Cultura

Olga Costa Viva, la argentina que deslumbró a Heidegger

Mientras realizaba un doctorado en Alemania, conoció a uno de los mayores filósofos del siglo XX, con quien vivió un fulminante romance. Sus cartas de amor se subastaron en 2014.

Olga Costa Viva nació en Buenos Aires, en 1928. El socio de su padre en una farmacia la interesó de muy niña en la cultura alemana, incentivándola a aprender el idioma. Una vez egresada de Letras, viajó a Alemania para realizar un doctorado en la Universidad de Friburgo. Pasó allí cerca de diez años. En un seminario de poesía conoció al filósofo Martin Heidegger. Les bastó compartir un café para sentir que estaban profundamente conectados. El autor de El ser y el tiempo quedó arrobado por la elegancia natural de esta alta y delgada argentina. Él tenía 71 años, ella, 43. Él estaba casado con Elfride Petri, desde 1917. Ella tenía una historia sentimental mucho más llamativa: se había separado de su primer marido y acababa de conocer en Madrid, en una librería, a un sacerdote mexicano, con quien tendría el romance más prolongado de su vida. Pero así como el hombre de la Iglesia mantuvo unos años en secreto su amor con Olga, ella, a su vez, mantuvo en secreto su amorío con Heidegger. Finalmente, ambos sinceraron la relación: él abandonó sus hábitos; ella, al filósofo.

Las cartas enviadas por Heidegger fueron subastadas en Sotheby’s en 2014 y contienen un poema en el que el filósofo confiesa su amor clandestino. En una de las cartas dice: “Desde la hora solemne de ayer, desde que usted me confió su alma para guardarla secretamente, descubrí plenamente su belleza disimulada y que un amor hasta la muerte se despertó, un amor que no puede ni debe encontrar respuesta”. Y agregó una frase propia de un bolero filosófico: “Mi entero espacio rebosa de tu presencia”. En uno de los poemas que le dedicó a Olga escribió: “El terciopelo oscuro de tu mirada me arrastra a los abismos de tu dulce ardor”.

Martin Heidegger era un gran lector de poesía, y Federico García Lorca se contaba entre sus mayores admiraciones. Recordaba Olga que en una oportunidad él le preguntó qué quería decir Lorca cuando se refería a “duende”. Ella le habló del flamenco e intentó enseñarle bailar por seguiriyas.

“Madame Canapé” la llamaban en los ­cotilleos de las élites intelectuales porteñas, porque, cuando el secreto de su relación con Heidegger fue comidilla pública, se convirtió en invitada vip de cócteles, presentaciones de libros, premières de ópera en el Colón y ­estrenos de cine.

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