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EscándaloLa escritora Cecilia Szperling fue la musa de Mil horas, una de las canciones más célebres de Los Abuelos de la Nada, estrenada en 1983 y que los años convirtieron en un clásico.
28/04/2021 - 00:00hs
En los primeros años de la década del 80, la agitación social de la Argentina fue cobrando una dinámica incontrolable. En medio del fragor del retorno de la democracia, tras la crisis nacional por la Guerra de Malvinas y la asunción del presidente Alfonsín, el rock argentino recuperó protagonismo mediático y algunas de sus figuras se convirtieron en celebridades del espectáculo.
En ese entonces, Andrés Calamaro tenía 23 años y, tras abandonar la carrera de Abogacía, el destino quiso que formara parte de una de las bandas más emblemáticas de la historia del rock nacional: Los Abuelos de la Nada, un grupo que se gestó en el local de Pueyrredón 1723, en un sótano sin mesas y de ingrata ventilación, que alguna vez había funcionado como cabaret bajo el nombre “Jamaica” y que luego pasó a llamarse “La Cueva”.
Entre 1982 y 1986, Los Abuelos de la Nada grabaron cinco discos, pero el gran momento de Calamaro llegó en el segundo de ellos, Vasos y besos, en el que aparece uno de sus hits más recordados, Mil horas. El recorrido de la canción ha sido extraordinario; la señal VH1 la ubicó entre las 100 mejores canciones en español de aquella década; para la revista Rolling Stone, figura en el puesto 14 entre los 100 hits del rock argentino.
No obstante, como sucede con muchos clásicos, sus orígenes suelen difuminarse en la leyenda. ¿Dónde encontrar el nacimiento de Mil horas? ¿La Guerra de Malvinas? ¿El desamor? ¿La adicción? Lo cierto es que Calamaro le reveló al periodista Carlos Polimeni que el desafío con “Cuino” Scornik, el letrista oculto de la canción, había sido hablar de la mayor cantidad de estupefacientes sin que se notara. A nadie se le escapa que “un cohete en el pantalón” sería un porro o que “tan fría como la nieve a mi alrededor” fuera la cocaína. Pero ¿fue exactamente así?
La respuesta tardó más de tres décadas en llegar. A finales de los 70, Cecilia Szperling y Andrés Calamaro iban al colegio juntos. Ella estaba en segundo año, él en cuarto: “Se me acercó con rulos, camisa cuadrillé y me dijo: Soy el chico punk”. En un cassette le grabó lo que no podía desconocer del rock nacional.
Conversaban mucho, ella lo acompañaba a un sótano de la calle Corrientes, al lado de “La Giralda”, donde él tocaba con una banda de música rioplatense, Raíces. La belleza de esa mujer lo arrastró a un vértigo del que no supo cómo salir por mucho tiempo.
Se asió como un náufrago a una canción, pero fue inútil, en ella el desencuentro continúa y la espera se hace interminable: “Cuando escribí Mil horas, yo estaba enamorado de una compañera de colegio, Cecilia Szperling. Ella era dos años más joven y yo estaba perdidamente enamorado. Hace siglos no la veo, pero claro, ese muchacho de la canción era yo esperando en la calle
Cramer, donde vivía Cecilia con los padres”. Esa fue la confesión de Andrés Calamaro a un joven cineasta, Mariano Vespa –y aquí la vida sigue haciendo su magia–, alumno de cine de la actual pareja de Cecilia Szperling, el cineasta Andrés Di Tella.
La musa inspiradora, quien ahora es una escritora reconocida e integrante del Inadi, recordó así esa relación: “Nunca fuimos novios. Yo no salía con él. Para decirlo de alguna manera, fuimos mejores amigos. Yo lo supe siempre, pero la verdad que en el armado de una canción no es que él alguna vez me dijera que en esta parte hablara de mí; yo lo intuía, me lo había dicho de alguna manera”.