cultura
El poeta que cambió el concepto del amor
El enamoramiento por una mujer inalcanzable llevó a Francesco Petrarca a escribir obras que hicieron dar un giro a la poesía amorosa.
El 6 de abril de 1327, Laura de Noves, una dama joven pero no ya una niña, casada con el señor de Sade, se dirigía a la primera misa de la mañana y no se bajó el velo hasta entrar en el recinto sagrado. Un hombre, unos pocos años mayor que ella, la mira, arrobado. Es un clérigo, un poeta italiano, Francesco Petrarca, y lo que para ella no será sino una misa de Semana Santa más cambiará la vida de ese joven, y transformará para siempre la poesía y el concepto de amor. Todas las estrofas que forman el Cancionero de Petrarca estarían dedicadas al amor etéreo y platónico que sintió por ella.
Mientras que Dante marca el final de la literatura medieval y Boccaccio era ya un exponente del pensamiento renacentista, Petrarca fue el que mejor representó un puente entre el mundo que se acababa y el que estaba naciendo. Nació en Arezzo, el 19 de julio de 1304, hijo de un notario desterrado de Florencia por los guelfos.En Bolonia floreció su pasión por los grandes literatos de la Antigüedad, especialmente por Cicerón y por Virgilio, que serían sus dos mayores referentes, así como por el historiador Tito Livio. Decidió entonces abandonar su carrera de derecho para dedicarse completamente a las letras, empezando por compilar las obras de los grandes autores romanos; entre esos trabajos destaca la reconstrucción de la obra magna de Tito Livio, Ab Urbe condita, un monumental tratado sobre la historia de Roma desde su fundación legendaria hasta el final de la República.
Durante algún tiempo, Petrarca frecuentó a Laura y a su marido. Vagó durante tres años por las calles de Aviñón, mientras compuso, uno detrás de otro, poemas en honor a esa musa casada. Salvo por una breve estancia en Lombez, sus pensamientos y sus pasos giraron en torno a esta mujer bellísima e inalcanzable. Llegará incluso a comprar una finca en las proximidades para sentirla siempre cerca. En ese sentido, se afirma que empezó a componer el Cancionero poco antes de su primera visita a Roma y siguió haciéndolo a lo largo de casi cuarenta años, sin querer darle un final, ya que se trata de una compilación de poemas. Poco debía imaginar que ese pasatiempo literario se convertiría en una de las obras fundacionales de la literatura italiana.
Alertada por la mirada fija de su adorador, Laura pondrá fin, de manera delicada, a esa fantasía que no solo podría acarrearle a ella la deshonra sino a él la persecución y la desgracia. Petrarca, desgarrado, se alejó de ella, su donna angelicata; ya solo la recuperará cuando la peste de 1348 se la lleve, como a tantos otros, ricos, pobres, amados, despreciados. El baile de la muerte. La justicia inapelable de la muerte. Entonces Petrarca, ya dueño por completo de Laura, le dedicará sus poemas más bellos. Rime in vita e morta di Madonna Laura convertirá el endecasílabo en el verso por excelencia. Los sentimientos del poeta, que siempre habían luchado por mantener la pasión más elevada, desprovista de celos, envidia o posesión, adquieren una altura que otros, tan geniales como él, imitarán.
La distancia, el amor no correspondido, la belleza física y moral de una dama que se comportó siempre de manera intachable podrían haber amargado a cualquiera. Algunos le reprocharán a Petrarca que el amor por Laura le alejara del amor divino, el que emana de Dios; otros considerarán que el nombre de la amada fue, en realidad, una manera de enmascarar otras obsesiones del poeta, la gloria, la inmortalidad, porque Laura significa laurel, triunfo. En la actualidad, por mucho que Petrarca aparezca en la iconografía popular coronado con laurel, la existencia de Laura no se puso en duda, como tampoco la solidez de un amor cantado en latín y en lengua vulgar, en bellísimos sonetos en los que el poeta recreaba cómo la dama inclina a la tierra sus ojos, entrelaza las manos y suspira, para que él se sienta morir y vivir.