cultura
Cuando la guitarra tiene voz propia
Luis Salinas, uno de los mayores guitarristas argentinos, frecuenta todos los géneros musicales con idéntica soltura, como lo demostrará este viernes en nuestra ciudad.
Tanto su padre como su padrastro fueron músicos, por eso descubrió de niño que todo lo que ocurre en la vida puede expresarse en una guitarra. No era fácil en Monte Grande tener una guitarra propia, tuvo que esperar 27 años; mientras tanto, echaba mano a cualquier instrumento de sus vecinos que le permitiera descifrar los secretos de ese instrumento hecho de madera, cuerdas, clavijas y alma.
Sus maestros de música fueron los discos: los escuchaba una y otra vez hasta poder reproducir minuciosamente en la guitarra cada uno de los acordes de guitarra. Cuando se equivocaba, volvía a escuchar el disco, hasta acertar con la nota exacta. Eso cuando la suerte le permitía hacerse con un disco, la mayoría de los veces tenía que conformarse con lo que escuchaba en la radio y esperar que volvieran a pasar la misma canción para completar el aprendizaje. Nunca supo escribir música, es como si la llevara escrita adentro y él se dedicara laboriosamente a deletrearla; pero se ha vuelto un magistral baqueano del instrumento llevándolo por los caminos que va abriendo a golpes de imaginación.
La vida, con sus oleajes inesperados lo llevaría a compartir escenario con B. B. King, Mercedes Sosa, Tomatito, Rubén Juárez, o encontrarse en un piso 50 de Manhattan con Tommy LiPuma –productor de Miles Davis, Paul McCartney, Barbra Streisand y Diana Krall, entre otros–, quien le hizo grabar dos discos en Nueva York. Pero el camino fue muy largo y accidentado. Antes de tomar un avión a Suecia para hacer su primera actuación en el exterior, tuvo que trabajar de sodero, empleado en un frigorífico, tapicero, y cosechador de hongos en una fábrica; luego, actuar en bolichitos donde se juntaban apenas un puñado de noctámbulos en busca de algo de música. Un domingo, en que no salió el habitual aviso en el diario, tocó para una sola persona en el mítico Oliverio, un sótano ubicado en Paraná 328 de ciudad de Buenos Aires. Esa noche, Luis Salinas tocó con el mismo compromiso y responsabilidad con que lo haría frente a una multitud.
No se lo puede encasillar como jazzero, pero ha tomado de esa música la libertad de sentir que todas las opciones están disponibles y se puede improvisar, yendo y viniendo, como quien teje un tapiz sonoro lleno de sorpresas. Esa versatilidad y libertad ilimitada es la que tanto se le admira en nuestro país y en el exterior. Luis Salinas tiene una relación entrañable con España, país en el que es muy valorado: “Me siento halagado con el reconocimiento español porque esa es tierra de guitarras, allá están los mejores del mundo”. Con su disco Luis Salinas y amigos en España ganó el Premio Gardel. Tiene una profunda amistad con Tomatito –nombre artístico de José Fernández Torres–, un guitarrista eximio que acompañó a Camarón de la Isla durante los últimos 18 años de su vida: “Con Tomatito nos conocimos cuando me llamaron para hacer el disco Palabra de guitarra latina. Nos hicimos amigos enseguida, ya desde los ensayos. Hoy en día es como un hermano”.
Su hijo, Juan Salinas, tenía cuatro años cuando se subió por primera vez a un escenario para acompañarlo. Fue en Villa Gesell. Cuando, pasado el tiempo, el hijo decidió tomar el mismo camino del padre, Luis le dijo a Juan: “Tenés que sentir tus notas, escuchar a tus compañeros y disfrutar, no tenés nada que demostrar. Si lográs eso lo vas a pasar bien vos, tus compañeros y la gente”. Algo así es lo que el propio Luis Salinas debe decirse a sí mismo cada vez que se sube a un escenario, por esa actitud que tiene de niño que sube a un escenario a jugar con sus amigos, a explorar un mundo que cuanto más se lo conoce más tiene para ofrecer. Ese territorio lleno de milagros que seguimos llamando música.
El próximo viernes 3 de noviembre Luis Salinas estará tocando en nuestra ciudad –en el teatro Metro, ubicado en calle 4 entre 51 y 53–, acompañado por Juan Salinas, César Durañona, Carlos “Patán” Vidal y algunos artistas de esta ciudad, a la que vuelve continuamente para proseguir un diálogo que, por suerte, no tiene fin.