En la tierra de Tinelli, Charly García fue profeta

El músico se presentó en Bolívar, ciudad natal del conductor, e hizo delirar a 10 mil personas en un concierto histórico

Por Jorge Garay

Desde un escenario que duplicaba en altura a las casas bajas que pueblan Bolívar, esa ciudad del centro de la Provincia de Buenos Aires en la que nació Marcelo Tinelli, Charly García (62) hizo historia ante unas diez mil personas –nada más ni nada menos que la tercera parte de los habitantes del lugar-. 

García llegaba por primera vez a una tierra en la que las calles, edificios y eventos en general tienen el nombre del hijo pródigo que acaba de reinaugurar el Cine Avenida para una comunidad que lo vio apagarse hace más de 15 años. Llegaba precedido por la euforia popular de quienes recuperan lo perdido; pero con su irrupción, esa sala cinematográfica –enfrentada al escenario- no tardaría en convertirse en un adorno arquitectónico más de la avenida central y todas las imágenes de la víspera serían surreales: adolescentes, jóvenes y adultos –unidos por la cualidad transgeneracional de García- mencionando a “Serú Girán”, “Sui Generis”, “La Máquina de hacer pájaros”, “Charly”; olvidándose de nombres tales como “Showmatch” o “Tinelli”.

Era un acto de justicia para Bolívar, pero también para los habitantes de la región que asistían a ver, acaso por primera vez, a uno de los mejores músicos de nuestro rock. “No podía perdérmerlo. Esto es mi historia”, relataba un cincuentón, proveniente de Trenque Lauquén –a unos 100 km de Bolívar-.

La víspera

En una jornada con cielo amenazante, Charly movilizaba a una ciudad quieta y despoblada. Y al caer las primeras gotas de la tarde –incluso alguno soñó con que se repitiera el diluvio del concierto subacuático de Vélez 2009-, su sombra mecánica, rígida, de caminar torpe se paraba frente al atril de teclados para probar sonido, ante la ovación de un puñado de fanáticos que apenas podía verlo a través de un telón negro.

Faltaba para el show –para el verdadero show-, pero García daba indicios de su presencia, de esta etapa calma en la que hasta prueba sonido –algo impensado en su era más autodestructiva-, de su interés por recuperar del arcón la música creada, por celebrarla ante un público nuevo. Vestido con pantalón Oxford, remera y saco, era un signo de su tiempo: la reafirmación de su nostalgia por los ’60, la década beatle de la que él es hijo y a la que siempre vuelve. 

Estaba feliz, inquieto, incapaz de quedarse sentado en el piano de cola, parado frente a su atril de teclas o ante el Nord electro rojo. Y en ese afán de recorrer el escenario, aún con la tela negra cubriendo la cuarta pared, los que escuchaban el mini ensayo cortaron su aliento cuando el bigote bicolor tropezó y quedó suspendido en el aire, con el telón oficiando de red e impidiendo que su cuerpo de dos metros se estrellara contra el asfalto. Con la ayuda de unos tipos de seguridad pudo pararse, salir bailando como si nada y tocar de nuevo, para volver a caminar sobre el filo del escenario, desafiándolo. 

“Dejamos de tocar hasta nuevo aviso”, anunció, y el gran ensamble que conforman su banda rockera The Prostitution junto a los dos cuartetos de cuerda que integran Kashmir, acató.

El concierto

Luego de una hora, el nuevo aviso se dio y Charly, casi puntual, apareció ante la multitud vestido con un sombrero con pluma, saco negro –que luego cambiaría por uno violeta de cola- y camisa roja. Se presumía que iba a tocar poco y cantar menos -dejando esa tarea en la neófita voz de Rosario Ortega-, que no iba a ofrecer novedades, sino clásicos. Sin embargo, hubo otra cosa. Conocida es la frase de Jorge Luis Borges en la que afirma que cada vez que releemos un libro, el mismo cambia, y García mostró algo nuevo en la reinterpretación sinfónica de casi una treintena de clásicos, en la reconciliación con las distintas etapas de su pasado. 

Dileando con un alma, de su conflictiva –e incomprendida- era Say No More, desató la locura que se prolongó con temas de discos solistas como Piano Bar, Parte de la religión, Pubis angelical y de bandas como La máquina de hacer pájaros y Serú Girán. No faltó Los dinosaurios, esa oda contra la dictadura, luego de la cual el público que colmó el centro de Bolívar replicó al unísono: “El que no salta es militar”.

Y Charly, más joven, más comprensivo: “Muchachos, ya fueron los militares, les ganamos a los dinosaurios, queda alguno, pero no les vamos a tener miedo ahora”. De inmediato presentó un tema dedicado a “la mujer que más combatió a los militares”, Mercedes Sosa, cuya voz –por esas bondades de la tecnología- apareció cantando Cuchillos, a dúo con el sobreviviente.

Tras casi dos horas, García amagó irse con Eiti Leda para finalmente cerrar con su himno Inconsciente Colectivo –respetando la sinfonía Líneas Paralelas que hace poco presentó en el Colón-, dejando el goce amargo de la despedida en aquellos que saben que, al menos en esa tierra, no lo volverán a ver. 

“Predije todo”

Nadie puede negar que ya no es el mismo –¿cuándo fue el mismo?- pero tampoco se puede decir que haya vuelto de algún lugar, porque ni en sus tiempos más tortuosos se fue, sino que siguió creando; porque mientras los críticos pierden el tiempo añorando al “viejo” García en desmedro del “nuevo”, en el medio él celebra su música, la reconvierte, la rejuvenece, se sincera sabiéndose, tal vez, incapaz de componer novedades, rehusándose a ser pop y respetando su pasado glorioso. A fin de cuentas, no está mal celebrar. Total, ya predijo “todo”, expresó con razón soberbia en un momento de ovación máxima en Bolívar.

Como escribe Martín Zariello en su libro Sobre el rock, “siempre vuelve porque nadie le ata los cordones. Y cuando nos encontramos otra vez con él entendemos que nunca se fue, que los idos éramos nosotros fijándonos si estaba gordo o flaco, si se bajaba los pantalones o se le caían”. Si en Bolívar alguien pregunta si estaba gordo o flaco, no hallará respuesta. Charly es música, antes que circunstancia.