cultura

Aniversario del nacimiento de Felisberto Hernández

Nació el 20 de octubre de 1902 en Montevideo. Fue compositor, pianista y además un importante cuentista rioplatense. Lo recordamos con una carta de Cortázar que nunca llegó a destino.

Felisberto Hernández y Julio Cortázar no se conocieron personalmente, pero lo desearon como los protagonistas de sus cuentos fantásticos cuyas vidas son paralelas: compartían la pasión de contar historias y caminar por la ciudad entre dos tragos de vino.

El autor de Rayuela vivía en Chivilcoy hacia fines de la década del 30, cuando Felisberto, gran pianista y compositor, hizo una gira musical por Buenos Aires, incluyendo en su itinerario a ese pueblo.

Cortázar no faltaba a ningún concierto en esa aplastada ciudad en la que vivía, para no morir de “tristeza provinciana”. Como recordaría el propio escritor argentino: “Casi nunca pasaba nada, casi nunca se podía sentir que la vida era algo más que enseñar Instrucción Cívica a los adolescentes o escribir interminablemente en un cuarto de la pensión Varzilio”.

Quizá en un hotel de Chivilcoy Felisberto escribió alguno de esos cuentos fantásticos, tan cercanos a los de Cortázar.
“Felisberto, ¿vos te das cuenta, te das realmente cuenta de que estuvimos tan cerca, que a tan pocos días de diferencia yo hubiera estado ahí y te hubiera escuchado? Por lo menos escuchado, a vos y al mandolión y al tercer músico, aunque no supiera nada de vos como escritor, porque eso habría de suceder mucho después, en el 47, cuando nadie encendía las lámparas. Y sin embargo, creo que nos hubiéramos reconocido en ese club donde todo nos habría proyectado el uno hacia el otro. Yo te habría invitado a mi piecita para darte caña y mostrarte libros y quizá, vaya a saber, alguno de esos cuentos que escribía por entonces y que nunca publiqué”, escribió el autor de Bestiario en una carta que nunca llegaría a destino.
Quizá en ese encuentro también habrían hablado de música y escuchado los discos que a Cortázar tanto le gustaban: cuartetos de Mozart, Gardel, Jelly Roll Morton y Bing Crosby.

Muy probablemente se hubieran hecho amigos, y vaya a saber de qué manera ese encuentro habría incidido en sus respectivos futuros.

Escribe Cortázar en su carta: “Ah, Felisberto, qué cerca anduvimos en esos años, qué poco faltó para que un zaguán de hotel, una esquina con palomas o un billar de club social nos vieran darnos la mano y emprender esa primera conversación de la que hubiera salido, te imaginás, una amistad para la vida”.

Los unía  la vida de provincia, la miseria del fin de mes, el olor a pensión, el nivel de los diálogos, la tristeza de las vueltas a la plaza al atardecer. Un paralelismo entre dos vidas que enlazaba a Cortázar, desde esa helada medianoche de París cuando escribe la carta, al escritor uruguayo.

También podrían haberse conocido en París, porque Felisberto vivió un tiempo en el barrio Latino “y como a mí, te maravilló el metro y que las parejas jóvenes se besaran en la calle y que el pan fuera tan rico”, prosigue la carta. No hizo falta que se encontraran para que Cortázar quedara deslumbrado con El acomodador, Menos Julia y tantos otros cuentos de Felisberto Hernández en los que rememoraba, precisamente, tantas lúgubres andanzas por pueblos, tantos hoteles fríos y descascarados, salas con públicos ausentes, billares y clubes y deudas permanentes.

Cortázar termina su carta diciendo que en Felisberto están “las más sutiles relaciones de las cosas, la danza sin ojos de los más antiguos elementos; el fuego y el humo inaprehensible; la alta cúpula de la nube y el mensaje del azar en una simple hierba”. Y firma: “Te querrá siempre. Julio Cortázar”.

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