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Curiosidades acerca de los elefantes

Estos gigantescos mamíferos son una fuente inacabable de asombros. Pese a ser pacíficos y solidarios, el ser humano siempre tuvo una relación conflictiva con ellos.

La primera aparición histórica del elefante como arma táctica se remonta a la célebre batalla de Arbelas, en la ribera del río Bumodos, ganada por Alejandro a Darío. Allí tendrían lugar dos acontecimientos fundamentales: el vencedor fue ungido emperador y la fundación de Alejandría. El elefante, tomado como unidad, se llamó “zoarquía”. El régimen militar denominó “covartarquía” a la división de dieciséis elefantes. Tiempo después, el rey griego Pirro llevó los elefantes en su guerra contra los romanos.

Los elefantes habitan la tierra desde hace alrededor de ocho millones de años y cada cultura se vinculó con ellos de una manera diferente. Hijo de los dioses Shiva y Parvati, Ganesha es una de las divinidades más veneradas de la cultura hindú, como un numen benevolente por excelencia.

Los elefantes pequeños pueden andar desde el primer día y, por consiguiente, no necesitan ser llevados sobre las espaldas —demasiado elevadas— de su madre. Esta, sin embargo, es cumplidora de sus deberes y siempre toma con su trompa la del recién nacido, conduciéndolo como una niñera; en algunos casos, lo hace caminar delante de sí, como si no quisiera perderlo de vista en la espesura de la selva.

Una curiosidad de estos animales es su adicción al alcohol: muchos cazadores afirman que han visto manadas enteras conduciéndose de manera extravagante; molestándose los unos a los otros y vacilando sobre sus patas. Se embriagan deliberadamente ingiriendo mijo a medio madurar que luego fermenta en el estómago. El vino de mijo es una tradición en los pueblos asiáticos. Los machos jamás permiten a las hembras ni a las crías que consuman alcohol, solo ellos se reúnen en gran número para asaltar los campos de mijo.

Es muy extraño hallar un elefante dormido en la selva. Algunos cazadores y sportmen famosos sostienen que los elefantes duermen de pie, “pero nuestra aventura —refiere el príncipe Guillermo de Suecia— comprueba evidentemente que no siempre es así”. La realeza tiene la costumbre de perseguir a estos gigantescos animales que son un símbolo de armonía con su entorno. Siempre esos ataques son realizados a traición, cuando los elefantes se encuentran más inermes. Tal es el caso de una anécdota contada por el príncipe escandinavo, que sorprendió dormido a un elefante, descansando sobre su costado con las piernas estiradas, oportunidad que aprovechó para hacerle varios disparos al animal. El cazador se escandalizó cuando el animal atacado se incorporó para defenderse y, como los disparon continuaban, se terminó perdiendo en la espesura, dejando tras de sí huellas sangrientas que se confundían con las de una gran manada de la misma especie.

El cerebro del elefante está tan sólidamente cubierto bajo una plancha ósea situada sobre la raíz de los molares superiores que los proyectiles resbalan sobre ella cuando el animal enfurecido levantaba la cabeza y atacaba a su adversario. Las balas que se le disparan por el costado quedan detenidas en sus huesos y en los resistentes cartílagos que soportan las raíces de sus colmillos, los cuales penetran hasta un metro de profundidad para mantener el equilibrio de la cabeza y poder resistir el esfuerzo cuando sirven de palanca y desarraigan los árboles. Como las manos del hombre, uno de los colmillos del elefante suele estar más desarrollado.

Un estudio de los elefantes propiedad de los grandes circos Barnum reveló que, durante el sueño, un rebaño de estos animales destaca siempre unos cuantos centinelas. De los treinta y cuatro elefantes machos de uno de los circos, veintinueve dormían pacíficamente en el suelo; pero cinco se mantenían de pie. Cuando alguno de estos cinco se echaba, otro se levantaba y ocupaba su puesto. Este relevo de la guardia se llevaba a cabo con tanta regularidad como si formase parte de la rutina circense que debían ensayar.

En las expediciones de caza mayor, se ha visto cómo socorren los elefantes a un compañero herido. Arrodillándose al lado, sin temer a los disparos, pasan por debajo de él los colmillos para ayudarlo a levantase. Si el herido puede mantenerse de pie, lo colocan entre dos del rebaño y lo ayudan a huir a lo profundo de la selva.

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