Entrevista a Adriana Márquez

El año pasado, fue una de las ganadoras del Premio Nacional de Poesía Alfonsina Storni. Es una poeta de voz clara y distinta que está abriendo un camino propio.

Nació en Trenque Lauquen, en 1972, es licenciada en Letras, ejerce la docencia en la universidad y en talleres de escritura creativa. Es autora de tres libros y, por el más reciente —Ser de barro—, fue merecedora del Premio Nacional instituido en conmemoración de los 130 años del nacimiento de Alfonsina Storni.

—Vayamos a tus orígenes como poeta, ¿a qué época y circunstancias habría que remontarse?

—Comencé a escribir poemas a los 15 o 16 años. Primero en un cuaderno. Después, mi abuelo me prestó su máquina de escribir y empecé a tipearlos en las hojas rayadas número 3 que usaba en la escuela. Las iba acomodando en una carpeta. Ahora que lo pienso, eso que armé era una especie de libro casero. En algún momento se me ocurrió llevar un poema al diario de Trenque Lauquen, donde vivía. No me preguntaron nada. Lo dejé y me fui. A los pocos días lo publicaron, sin ningún comentario.

—¿Qué era entonces para vos la poesía y qué es ahora?

—No sabría decirte qué fue y es la poesía para mí. Solo puedo expresar cómo la viví siempre: un lugar íntimo donde solo puedo escribir en soledad, donde soy yo. Se detiene todo lo que pertenece al orden de lo funcional, lo pragmático y surge un bienvenido extrañamiento ligado al lenguaje: converso con las palabras y ellas escuchan, hablan, se acercan, desaparecen, se dan, se niegan. Tienen vida y esa vida me deslumbra por completo, configura un universo donde quiero estar, distinto a cualquier otro. La poesía me acompañó, me sostuvo y me permitió respirar aun en momentos muy difíciles, y cuando conocí a otros poetas fue una respiración compartida. Es en la poesía donde encuentro un lugar amable ante un mundo cada vez más hostil.

—¿Se puede aprender a ser poeta?

—Creo que la sensibilidad y las lecturas deben estar, pero después se juega algo muy subjetivo: qué hacer y cómo. En la poesía convive, como en otros géneros literarios, una percepción particular del mundo y el trabajo con el lenguaje, que es su materia. Y ahí hay un proceso. Muy buenos poetas lo llevan a cabo solos. En otros casos, se necesita algún estímulo externo: ir a un taller, conocer otros textos, otras personas, releerse, escuchar. Salirse del pequeño mundo individual. Alguna vez un escritor —ahora no recuerdo quién— afirmó que no se puede enseñar a escribir, sí a corregir. Me identifico mucho con esa idea.

—¿Qué tiene de diferente Ser de barro con tus libros anteriores?

—Los dos libros anteriores fueron una especie de recopilación de textos (el primer libro) y poemas (el segundo) que tenía escritos, a los que se sumaron otros que surgieron en el marco de talleres a los que asistí. Se fueron moldeando en espacios de compartido con otros, escuchando devoluciones, comentarios. En un momento comencé a pensar la posibilidad del libro. Entonces, seleccioné qué quedaba, qué no, de qué modo ordenarlos. Con este libro, todo fue distinto: escribí la mayoría de las poesías en pandemia, casi nadie sabía que las estaba escribiendo ni, luego, que las había enviado a un concurso. La voz poética de este libro también es distinta a los anteriores: se le habla a otro (que de algún modo enmascara o incluye a un nosotros). No fue premeditado. Luego del primer poema se presentó esa voz y se mantuvo, como un susurro que acompaña a este ser en su devenir. Este ser que somos todos.

Ahondá en el concepto que sostiene la escritura de Ser de barro

—No sé si puedo pensar en Ser de barro desde lo conceptual porque, a medida que el libro se iba armando, se me hacía más una especie de bestiario y en ese sentido escaparía al terreno de las ideas. Digo bestiario porque, mientras escribía, sentía muy potente la latencia de algo no humano, tal vez por eso la palabra “ser” vino a resumir, de algún modo, eso que tiene una biología híbrida, ligada al mundo marino, anfibio, terrenal. Una criatura que viene del océano y va descubriéndose en distintas experiencias internas (fragilidad, deseo, soledad) y externas (las estaciones del año, normativas sociales). Hay un diálogo entre mundos y no siempre es cordial. Pensemos el nacimiento: es un hecho hermoso y al mismo tiempo perturbador para ese ser que pasa de un mundo a otro.

—¿Cuáles son las imágenes con las que asociás a la ciudad de La Plata?

—Asocio a La Plata, principalmente, con sus espacios verdes, la variedad de plantas, que haya una plaza cada seis cuadras, el Bosque. También con el Museo de Ciencias Naturales, la Catedral y la Universidad Nacional, que es un orgullo de la educación pública.

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