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El Premio Nobel que fue preso por revoltoso

Bertrand Russell fue uno de los mayores sabios contemporáneos, un genio de las matemáticas y la filosofía, que salía a la calle a manifestar por el derecho de los pueblos.

El 2 de febrero de 1970 murió a los 98 años Bertrand Arthur William Russell, un sabio gracias al cual la humanidad pudo tener una nueva visión de la estructura lógica de las matemáticas, una filosofía a favor de la libertad del ser humano, una mentalidad científica que le permitió ser uno de los primeros en comprender la teoría de la relatividad, y un talento para la escritura que hizo justa la decisión de conferirle en 1950 el Premio Nobel de Literatura.

Bertrand Russell decía que el amor es “la visión anticipada del cielo que han imaginado santos y poetas”, y concluía: “el amor es sabio, el odio es tonto”. En busca de esa sabiduría se casó cuatro veces. Desconfiaba de toda institucionalización de las relaciones humanas, y pasó toda su vida tratando de interpretar a los demás. Al final de sus días confesó que había fracasado en la empresa de procurar “entender el corazón de los hombres”.

Entre 1910 y 1913 publicó los tres tomos de “Principios Matemáticos” , en los que establece un conjunto de axiomas desde los cuales pueden comprenderse los conocimientos matemáticos adquiridos hasta ese momento. Pero no sólo las matemáticas atraían su atención, un profundo compromiso social lo llevaba a involucrarse con los dramas de su tiempo. Con motivo de la paz de Brest Litovsk –inspirada por Lenin- , escribió un artículo condenando el imperialismo de las potencias occidentales, lo que le costó seis meses de cárcel en Brixton. Tenía entonces 46 años. No escarmentaría, volvería a prisión otras veces, la última, a los 89 años, tras participar en septiembre de 1961 en una manifestación en Londres contra las bases norteamericanas y la política guerrerista y nuclear de la Corona británica.

Era pacifista pero no un partidario estricto de la “no violencia”. Contra los nazis, justificaba la defensa violenta, pues eran “abominables, tanto desde el punto de vista intelectual como moral”. Lo mismo vale contra toda otra dictadura donde “La no violencia solo implica exponer a los pueblos a la masacre total”. Su pensamiento filosófico fue admirado por Albert Einstein quien dijo: "La historia de la filosofía" de Bertrand Russell es un libro precioso. No sé si uno debe admirar más la deliciosa frescura y originalidad o la sensibilidad de la simpatía con tiempos lejanos y mentalidades remotas por parte de este gran pensador. Considero una suerte que nuestra generación tan seca y también brutal pueda señalar a un hombre tan sabio, honorable, audaz y al mismo tiempo gracioso. Es una obra pedagógica en el más alto grado, que está por encima de los conflictos de partidos y de opiniones. "

En 1966 creó el que se llamaría el Tribunal Russell, para enjuiciar los crímenes norteamericanos en Vietnam. Para ese cometido, llamó a uno de sus intelectuales más admirados: Jean Paul Sartre. Posteriormente el Tribunal, en sucesivas composiciones –entre las cuales aparecerían los nombres de Julio Cortázar y Gabriel García Márquez- se abocarían al juzgamiento moral de las violaciones a los derechos humanos en América Latina, Africa, Palestina, y el etnocidio de los pueblos originarios.

Decía Bertrand Russell: “Tres pasiones simples pero abrumadoramente intensas han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación.” Con una pasión, como pocas veces hubo, buscó el conocimiento. Deseó saber por qué brillan las estrellas y aprehender el poder pitagórico en virtud del cual el número domina el flujo. Algo de eso logró, no mucho, lo suficiente para ser considerado un sabio. El amor y el conocimiento lo transportaban al cielo: “Pero siempre la piedad me hacía volver a la tierra”. El universo abstracto de la física y las matemáticas no impedía que resonaran en su corazón el eco de gritos de dolor: “ Niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos desvalidos, carga odiosa para sus hijos, y todo un mundo de soledad, pobreza y dolor convierten en una burla lo que debería ser la existencia humana. Deseo, ardientemente, aliviar el mal, pero no puedo, y yo también sufro”. Esa fue su vida. La que seguramente hubiera vuelto a vivir si se le hubiera ofrecido la oportunidad”.

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