Arthur Miller, el escritor que enamoró a Marilyn Monroe

Fue uno de los grandes dramaturgos del siglo XX. Con su obra retrató la decadencia de la sociedad norteamericana. Durante cinco años fue marido de Marilyn Monroe.

Se conocieron en 1950. Los presentó el director de cine Elia Kazan. Ella tenía 24 años y ya había alcanzado la cima de Hollywood con películas como Juventud en peligro, Tormentas de odio y Mientras la ciudad duerme. Él, 11 años mayor, era autor de más de una decena de libros y, el año anterior, había estrenado una de sus obras maestras: Muerte de un viajante —cuyo papel protagónico fue encarnado por algunos de los mayores actores del mundo entero, desde Dustin Hoffman hasta Alfredo Alcón—. Estuvieron más años de novios que casados. La boda entre Marilyn Monroe y Arthur Miller se celebró en 1956 y el matrimonio duró cinco años.

Nacido en el barrio neoyorkino de Harlem el 17 de octubre de 1915, Arthur Miller fue, sin duda, junto con Eugene O'Neill y Tennessee Williams, una de las figuras claves del teatro norteamericano del siglo veinte. Obras como Panorama desde el puente, El precio, Todos son mis hijos, Las brujas de Salem y Un hombre con mucha suerte, donde desplegaba su fino manejo del lenguaje teatral, conocieron cientos de versiones en los escenarios del mundo entero.

Miller demostró la fortaleza de sus convicciones en los años del macartismo. No solo se negó a denunciar a sus compañeros del ámbito teatral y cinematográfico que eran víctimas de una caza de brujas llevada a cabo por una comisión parlamentaria de “actividades antinorteamericanas”, sino que ahondó, en sus declaraciones públicas, la crítica a la realidad social norteamericana tan presente en sus obras. Dijo entonces, cuando fue llamado a declarar en Washington: “Quiero que entienda que yo no estoy protegiendo a los comunistas ni al PC. Lo que estoy tratando de preservar —y seguiré haciéndolo— es mi idea, mi opinión de mí mismo. Lo único que puedo decirle, señor, es que mi conciencia no me permite dar el nombre de otras personas y causarles un problema. De modo que le pido que no me pregunte sobre eso”. Por esa actitud lúcida y obstinada, Arthur Miller fue condenado a treinta días de prisión y el pago de quinientos dólares. Los que pensaron disuadirlo con ese castigo no sabían que este escritor no escarmentaría a lo largo de su vida. En los años sesenta alzó la voz contra la Guerra de Corea y de Vietnam, integró organizaciones de derechos humanos y defendió todas las experiencias políticas de izquierda que se producían en el mundo.

Tenía 20 años cuando estalló la guerra civil española. Desde un primer momento no vaciló a qué lado apoyar. Cuando en 2001 le concedieron el Premio Príncipe de Asturias, dijo en España: “No hubo ningún otro acontecimiento tan trascendental para mi generación en nuestra formación de la conciencia del mundo. Para muchos fue nuestro rito de iniciación del siglo veinte, probablemente el peor siglo de la historia”. Para Miller, el franquismo era un emblema del feudalismo eclesiástico mundial, la sinrazón y la muerte de la inteligencia.

En 1986, Mijail Gorbachov quiso conocer personalmente a Arthur Miller: “A diferencia de sus antecesores, Gorbachov no estaba ojeroso y abotargado a consecuencia de la bebida; llevaba traje marrón, camisa beige, corbata a rayas y poseía sonrisa obsequiosa y un destello de inteligencia moderna en la mirada”. Así describió Miller al líder soviético en una columna publicada en la revista Newsweek.

Arthur Miller visitó nuestro país en 1993, invitado por una Fundación a dar un seminario sobre “Los intelectuales, la libertad creadora y el poder político”. Fue entonces que la gente del teatro de argentina tuvo oportunidad de manifestarle la importancia que sus obras tuvieron en las producciones propias.

Tenía más de ochenta años cuando se lamentaba de estos tiempos “de hambre y derroche en el que vivimos, con un proletariado menguante, una clase media que se aburguesa y una creciente masa de indigentes (o de trastornados por el hambre) que vagabundean por las ciudades del capitalismo”. Para Arthur Miller, el arte fue siempre la venganza del espíritu humano contra los seres estrechos de miras.

Arthur Miller murió el 10 de febrero de 2005. Hasta el último momento, el escritor recordó a esa centella que atravesó su vida: “Un día le dije a Marilyn: eres la chica más triste que he conocido. Y ella me respondió: Nadie me lo había dicho nunca de ese modo. Fue una poetisa callejera que habría querido recitar sus versos ante una multitud ávida de arrancarle la ropa. Carecía de sentido común, pero poseía algo más sagrado, una potente clarividencia de la que solo era consciente a ráfagas. Para ella los seres humanos eran necesidad pura, herida abierta”.

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