porque era muy creativo, siempre mi privó el hemisferio derecho el hemisferio de la creatividad. Pero como en ese entonces no había una carrera de publicidad, surge un momento bisagra en mi vida ya que ya no sabían dónde ponerme en Gobernación para que no molestase. Allí apareció uno de mis grandes maestros, el profesor Leónidas López Osornio, y me dice: “¿Usted es el profesor…? Perdón, ¿usted es Daniel Córdoba?”. “Sí, señor”, le contesté. “¿Quiere trabajar de guardavidas en la pileta de Gimnasia?”.

Le dije que en realidad yo quería trabajar en el río. Me dijo que lo pensaría y que iba a volver el día siguiente. Y cuando me quise acordar ya estaba trabajando en la pileta del Bosque. Allí fui instructor de natación, entrenador de natación y descubrí lo hermoso que son los chicos con otras capacidades hay como dice mi querido amigo Gabriel Pedrazzi limitaba la entrada de los jugadores de inferiores cuando hacían la pretemporada de verano.

En esa pileta y con 100 pibes atrás que me seguían el Profe Mirlo González me dijo que tenía que estudiar educación física. Pero era inmaduro, como quizás lo sigo siendo para algunas cosas.

Ya en la carrera, en el campo del deporte nacional, yo estaba como en la secundaria y todas las notas altas que sacaban los teóricos me bajaban en la práctica por rebelde y el promedio final de la carrera fue de 8.54. Ahí apareció mi segundo gran maestro que fue el profesor Don Ernesto Robo, quien dos o tres veces me salvó de que por mi indisciplina en las materias de campo me echaran del profesorado.

Esto se repitió a pesar de los consejos que me dieron cuando asumí en Estudiantes y me dijeron dos cosas como que “Tenés que decir que odiás a Gimnasia y que sos bilardista”, como lo dijeron mil mentirosos que nunca jugaron como jugaba a Bilardo pero sin embargo llegaban y decían que eran binardistas. Yo dije la verdad: no iba a decir ninguna de las dos cosas porque jamás iba a hablar mal de Gimnasia, en donde descubrí mi vocación y ahí descubrí lo maravilloso de trabajar con chicos de capacidades diferentes de la mano de la profe Violeta Cosani. Y Bilardo era uno de mis ídolos futbolísticos, pero yo siempre creí que tenía que ser agradecido a los jugadores, y no los técnicos del pasado de un club.

Antes de llegar a todo eso, como Profe aparecieron trabajos que me daban algo de buena remuneración pero que no me apasionaban tanto. Uno en esa época trabajaba de lunes a lunes, trabajos en los countries, trabajos para gente de dinero, trabajos particulares para mujeres y para niños con discapacidad que esos sí me hacían sentir útil.

En mi época de profe de Natación seguí los pasos de Violeta y llegué a la pileta cubierta de Estudiantes en 7 y 53 para seguir trabajando con chicos discapacitados.

Siempre digo que mi época de mayor felicidad fue cuando tenía las cátedras de la universidad estatal y católica; cuando de noviembre a marzo trabajaba de guardavidas en el Río y después en el mar, y cuando trabajaba con los chicos con otras capacidades.

A los 30 años decidí tener un hijo y así nació Daniel Adrián Córdoba, aunque después a los 33 me casé con Laura Mariela Moro y nacieron un crack de la vida como Sofía que como Daniel, Adriana hace 8 años que vive en París trabaja y estudia en el conservatorio de París dirección orquestal, dirección coral actuación etcétera y tiene 37 años Sofía a los 32 ya era abogada.

Mis hijos, como también ocurre ahora con Simón, tienen todos una gran virtud: tienen amor. Simón hoy es capitán de la Reserva del Gonnet Fútbol Club y él había jugado con el Negro Ata en Curuzú Cuatiá hasta los 10 años.

En el medio de tanta felicidad por los hijos llegó una gran desgracia que, como me dijo Daniel, es un palo que uno tiene en el trasero que a veces te duele y a veces no, que es la pérdida de Juancito. Con 3 años, vaya si lo fue. Eso llegó en el mejor momento de mi carrera como técnico, estuve dos años literalmente muerto en vida. Perdí como 15 kilos hasta que el psiquiatra Urrutia y todos los que me aconsejaban me hicieron hacer un clic. Dos años después de esa pérdida reaccioné y volví en el año 2001 a ser quien era antes de semejante desgracia.

Cuando era profe de la Universidad Católica, un alumno, el Coloradito Marcelo Screener, me dijo que me tenía que dedicar a ser técnico de fútbol con la misma convicción que me dedicaba a dar clases. Y le dije que lo mío era la natación. De todos modos surgió un encuentro con otro de mis grandes maestros después de esa charla: Don Miguel Ubaldo Ignomiriello.

Cuando lo vi pasó lo mismo que cuando mi exmujer me presentó a mi exsuegro, Don Alejandro Moro, junto con su esposa, Doña Norma Crosse de Moro. El papá de mi exmujer con los ojos celestes saltones levanta la vista, me mira, respira profundo y le dice: “¿Esto me traés?”.

Claro, yo tenía el pelo largo con reflejos, tres aritos en cada oreja, el flequillo cortado a lo príncipe valiente, musculosa, todo bronceado, los pantalones arremangados, cintitas en el brazo derecho y en el tobillo derecho, y en el cuello las chapitas que las levantaba del piso.

De la natación al fútbol

Empecé a trabajar con él en Cambaceres y logramos zafarlo del descenso. Después nos vamos a Talleres Escalada y en 6 meses salimos campeones de la B y lo dejamos en el Nacional B. Después vino Jorge Ginarte y con un equipo suplente de la Reserva de todos los clubes clasificamos para las finales de ese año El Nacional B. Luego aparece Miguel Russo y Hugo Gottardi, tarde en mi vida, y nos vamos a Lanús en donde como Profe ascendí, descendí, ascendí y fui Profe de esos planteles en Lanús hasta que me toca venir Estudiantes como físico en el ascenso. Dice las malas lenguas que yo no iba a venir, iba a venir otro preparador físico pero como se ocupó en otro trabajo cayó claro de aquel Profe de Cambacaceres a este de Estudiantes había crecido mucho el conocimiento.

Me basé en los entrenamientos del doctor Masa de Rosario y el profesor Horacio Selmi entonces claro había entrenamientos que eran muy novedosos y que me costaba mucho imponer a los técnicos tanto en el fútbol como en el boxeo.

Aquel Estudiantes que terminó ganando por afano el Nacional B tenía que entrenar a escondidas con pesas hechas por la gente del Country y también con mucho amor. Las barras eran de madera, eran palos y las pesas eran latas rellenas de cemento.

Los dos técnicos de ese equipo (Russo y Manera) se la pasaban en las habitaciones hablando por teléfono. Un día les golpié la puerta y les dije que con todo respeto les iba a decir que José Luis Calderón no quería jugar más de volante por la izquierda y que había que ponerlo de 9. Uno de los dos me dijo: “Bueno, dígale que está último en la fila…”. Después terminó siendo el goleador del campeonato y lo vendieron a Independiente.

La otra vez que fui a golpear la puerta de la habitación le dije, otra vez con todo respeto a Eduardo Manera, que Sebastián Verón no podía estar afuera de ese equipo. Y fui claro: “No puede jugar de 8. Tiene que jugar de de doble cinco libre con un cinco fijo atrás”.

Un día haciendo un trabajo con pelota se me ocurre armar mi equipo ideal que era 3-4-1-2 con Bossio; Llop de líbero, Rojas y el Ruso de stoppers, por afuera el “Sopa” Aguilar y Ramos, el “Rulo” París de 5 tapón parado y Seba de doble cinco libre. El Mago Capria y dos delanteros de los cuales uno era Calderón.

Al ver eso, Manera sale de su pieza (ya habíamos tenido un par de encontronazos) y me dice: “Profe, discúlpeme, voy a hacer fútbol”. Le dije que no había problemas y mandé a llamar a todos los jugadores al centro de la cancha. Y entonces me dice: ‘No, no, no… los que están de aquel lado déjelo como están”. Era el equipo que había parado yo. Desde ese día Estudiantes empezó a jugar más seguido con tres en el fondo, cuatro volantes, un enganche y dos delanteros.

Después en Primera, a Miguel y Eduardo no les fue bien y en una conferencia de prensa ellos renuncian. Yo pido la palabra y digo: “Vine con los señores, me voy con los señores”.

Adelante de los jugadores hago lo mismo: “Vine con los señores, me voy con los señores”. Me subí a mi auto y me fui. Estudiante buscaba técnico y nadie quería agarrar porque tenía 0,40 de promedio. Vino la dirigencia y me dijo que los jugadores querían que me pongan a mí y así todo cuando van a votación en la Comisión Directiva gano por un voto que siempre voy a agradecerle a Daniel de la Fuente que fue de él el voto y su voto como presidente valía doble.

Lo demás es ya sabido: ganamos el 95% de los puntos, el 3 a 0 en el Bosque el 17 de diciembre para cerrar un año maravilloso para el club.

Hay muchas anécdotas de esto, muchas de mi gran amigo y eterno Martín Palermo. No me puedo olvidar tampoco que Sebastián Verón. Me llamaba llorando desde primero de Génova y después de Roma, y de José Luis Calderón.

Más allá de los problemas que aún hoy acarrea en su vida, la utilidad que tuvo Patricio Arizaga en todo esto, yo me comí el mote de que consumía droga y yo nunca fumé ni un porro. Lo que pasa que Pachi fue tan leal conmigo y con Estudiantes y De la Fuente que yo como le dije a mi exesposa, el día que me vaya de Estudiantes probablemente no lo lleve, pero mientras esté en Estudiantes no lo puedo dejar afuera.

El paso como jugador de las inferiores y la Reserva del Pincha

Qué grande es querer una Argentina distinta. Qué cosas tan lindas ir a jugar a la rambla de 53 con una pelota de goma entre adoquines y raíces.

Cuando jugaba entre los 19 y 20 años en las inferiores de Estudiantes, tuve el honor de formar parte de un trabajo táctico del Narigón Bilardo enero de 1976 en donde nosotros parados al rayo del sol en 55 y 1 y él trabajando con el equipo ese Pesano, Peña, Horacio Rodríguez, Reguera, Pachamé, Carlos López, otro de los grandes que vi jugar, grandísimo jugador Galetti.

El periodismo, el accidente y las anécdotas con Grondona

Don Fernando Niembro, un gran maestro del periodismo para mí, me ofreció trabajar en La última palabra, un programa muy visto de lunes a viernes y los domingos en Fox Sports, donde estuve hasta que me accidenté en el año 2007.

La verdad, de mi vida personal tengo que pedir disculpas a muchísimos seres humanos y tengo que agradecerles también a muchísimos seres humanos. Especialmente cuando literalmente estuve muerto después de un accidente de tránsito en el Camino Centenario en donde yo venía de dejar a Simoncito en el jardín de Estudiantes, de llevar a mi hija Sofía a la escuela donde iba, iba para el gimnasio de mi amigo Gustavo Valquinta y alguien me toca y termino chocando contra una columna para no pasarme del otro lado, porque si no, me comía de frente todo el tránsito que iba hacia Capital. Yo estaba retornando a La Plata, se dijo cualquier estupidez, que venía de joda. Cualquier pavada no, como siempre le recuerdo que el medio en ese momento más poderoso que había en La Plata en cuanto a comunicación, el diario El Día, nunca habló de mí a tal punto que había un cartelito que yo mismo leí dentro de ese diario que decía: “De Córdoba no se habla ni bien ni mal. No existe”.

En ese accidente debo agradecerle a toda la gente que trabajó en la clínica de Villa Elisa porque ahí estuve muerto y me revivieron metiendo la mano en el agujero que me habían hecho, me apretaron el corazón y volví a arrancar.

Una vez Don Julio Grondona me dijo: “Si vos no dirías lo que decís, estarías en el Real Madrid o en la Selección de Inglaterra”. Pero, bueno, quizás ese mismo temperamento y ese mismo carácter fue el que me permitió llegar de tan bajo a tan alto.

Gracias a todos por haberme enseñado tanto como persona y profesional, a tratar de hacer siempre lo que está bien y dejar de lado lo que está mal, aún a costa de perder lo material. A todos, absolutamente a todos, a los buenos, y a los malos simplemente gracias e infinitamente gracias porque la gran mayoría con su bondad y la gran minoría con su maldad me hicieron tener un lugar en cada lugar donde pasé que dejé huella, dejé un camino, y acuérdense que el camino, muchas veces lleno de espinas, se hace al andar. Simplemente gracias, infinitamente gracias.

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