Esta obra cumbre de la historieta, que pronto Netflix presentará
en el formato de miniserie, iba a tener una continuación
cuyo escenario sería nuestra ciudad.
El mundo siempre necesitó de acontecimientos impulsores para advertir el fin de una etapa y contemplar el devenir de otra nueva. En el invierno de 1957 en Buenos Aires, cuando las revistas de humor gráfico estaban en un momento de esplendor en la Argentina, apareció el primer número de Hora Cero, una revistita apaisada y precaria, donde se hizo conocer una historieta cuyos hallazgos estéticos y resonancias políticas no se han extinguido hasta el presente: El Eternauta.
El Eternauta tuvo un éxito inmediato. Era una historia de ciencia ficción profundamente original, inspirada en una invasión extraterrestre y cuyos autores eran Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López. Hasta entonces, las novelas y las películas de clase B que trataban el tema de la invasión extraterrestre solían suceder en las grandes capitales. Nunca antes los marcianos habían ocupado una ciudad latinoamericana. En esa circunstancia estriba la fuerza y la originalidad de la historieta.
Para muchos, toda la cuantiosa obra de Oesterheld está cifrada en El Eternauta, escrita durante el período golpista de la “Revolución Libertadora”, en una etapa madura del cómic, que volvía a ser pensado para adultos, en temas, en formas narrativas; donde se introdujeron temas políticos que claramente no se originaban en ninguna indescifrable maldición marciana, aunque se los presentara como tal.
Oesterheld estudió Geología, completó la carrera pero nunca llegó a entregar la tesis. Ya casado, dejó su trabajo en el Laboratorio de Minería del Banco de Crédito Industrial para dedicarse de lleno a la literatura. Pero su curiosidad por todo lo que fuera la tecnología lo acompañó siempre. Desde entonces, pergeñó un centenar de personajes desparramados en cerca de 10.000 guiones, entre los que se destacan, además de El Eternauta, Sargento Kirk, Ernie Pike y Sherlock Time.
Por su parte, Francisco Solano López, quien falleció en 2012, fue uno de los más importantes dibujantes de historieta de aventuras. A principios de los años 50, entró a la editorial Abril, donde conoció a Héctor Oesterheld, con quien realizó Uma-Uma y Bull Rockett. Cuando Oesterheld decidió fundar su propia editorial, Frontera, lo convocó y produjeron juntos tres grandes historietas: Rolo, el marciano adoptivo, Joe Zonda y, finalmente, El Eternauta.
Se veían poco. El contacto era básicamente a través de los guiones. En un reportaje que le hizo Juan Sasturain para canal Encuentro, el dibujante explicó: “Me venían tres páginas por semana, escritas a mano, con una letra ilegible, no muy explícita, pero trabajada con mucha habilidad para que con la menor cantidad de palabras diera la mayor cantidad de información. De eso me aprovechaba yo; no me hacía sentir prisionero de las indicaciones del guion”.
Héctor Oesterheld había imaginado una continuación de El Eternauta ambientada en la ciudad de La Plata. Fue una época en que viajó mucho a nuestra ciudad para familiarizarse con las distintas locaciones donde transcurriría la acción. Le propuso el proyecto al dibujante Lito Fernández. Finalmente no pudo hacerse. En 1977, Oesterheld fue secuestrado y llevado a Campo de Mayo. Ya habían secuestrado a sus cuatro hijas: Diana, Beatriz, Estela y Marina. Dos de ellas estaban embarazadas. Su nombre quedó inscripto en la ominosa lista de los que nunca volvieron, pero sobre todo en la página de más valor de la historieta argentina, haciendo ondear sobre la tragedia, esa frase persistente que se lee en El Eternauta y que alumbra toda la historia humana: “El único héroe válido es el héroe en grupo, nunca el héroe individual”.