Cultura

El día que Jorge Luis Borges y Mick Jagger se conocieron

Fue en un hotel de Madrid donde el escritor y el músico se encontraron, como llegados desde mundos aparentemente inconciliables pero con profundos vínculos secretos.

Performance es una película inglesa de 1968 dirigida por Donald Cammell y Nicolas Roeg; en ella aparece Mick Jagger leyendo en voz alta El sur, uno de los mayores cuentos de Jorge Luis Borges. Jagger había leído por primera vez al escritor argentino en sus años de alumno en la Dartford Grammar School, cuando el profesor de literatura les recomendó efusivamente Ficciones.

Por su parte, Jorge Luis Borges prefería a The Beatles antes que a The Rolling Stones. Fue Ernesto Sábato quien lo decidió a escuchar a la banda de Liverpool: “Sé que a usted, en general, no le interesa la música. Pero los Beatles son grandes músicos”, le dijo en un encuentro que tuvieron el 21 de diciembre de 1974; fue uno de los muchos diálogos coordinados por el periodista Orlando Barone y que terminarían en libro. Un sobrino le regaló a Borges una antología de las canciones de Los Beatles. Let it be era su preferida: como no se atrevía a cantar solía recitarla en inglés con su voz grave y monocorde. María Kodama le haría conocer a Pink Floyd: “Cuando se estrenó The Wall, con Borges fuimos tantas veces a verla que él se terminó aprendiendo de memoria varias letras”. Ese álbum mítico de Pink Floyd le había cambiado a Borges hasta sus cumpleaños: “En lugar de ponerle Happy Birthday para celebrar Borges me pedía pusiera The Wall”. Kodama era fan de Los Rollings pero, pese a sus denodados esfuerzos, no había logrado convertir a Borges al culto rollinga. Sin embargo, el azar la ayudaría para lograr lo que a priori le habría parecido imposible: que Borges y Jagger se encontraran personalmente.

Fue en un lujoso lobby de un hotel madrileño. Ante un ventanal majestuoso y una cúpula tiñéndose de rojo con la luz del atardecer, en un amplio sillón Jorge Luis Borges y María Kodama están compartiendo un té, a la espera de que los pasen a buscar para ir a cenar. El Westin Palace fue, al momento de su creación, el hotel más grande de Europa.

“Maestro, no lo puedo creer”

A las espaldas de la pareja de argentinos se agolpaban algunos curiosos. Borges se puso de pie y apoyó su mano derecha en el hombro de su pareja, que lo contempló divertida. La primera vez que supo de él, María Kodama apenas había cumplido nueve años. Estaba obsesionada con estudiar literatura. Un amigo de su padre, que era un fanático de Borges, le dijo que por lo menos una vez en la vida tenía que escuchar a ese hombre que para él era el mejor escritor argentino. Pidió autorización y fueron a escucharlo. La sala estaba llena, incluso había gente sentada en el piso. Ella estaba fascinada con enseñar, pero su obstáculo mayor era la timidez. Sin embargo, cuando Borges subió al escenario percibió que él también era profundamente tímido.

Algunos años después, María estaba a las corridas, llegando tarde a una clase del bachillerato. Iba por Florida y casi lo tiró al piso. Desesperada, se disculpó: “Ay, perdón. Yo lo escuché a usted cuando era chica. Perdóneme. Casi lo tiro”. Y él le respondió: “Bueno, ¿usted es grande? ¿En qué trabaja?”. Él respondió: “No, estoy en cuarto año del bachillerato”. “¿Y va a seguir estudiando?”, agregó. “Sí. Literatura”. Entonces, Borges le dijo: “Me interesan las lenguas antiguas”. Envanecida, ella quiso saber: “¿El inglés antiguo? ¿Por ejemplo, Shakespeare?”. Pero él respondió: “No, no, mucho más antiguo. Siglo VII”. Ella se sinceró: “Ah no, no creo que eso pueda estudiarlo”. Hubo un silencio incómodo. Finalmente, Borges, con un soplido de voz, propuso: “Le estoy diciendo si no quiere que lo estudiemos juntos, porque yo tampoco lo sé”.

Aquella tarde madrileña ocurrió algo insólito. No porque un admirador quisiera saludar a un maestro, sino porque era una de las mayores estrellas de la historia del rock. Kodama no podía creer que quien estaba allí arrodillado y tomándole una mano a Borges era el mismísimo Mick Jagger, quien en un lento pero emocionado inglés le dijo: “Maestro, yo lo admiro, he leído todas sus obras”.

—¿Quién es usted?.

—Yo soy Mick Jagger, maestro.

—Ah, uno de los Rolling Stones.

Mick Jagger retrocedió “Maestro, no lo puedo creer. Usted sabe quién soy”. Borges sonrió: “Sí, sí, lo conozco, gracias a María”. El cantante se contuvo de darle un abrazo al escritor, pero ella no pudo resistirse a darle uno a su ídolo. No hubo selfies ni autógrafos ni promesas de reencuentros. Sólo esos instantes raros, azarosos, inolvidables, que merecen ser contados.

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