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Ascencio Brunel, jinete de la rebeldía

Fue el delincuente más buscado del sur de nuestro país. Tuvo fama de hombre lobo y sus hazañas se siguen contando en la Patagonia.

En su camino no hubo sino deseo, aventura, peligro y compañeros. Su ambivalencia es tenaz: conocido por saltar de un caballo a otro y enseñarles a correr en paralelo. Y también por despreciar las monturas. A comienzos del siglo XX, Ascencio Brunel se había convertido en el delincuente más buscado de la Patagonia. Ungido como leyenda popular, sus hazañas corrieron de boca en boca y fueron llevadas desde el sur de Santa Cruz hasta el norte de Chubut por los pobladores que se desplazaban con arreos o perseguían algún trabajo.

Fueron las policías chilena y argentina quienes lo empujaron definitivamente a la vida de cuatrero. A partir de entonces vivió entre Santa Cruz y Chubut, siempre perseguido pero jamás atrapado. En un parte enviado por el comisario de Santa Cruz al gobernador, se lee: “Cumplo con el deber de poner en conocimiento de V. S. que la persecución llevada a cabo por el que suscribe del reo Ascencio Brunel me fue adversa pues ni los rastros he podido encontrar. Cinco días ha durado la persecución y me vi obligado a regresar por encontrarse cansados los caballos que llevaba”.

Los testimonios de época, cuenta el escritor Osvaldo Aguirre, lo describían como una mezcla de bárbaro y ermitaño: vivía solo, se cubría con cuero de animales y robaba a los fines de la supervivencia. A los ojos de Jack van den Hayden, un belga vagabundo que fue cazador y trabajó como peón en Santa Cruz, Ascencio Brunel era una especie de hombre lobo: “La leyenda sobre su vida afirma que solo comía la lengua de los yeguarizos que mataba, y que con este único fin robaba los animales”.

Era un magnífico jinete, habilísimo en rifle y lazo, y su existencia fue la del forajido. Nunca quiso pertenecer a una sociedad de hombres sometidos. Durante largos años logró eludir la ley, pero con el avance de la civilización y el crecimiento poblacional aumentaron en forma gradual los riesgos, hasta que al fin tuvo que ocultarse en la maleza y subsistir de lo que pudiera carnear o robar.

En noviembre de 1895, lo descubrieron cuando merodeaba la toldería del cacique Kankel, en Río Mayo, Chubut. Brunel había raptado a una mujer de la tribu, quien al regresar no quiso cometer la bajeza de delatarlo. Los indígenas lo ataron sobre una mula y tras doce días de marcha llegaron a la colonia 16 de Octubre. Allí lo entregaron al gobernador de Chubut, Eugenio Tello, quien lo condujo a Gaiman. Los colonos de aquel pueblo escucharon fascinados sus historias y Brunel se granjeó la ­simpatía general con los recuerdos de la difícil vida en la frontera; así consiguió que le quitaran los grilletes. El 20 de febrero de 1896 logró escapar después de montar un caballo de la comisaría.

Una hazaña inolvidable

Una de sus más inolvidables hazañas quedó inmortalizada en el libro Historias de la Patagonia de Francisco Juárez, que tuvo por escenario a Trelew: “Lo habían detenido y se encontraba encerrado con esposas en un cuarto del segundo piso del cuartel, cuando llegó el comandante y dejó el caballo –como solía hacerlo siempre– con las riendas sobre la montura, cerca de una ventana. Quiso la casualidad que estuviera precisamente debajo de Brunel, quien sin vacilar aprovechó la oportunidad para saltar sobre el lomo del animal y alejarse a toda carrera. Las esposas se encontraron más tarde en un lugar cerca del río Chubut”.

El sacerdote Alberto de Agostini fue uno de los que contaron su versión del final de Brunel: “Fue muerto por algunos colonos en la región Última Esperanza, donde hacía estragos en los vacunos. Asaltado de noche en su escondrijo, se defendió hasta lo que pudo con un Winchester”. La historia jamás registró fecha ni circunstancia probable de su muerte.

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