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Casablanca lo que no se sabe de un clásico del cine

Una película que tiene más de 80 años pero que aún sigue emocionando. Hay curiosos datos de su filmación que recién se conocieron mucho después.

La película dirigida por el húngaro Michael Curtiz se estrenó en 1942 y, a estas alturas, nadie duda de que se trata de uno de los mayores clásicos de la historia del cine. Lo que poco se sabe es que está basada en una obra del teatro independiente -Everybody comes to Rick’s-, escrita por una pareja de profesores de escuela secundaria, adquirida por 20.000 dólares, que los guionistas –los hermanos mellizos Epstein y Howard Koch- adaptaron sobre la marcha.

La película no hubiera podido salir del limbo del cine clase B si se hubiera seguido la sugerencia del estudio, que pretendía que el papel de Humphrey Borgart fuera hecho por Ronald Reagan. El azar también contribuyó para que se formara esa dupla que venció al tiempo. A Ingrid Bergman la rechazaron de una película a cuyo casting se presentó con la excusa de que era demasiado “culona”. Ninguno de los que participó en Casablanca sospechó que estaba contribuyendo a la creación de una de las mayores leyendas de la historia del cine.

No bien se estrenó en cine, Charles De Gaulle pidió una copia de la película para verla con su Estado Mayor, Umberto Eco dijo que se trataba de una obra de dimensiones homéricas. Numerosos escritores y pensadores dedicaron páginas y libros sosteniendo con las más diversas argumentaciones la grandeza del film. El tiempo se encarga de ir empujando con lentitud hacia la decadencia a la mayoría de las obras humanas. Casablanca es una excepción. Es una película para la que no pasan los años.

Arthur Dooley Wilson es el actor norteamericano que hace el papel de Sam, el personaje a quien Rick Blaine –Humphrey Bogart- le pide que toque otra vez As time goes by. Arthur tocaba de veras el piano. Había sabido ganarse la vida como músico en un teatro de variedades de Chicago. Su condición de pianista había sido evaluada a la hora de contratarlo para la película. Ese piano con rueditas que se utilizó en la película, hacia fines del siglo veinte fue comprado por un multimillonario japonés que pidió permanecer en el anonimato, en una subasta de Sotheby’s.

El Rick’s Café Americain -regenteado por Bogart- es uno de los centros de gravedad de la película que tiene como uno de sus momentos cumbre la secuencia en que una multitud de extras-muchos de los cuales habían huido del régimen nazi o tenían familiares muertos en los campos de concentración- cantan La Marselleise.

La película dura 102 minutos pero no hay espectador que no quiera que su duración se prolongue más. Cuando se estrenó, en 1942, la propaganda de boca en boca fue más efectiva que cualquier aparato publicitario. El público hacía horas de cola bajo la lluvia; la crítica se deshizo en elogios; los premios comenzaron a llegar en tropel. De los ocho Oscars a los que fue nominada, la película se alzó con tres –mejor película, mejor director y mejor guion–.

Hasta ese momento, Humphrey Bogart había filmado 44 películas, algunas de ellas de gran éxito: Río arriba, Cuerpo y alma, San Quintín, Angeles con caras sucias, Hombres marcados y El halcón maltés. Tenía una bien ganada fama de duro. A partir de Casablanca, a esa condición de imperturbable que nunca perdió, sumó otra: la de galán. Su esmoquin blanco puertas adentro, y su inconfundible impermeable bajo la lluvia, le dieron la talla invencible de seductor. Por su parte, Humphrey dijo: “Cualquier hombre tiene sex-appeal si es Ingrid Bergman quien lo mira”.

Ingrid Bergman no había sido la primera opción. La primera alternativa para el protagónico femenino había sido Olivia De Havilland. Michel Curtiz había visto la decena de películas que había filmado Bergman, y quería que la actriz sueca fuera una de las figuras principales de la película. Pero Ingrid Bergman le había dicho que estaba interesada en otro proyecto cinematográfico.

Sin embargo, un día, ella entró de pésimo humor a la oficina de Curtiz, y le contó, roja de ira, que la habían eliminado de la película en la que iba a participar porque tenia el culo muy gordo para andar todo el tiempo en pantalones.

El personaje encarnado por Bergman, Ilsa Lund, en una primera versión era una divorciada norteamericana desinhibida y que, a medida que fue avanzando el proyecto, alcanzó una densidad dramática que la volvió rara, única, enteramente inolvidable.

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