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El misterio de la Mona Lisa

El retrato de la dama sonriente de Leonardo Da Vinci, una de las joyas más preciadas del Museo del Louvre, tiene detrás una historia poco conocida

Un artista entiende mejor que nadie que hacer una obra es descubrir inexorablemente sus propios límites. Leonardo Da Vinci no permitía que los jóvenes de menos de veinte años tocaran sus pinceles ni colores. Se apuraba para corregir la forma de los ojos con una línea nítida y firme, convencido de extraer de lo rígido algo sutil. Era un hombre que sabía que los límites –sobre todo, los propios- están hechos para ser vencidos.

A pesar de que son muchos los mitos sobre Leonardo Da Vinci, ninguno pudo confirmarse. Lo cierto es que nació en 1452 en la villa toscana de Vinci, hijo de Caterina, una humilde campesina, y de Ser Piero, un notario terrateniente florentino; cuando Italia aún era un mosaico de ciudades-estado, con pequeñas repúblicas y feudos bajo el poder de los príncipes. Consciente del talento de su hijo, su padre le permitió ingresar como aprendiz en un taller de pintura y, a lo largo de seis años, el joven Leonardo aprendió las primeras mecánicas de la creación artística.

Da Vinci fue un hombre que construyó su mitología personal con la ayuda de la intuición y su enorme sacrificio. Según la historia oficial, fue Lisa Gherardini la que posó para el retrato más célebre de Leonardo. Francesco del Giocondo, el esposo de Lisa, se lo encargó a Leonardo en 1503 y él lo pintó con intermitencias hasta 1506, cuando decidió irse de Florencia y radicarse en Milán. Leonardo jamás dio nombre a la pintura, aunque después se la conoció universalmente como “Mona Lisa”, a raíz de un manuscrito publicado por Giorgio Vasari que decía: “Leonardo hizo para Francesco el retrato de su mujer Mona Lisa y, pese a haberle dedicado cuatro años, lo dejó inacabado”.

La realidad parece haber sido ligeramente distinta: Giuliano de Médici –hermano del Papa León X- tenía un hijo natural, Ippolito, quien, cuando empezó a hablar, lo primero que preguntó fue por su mamma. Esto ocurrió cuando el Papa, harto de las correrías de su hermano, le arregló casamiento con una Saboya. Giuliano partiría al norte y volvería casado. Para que Ippolitino no se sintiera demasiado desplazado, Leonardo debía pintar un retrato de la madre para la habitación del niño. Pero la madre había muerto al dar a luz y no se conservaba de ella ninguna imagen. De manera que Leonardo debíó crear de la nada el retrato de una mujer que, según Giuliano, debía parecerle a Ippolitino presente de tan vívida y a la vez inalcanzable por estar muerta. Cualquiera que mira el retrato descubre que ése es el efecto que produce. Algunos dicen que Leonardo había intentado pintar una sonrisa que desapareciera al ser mirada de frente y reapareciera cuando el espectador desviara la mirada. No obstante, la conservó consigo hasta el día de su muerte, en 1519, arrastrando con su maravillosa creación el secreto último al que aspira todo ser humano: la trascendencia.

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