Antonio Ortiz, el platense que corrió hasta alcanzar sus sueños

Aunque a los cuatro años perdió la vista, nunca dejó de practicar atletismo. Con 17, acaba de ganar la medalla de plata en los Juegos Parapanamericanos de San Pablo

Sobre la mesa de madera descansa la medalla plateada. En el living  de su casa, ubicada en una tranquila calle de City Bell, a Angélica se le hace imposible contener el orgullo que siente por Antonio Ortiz, el menor de sus cuatro hijos: “Ama el deporte, le encanta”, dice a diario Hoy  con una sonrisa amplia y los ojos negros muy abiertos.

Antonio escucha desde el fondo de su habitación y con pasos silenciosos camina hasta el sillón de cuero negro. Tiene 17 años, 176 centímetros de altura y un cuerpo macizo logrado a fuerza de entrenamientos. 

“A los 3 empecé con natación”, cuenta. Desde entonces, nunca dejó de practicar actividad física, ni siquiera cuando a los cuatro le diagnosticaron retinoblastoma, un tumor canceroso en la retina que lo obligó a recurrir a controles médicos permanentes, hasta que a los 10 supo que no volvería a ver.

“Nunca me costó practicar atletismo”, se jacta. Y por eso mismo se siente casi culpable de haber ganado durante dos años consecutivos la medalla de oro en los Juegos Bonaerenses, porque le resultaba “más fácil hacer mejores marcas que chicos que se habían esforzado mucho para estar ahí”. 

En cambio, le parece “justo y correcto” que el mes pasado lo hayan premiado con la plata en los Juegos Juveniles Parapanamericanos de San Pablo, donde marcó 9.42 metros en lanzamiento de bala. “Estaba en igualdad de condiciones, por eso lo disfruté más”, retoma Antonio, mientras escucha maullar a su gata Lila que ha entrado desde una ventana que da al patio. La llama con un chasquido, la busca con su mano, la levanta y la sienta en su regazo.

A su lado, de pie, con los brazos apoyados sobre el respaldo de una silla, a Angélica se le humedecen los ojos: “Él siempre le pone mucha garra a lo que hace. Dice que no se lo merece, pero demostró que es un luchador de toda la vida. Para mí, mucho más que la medalla, es un gran orgullo que logre sus objetivos”, enfatiza, y explica: “Me fascina ver su humildad y sencillez en algo tan competitivo como el deporte”.

Un largo camino

Desde los tres a los 17 años, Antonio nadó, practicó torball, un juego de pelota exclusivo para ciegos y disminuidos visuales; equitación, velocidad, fútbol, lanzamiento de disco y de bala. Pero fue en 2015, mientras corría en el predio deportivo de la Escuela de Educación Especial nº 515 de Gonnet, cuando una profesora  advirtió sus condiciones atléticas.

Lo demás, llegó como una bola de nieve: fue seleccionado para representar a La Plata en los Juegos de Mar del Plata y, en la ciudad balnearia, el año pasado, deslumbró a un equipo del Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard), que no dudó en invitarlo a entrenar al complejo porteño. 

“El último verano lo pasó allí, preparándose para San Pablo”, asegura Angélica, y agradece a los entrenadores de su hijo “por tratarlo como un atleta y no como un ciego”. “Cuando uno tiene una discapacidad, lo importante es reparar en las condiciones que tiene y no en lo  que le falta”, concluye.

Sus pasiones

Antonio Ortiz suele viajar los sábados al Cenard. El resto de sus días transcurren entre el Centro de Educación Física (CEF) de Tolosa, la EEE nº 515 y el Colegio Nacional Rafael Hernández, del que espera egresar este año sin adeudar materias. “Nunca descuidó la escuela, no le gusta tener malas notas. Quiere terminar el año tranquilo”, señala Angélica.

El deporte y la academia también aparecen en el futuro del joven. Porque, al mismo tiempo que sueña con “crecer y mejorar” su rendimiento atlético, proyecta estudiar Antropología, por su interés por “las diferentes culturas”, cuenta con una mano apoyada sobre el lomo gris de su gata Lila, y la otra llamando a su labradora Mora, que acaba de entrar por la puerta entreabierta del living. 

El tiempo libre, dice, lo divide entre sus mascotas, su “gran compañía”, y su pasión por Gimnasia, difícil de describir “desde acá, sentado”. “Pero en la cancha todo cambia”, suelta a Lila, agita los brazos, sin pararse, y asegura: “Estar ahí provoca un sentimiento de fervor colectivo, como de recital, porque estás cerca de los jugadores, de los hinchas. Es un ambiente que te contagia”.

La integración deportiva, amenazada por una disputa

Cada lunes, pasado el mediodía, Angélica Ortiz pasa a buscar a Antonio por el Colegio Nacional Rafael Hernández y de allí lo lleva hasta la Escuela de Educación Especial nº 515 (EEE Nº 515), ubicada en calle 495, entre 14 y 14 bis 

(Gonnet). Pegado a esa institución para ciegos y disminuidos visuales hay un predio deportivo en el que, junto a cientos de jóvenes y niños, Antonio practicó atletismo durante al menos cuatro años.

Pero, tal como viene informando nuestro medio, ese campo es motivo de disputas, desde que el 12 de diciembre pasado las autoridades de la EEE nº 515 y la Sociedad de Fomento Polideportivo de Gonnet (SFP) acordaron que la institución educativa prestaría la parcela a la SFP que, a cambio, se comprometió a realizar reparaciones y mejoras.

Para Angélica, la SPF “incumplió” ese convenio, “porque la idea era impulsar el mejoramiento de la pista de atletismo” y, en cambio, “alambraron el predio, colocaron una bomba de agua y crearon una cancha de fútbol”.

Según sostienen los directivos de la EEE nº 515 y los padres de los alumnos que desde hace varias semanas se manifiestan con cortes en la calle, esas obras constituyen verdaderos “obstáculos” para los no videntes. Según Angélica, “hoy, los chicos no pueden entrenar, porque corren el riesgo de chocarse el alambrado y es un peligro”.

La situación ya es investigada por la Dirección General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires, que en los próximos días convocará a ambas partes. No obstante, ya anticiparon que el acuerdo firmado el año pasado “no fue avalado” por el Consejo Escolar, organismo que otorga validez a cada convenio educativo.

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