Cecilia Collazo, una platense que hace y divulga poesía
Poeta y psicoanalista nacida en nuestra ciudad, es una convencida de que la literatura abre distintos mundos gracias a la palabra y la imaginación.
Es autora de Poética despiadada, Dueloinvento, La Rosa de Cobre. Psicoanálisis y poesía y Lonja de real, entre otros títulos, además de varios libros de psicoanálisis. Sus poemas han sido publicados en Perú, México, Brasil, España, Portugal y Argentina.
Con su programa de radio Poética viva, dio gran divulgación a la producción de nuestra región. Descubrió la poesía de niña, gracias a la lectura de las maestras de la escuela primaria y de sus padres, que la incentivaron a leer a grandes poetas de Latinoamérica, como Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, María Elena Walsh, entre otras.
En diálogo con diario Hoy, Cecilia Collazo contó sus experiencias y reflexiones en torno al arte del verso.
—¿Qué es para vos escribir poemas?
—Es una epifanía, un destello de luz o de oscuridad que aparece y puja por salir. Es lo más íntimo y lo más externo a la vez. Algo del sonido de las palabras, de lo que las imágenes sugieren, de lo que acontece en la naturaleza o en la vida misma, tocan un pequeño trozo de esencia, donde se cuaja el poema y allí se hace la luz de una pequeña revelación de lo propio. Escribir un poema es plasmar esa epifanía y dejarla partir por sí sola. Cobra así su propia vida y ya no nos pertenece.
—¿Cuáles son los lugares de La Plata que más tienen que ver con tu historia personal?
—Un lugar en La Plata es 18 y 47, pleno barrio de tilos y naranjas silvestres, las calles que circundan esas zonas son mi infancia y mis recuerdos. No viví mucho tiempo allí, pero sí momentos muy fuertes que labraron mi historia y mi escritura. Allí nació y se crio mi padre, y vivieron mis abuelos, junto al perfume de los azahares y al polen de los tilos. Cada perfume tiene un recuerdo, cada baldosa, una historia sublime.
—¿Cómo describirías tu territorio poético?
—A veces pienso en los contenidos de ese territorio, y es amplio; allí está la naturaleza, el cuerpo, lo femenino, la vida y la muerte, el amor, y la complicidad con lo vivo, con lo que a uno o a otro ser nos mantiene vivos, digamos que nos vivifica. En cuanto al cómo, siento que es lo más preciado que poseo, una herramienta que pone allí lo más vivo que tengo, deja a la muerte boca abierta y sin palabras, a raya o a distancia de quien escribe.
—¿Cuál es el cruce que hacés entre psicoanálisis y poesía?
—Más que un cruce, tomo de ellos los puntos en común, tienen la poesía y el psicoanálisis una intersección de saberes, espacios compartidos donde moran uno y otra, en la profundidad de un océano de esencias subjetivas. Trabajan ambos con el mismo material, la palabra, la resonancia, el cuerpo, el vacío. Mientras la poesía bordea para escribir tratando de decir sobre ese vacío que no puede nombrar, el psicoanálisis va al vacío del sujeto donde este último se constituye para ubicar su causa, aquella que le permite sostenerse vivo.
—Escribiste un libro titulado ¿Qué escucha un analista?... ¿Qué escucha un poeta?
—Creo que es tan profunda y mítica en relación a sus orígenes que es casi incontestable, o bien una de esas preguntas sin respuesta absoluta. En mi caso, me parece que el poeta escucha al mundo desde su sensibilidad. Los temas sobre los que escribe son los mismos, aunque a algunos les guste más el amor o la muerte, la vida o la naturaleza, u otros, pero el cómo se los escucha y los modos de decir es lo que hace la diferencia.
—¿Cómo fue la experiencia de hacer unprograma de radio dedicado a la poesía?
—Fue maravilloso conducir y producir los contenidos de un programa sobre poesía y poetas que se llamó Poética viva y que se emitió por Sofía, una radio cultural de esta ciudad. Estuvo en el aire cinco años. Por él desfilaron poetas, pero también escritores, dibujantes, gente del arte, portadores de bienes de cultura, de La Plata y de otros lugares del país.
—¿Qué reflexiones te suscitaron estos tiempos tan extraños que estamos viviendo?
—Este ha sido un tiempo duro, de conocimiento personal, pero también de pérdidas, de trabajo, de salud, de llanto por esos seres queridos de la cultura que se fueron. Una época en la que este virus vino a llevarse los semblantes, las máscaras, y apareció la desnudez del ser de cada quien, el cinismo o el descaro y a su vez la solidaridad con quien sufre o con quienes menos tienen, dos puntos extremos de esta sociedad. En mi caso, escribí mi último poemario, Urgencias de encierro, publicado por Ediciones La Yunta.