Olga Costa Viva, la argentina que deslumbró a Heidegger
Mientras realizaba un doctorado en Alemania, conoció a uno de los mayores filósofos del siglo XX, con quien vivió un fulminante romance. Sus cartas de amor se subastaron en 2014.
CulturaTreinta años antes de obtener el galardón, la escritora inglesa, que había pasado su infancia en ese país africano, regresó para visitar una escuela, donde conoció la siguiente historia.
12/02/2021 - 00:00hs
Doris Lessing había vivido en Zimbabue la mayor parte de su niñez y juventud. En 1977 regresó y visitó una escuela rural de África del Sur, en lo profundo del campo, donde alumnos de todas las edades se amontonan frente a una puerta señalada como “Biblioteca”, donde un maestro sonriente los espera. Los alumnos asisten desde los alrededores, kilómetros y kilómetros de campos enmalezados, de aldeas que carecen de todas las comodidades.
La escuela representa para ellos la esperanza de escapar de la pobreza de estas aldeas, del campo, de sus vidas.
En la sala con el cartel de “Biblioteca”, había libros. Las paredes sin revocar estaban en su mayoría desnudas. Los estantes, casi vacíos. Una pila de revistas viejas, otra de diarios viejos. Revistas del National Geographic de hacía muchos años. Y eso era todo. En esa escuela rural, los chicos hacían fila para conseguir uno de los pocos libros que había, no importaba cuál ni si era adecuado o no, para leer en la escuela o en su casa. Estos alumnos vivían en chozas de paja y barro, en aldeas desparramadas por el campo que en su mayoría carecían de electricidad, de teléfono, de agua corriente, de cloacas. En el centro de estas chozas, un tronco arde toda la noche, para cocinar y para alumbrar. Si un chico quiere hacer la tarea o leer, debe usar la luz de esa llama intermitente.
No hay libros en esas chozas: tal vez, una Biblia. Y en otras partes de África, igualmente pobres, un Corán.
Hay cinco idiomas oficiales en Zimbabue. El inglés es el idioma común, como lo son el portugués o el francés en otras partes de África. Suele haber polémicas encendidas entre los que quieren libros en idiomas locales y los que opinan que el inglés, por ejemplo, representa una mejor entrada al gran mundo. Cuenta la escritora: “Para encontrar en Europa esta clase de respeto por los libros y por la educación, es necesario remontarse a tiempos remotos, antes de que la revolución de la imprenta hiciera entrar los libros a las casas de la gente”.
En una escuela en Zimbabue, que había logrado conseguir libros suficientes como para llevar adelante una clase de lectura, los alumnos debían, una vez terminada la lección, desfilar frente al docente, que observaba mientras otros compañeros inspeccionaban a uno por uno, en caso de que alguien se hubiera tentado de robar algún valioso libro. Una mañana, entre las sábanas de un niño de 6 años, descubrieron un libro gordo que, según decía en su portada, era de física avanzada. La física de fines de los años 30 no era la misma que en 1990. Ese libro era el descarte de una excelencia, largo tiempo pasada.
El culpable fue llevado, sollozando, frente a sus jueces, un maestro -un chico de 19 años- y su ayudante -de 12-. Doris Lessing, recrea el diálogo:
—¿Por qué robaste este libro?
No hubo respuesta. El niño habría estado pensando, al igual que nosotros tantas veces hacemos, “qué pregunta boba”.
—No podés leerlo, porque no sabés leer. Apenas podés levantar este libro. ¿Por qué lo robaste? ¿Para qué?
—Quería tener un libro propio (gimió el delincuente).