Cultura

Julio Cortázar y las mujeres que amó

Tuvo tres grandes relaciones en su vida. Todas eran más jóvenes que él. Con dos de ellas se casó y se acompañaron hasta el final.

Aparentemente fue una alemana, Edith Aron, quien le inspiró el personaje de La Maga, esa mujer que en Rayuela seguirá caminando por siempre las calles de París, al acecho de lo insólito. Pero los grandes amores que Julio Cortázar tuvo en su vida fueron otros. Tres, para ser precisos: Aurora Bernárdez, Ugné Karvelis y Carol Dunlop.

Aurora Bernárdez era seis años más joven que él, traductora y hermana del poeta Francisco Luis Bernárdez. Cortázar la llamaba “Glop”. En 1948, la escritora Inés Malinow fue la que propició el encuentro: “Conocí a Julio por esa época. Salimos un par de veces a tomar café y hablar de literatura. Aurora Bernárdez era mi amiga, le comenté sobre él y quiso conocerlo. Así, una tarde en el café Boston, la cité a ella, a Julio y al escritor Pérez Zelaschi y ahí se conocieron. Después ellos empezaron a tratarse. Todavía Julio era un desconocido”. Se casaron en París, en 1954. Juntos pasaron los apremios económicos de los primeros años en Europa. Ella recordaría: “Comíamos kilos de papas fritas, hacíamos los bifes casi clandestinamente porque en la pieza del hotel no había cocina ni se nos autorizaba a cocinar”. Ambos consiguieron trabajo como traductores de la Unesco, con cuyos ingresos pudieron comprar una casa en la Provence.

Mario Vargas Llosa, por entonces amigo de la pareja, señaló: “La perfecta complicidad, la secreta inteligencia que parecía unirlos era algo que yo admiraba y envidiaba en la pareja tanto como su simpatía, su compromiso con la literatura y su generosidad para con todo el mundo”. El novelista peruano, abundando en la descripción de la pareja, mencionó haber presenciado más de una conversación que, de tan perfecta, parecía ensayada. No le cabía la menor duda de que el glíglico, ese idioma inventado que aparece en el capítulo 68 de Rayuela, había nacido de las conversaciones habituales entre Julio y Aurora. Cuando terminó de escribir la novela, Cortázar le escribió a su editor, Paco Porrúa: “El libro tiene un solo lector: Aurora. Su opinión del libro puedo quizá resumírtela si te digo que se echó a llorar cuando llegó al final”. En 1967 se separaron, luego de “una crisis lenta pero inevitable”, como la describió Cortázar. Pese a ello, mantuvieron un vínculo afectivo sólido, que llevó a Aurora a acompañarlo a Julio en los últimos días de su vida.

Ugné Karvelis tenía un temperamento fuerte y muchos amigos del escritor fueron víctimas del mal humor de la lituana, especialista en literatura germana, 22 años más joven que el escritor. El primer encuentro fue en Cuba, cuando Cortázar aún no había formalizado su separación con Aurora, quien no había podido acompañarlo debido a que se encontraba en Argentina visitando a su madre enferma. Inspirada por el aire caribeño, Ugné se acercó para que le firmara un ejemplar de Rayuela. Ella trabajaba para una editorial francesa y estaba preparando una antología de textos de Cortázar. Pronto mostraría Ugné dos características de su personalidad que terminarían minando inevitablemente la relación: sus celos enfermizos y una afición desmedida por el alcohol.

Su último gran amor

Carol Dunlop, nacida en Massachusetts, tenía 32 años menos que Julio. Sería su segunda esposa y su último gran amor. Se vieron por primera vez en Montreal, en 1977, en una charla que daba el escritor.

Cortázar tenía 63 años cuando se enamoró de la “Osita”, como la llamaba. A Carol le gustaba escribir, pero su pasión era la fotografía. Juntos escribieron Los autonautas de la cosmopista, que da cuenta de un viaje surrealista con infinidad de paradas en la autopista París-Marsella. Carol murió dos años antes que él, con solo 36 años. Julio, “el Lobo”, como ella lo llamaba, la acompañó y le sostuvo la mano al momento de morir.

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