Así lo expresaron los integrantes del grupo que rinde tributo a Joaquín Sabina bajo una impronta específica e innovadora, por el regreso a los escenarios con un show que dará para hablar.
Conformada en La Plata, La Magdalena es un proyecto artístico integrado por Juan Bares, Fermín Raitelli Osácar, Manuel Hutchins, Pablo Fernández y Nicolás Lopardo. Además el súper equipo termina de completarse con Cami Lunelli; Aldana Bloise; Agustín Bucari y Mauro Peralvo.
En una entrevista íntima, los buenos muchachos recorrieron su trayectoria y adelantaron los detalles del show que darán el 23 de octubre, a las 21, en el espacio Doble T, ubicado en 34 n° 1618, entre 27 y 28.
—¿Bajo qué circunstancias surge este proyecto?
—En principio se trató de un proyecto que impulsó Juan Barés (cantante) con otros músicos y en el que fueron cambiando los nombres hasta llegar a la formación que tenemos hoy en día que es quizás la más duradera en estos diez años tocando. Llegamos a ser entre 8 y 9 músicos arriba del escenario hasta que finalmente quedamos nosotros cinco, lo cual nos parece un grupo bastante balanceado no solo en cuanto a despliegue técnico, sino también desde el aspecto musical. Hace ya cinco años que estamos con esta formación y creemos que encontramos el sonido definitivo de la banda, lo cual no es poco, siendo que no se trata de una banda que hace covers de Sabina. Nosotros preferimos apropiarnos de las canciones de Joaquín y darles una impronta distinta desde nuestra interpretación y el sonido del grupo.
—¿Qué balances realizan sobre estos años recorridos sobre los escenarios? ¿Qué debilidades y fortalezas encontraron en el camino?
—Hay varios y de distintos aspectos: las amistades que se formaron, no sólo entre los músicos sino también con la gente del público que nos viene a ver desde hace años. Con ellos también se han generado hermosas relaciones de amistad que nacieron de este amor en común que tenemos por Joaquín. Por otro lado, también está el oficio que nos dio como músicos el hecho de tocar arriba de un escenario por lo menos una vez al mes desde hace ya varios años. No sabemos si eso es muy común en las demás bandas, pero nosotros hemos tenido mucha suerte de poder subir a hacer lo que nos gusta todos los meses. La pandemia nos pegó como a todo el resto desde el punto de vista de la pérdida de un ritmo regular, en nuestro caso en cuanto a lo musical y ahora de a poco nos vamos adaptando nuevamente a ese trajín mensual de darnos el gusto de hacer música en vivo. No queremos sonar pedantes, pero no creemos que tengamos debilidades, y si las tenemos aún no nos enteramos de que existen. Lo decimos sabiendo que todos tenemos individualmente debilidades y limitaciones, pero como dijimos antes, tocar en grupo nos potencia lo bueno y hace que esas debilidades queden minimizadas o no sean tan evidentes. En este grupo no hay egos de ningún tipo: nadie se pone celoso del otro por un solo de guitarra, todos tenemos el mismo peso en el voto a la hora de una decisión artística o de incluir o no una canción en el repertorio o de discutir un arreglo musical. Eso no es fácil de conseguir, nos entendemos muy bien cuando tocamos juntos, al punto de no necesitar más que un gesto para entender hacia dónde vamos a ir. Eso es lo que nos ayuda a disimular esas debilidades individuales.
—¿Qué canciones no pueden faltar en su repertorio? ¿Cuál es el recorte cronológico que realizan dentro de la obra de Joaquín Sabina?
—Varias, por lo menos cinco o seis siempre están fijas en la lista de shows: 19 días y 500 noches, Princesa, Y sin embargo, Aves de paso, Pastillas para no soñar y Todavía una canción de amor son irreemplazables por lo que generan en el público y el feedback que se produce entre ellos y nosotros cada vez que las tocamos. Sobre el recorte temporal, nos hemos centrado siempre en la etapa discográfica que ocupa desde el 92 al 2002, más o menos. Seguramente hay perlas más antiguas o más actuales, pero los clásicos de Joaquín se han compuesto en esa etapa. Se van a encontrar con un grupo que no solo intenta sonar bien sino también hacer partícipe al público y que entre ambos pasemos un buen momento. Después de tanto encierro, bien nos viene a todos respirar música juntos y disfrutar de una cena con amigos y música en vivo. Sobre las cábalas, tenemos el abrazo grupal de aliento entre nosotros, la infaltable botella de vino y los hielos arriba de la mesa del escenario. No necesitamos más que eso.
La vuelta al ruedo
—¿Cómo se preparan para este show?
—Para este show en particular ya llegamos con un poco más de rodaje que al concierto que dimos en agosto, donde estuvimos ensayando durante un mes para ponernos a tiro tanto en lo musical como en la cuestión humana, que es tan importante como la música. Si bien mantuvimos siempre las charlas amistosas a través del grupo en WhatsApp, cuando hacemos música juntos es distinto: nos potenciamos para bien, tanto en lo humano como en lo artístico. Nuestro último show lo dimos en febrero de 2020 y después tuvimos que volver al aislamiento por el Covid-19, así que fueron casi seis meses sin tocar juntos y eso se nota. Por eso en la vuelta al escenario quisimos estar aceitados y bien ensayados para tocar no sólo las canciones que ya son clásicas de nuestro repertorio, sino además los nuevos temas que queríamos estrenar.