cultura

Entrevista a Juan José Becerra

El escritor juninense acaba de publicar una novela distópica en la que se cuenta la última historia de amor sobre la tierra.

Juan José Becerra es un hombre de múltiples afanes. Supo ser comentarista de los partidos de Boca para un diario, profesor de guión cinematográfico, ensayista, cuentista y novelista. Su libro más reciente se titula Amor, es una novela ambientada en un futuro en el que el amor es un sentimiento difunto, objeto de estudio de investigadores y arqueólogos. Con una estructura narrativa aceitada en todas sus piezas, nos cuenta la última de las pasiones que ese sentimiento supo alentar.

—¿Cuáles son en la novela las causas del deceso del amor?

—La causa, en realidad, la ignoro. Eso no lo puedo saber. Es una intuición y como tal está bastante bien orientada, porque, ¿qué cosa no tiende a su destrucción? Se podría imaginar que se trata del fin de una época. Y siempre hay algún fin de una época. Supongo yo que algún día vendrá ese.

—Al escritor que cuenta la historia lo contrataron para un ensayo de sociología sobre las nuevas formas del amor, el cual termina siendo esta novela de la que estamos hablando. ¿Tu libro nació como novela o hubo una tentativa en otra dirección?

—Nació como una novela, pero a mí ya hace bastante tiempo que me empieza a aburrir, empiezo a considerarlo una actividad un poco nociva escribir de la manera que se supone que yo lo sé hacer. Eso es una molestia que siento desde hace un tiempo. Y evidentemente me he querido desembarazar de esa molestia. Y lo resolví, por ejemplo, metiéndome en territorios que, por lo general, yo no frecuento. Pensar algún mecanismo de montaje narrativo a través del cual se pueda concebir que la historia que se está contando ya pasó hace mucho tiempo. Por lo general, las historias futuristas van de atrás hacia adelante. Yo pensaba que podía ser más atractivo escribirla de adelante hacia atrás. Es una novela ambientada en el futuro pero no tiene la escenografía propia de la ciencia ficción: inventos extraños, detalles inauditos. Esa falta de parafernalia le da un fuerte efecto de verosimilitud al relato. Eso puede ser porque yo tengo una imaginación de tranco corto. O sea, lo que yo imagino, que no son eventos que sucedieron en la realidad material, podrían suceder. Quizás haya una especie de control de los patrones de verosimilitud para no despistarme del camino que sigo intuitivamente cuando escribo y que es imaginar o avanzar en el tiempo hasta ahí nomás y producir algún efecto de anormalidad o alternativo. No son delirios distópicos ni fantasías tecnológicas, son más bien asuntos de la experiencia humana que podrían suceder tranquilamente. Aun cuando no suceden - el tiempo podrá probar esa postulación-, la imaginación de la persona que está inventando esa realidad material inexistente se afirma dentro de un régimen o frecuencia que produce el mismo efecto de la realidad material. Siempre me pareció que la realidad estaba como subejecutada y que la literatura es la ejecución concreta de las cuestiones de la existencia. La realidad se cuela permanentemente en la ficción. Hay una entrada del diario del autor que alude a la muerte de Maradona. Así como se puede postular una realidad material inexistente y muy concreta en la literatura que produce el efecto de la realidad material, hay realidades materiales que son inverosímiles. Es decir, yo creo que esa puede ser la frase más documental de las que escribí. No podía ser posible ese acontecimiento. Todavía me parece un poco loco que haya existido ese episodio y que Maradona no esté más. Me cuesta creer en eso. Quiero decir que el shock de realidad de la muerte de Maradona no produjo en mí ningún efecto de realidad; al contrario, produjo un efecto de negación que fui abandonando con el tiempo. Las razones por las cuales sucedió eso no sé cuáles son, pero evidentemente debe haber habido una memoria del afecto que yo le tenía al personaje.

—Y sigue siendo un hecho inaceptable como dice el autor en su entrada del 25 de noviembre

—Es inaceptable, como tantas cosas. Hay un desprestigio total de lo inaceptado. Es un poco cansador el mundo de los asumidores seriales, como personas que están más sanas que los que a veces negamos cuestiones propias. No entiendo por qué. Me parece que hay que asumir lo que se pueda y negar lo que no se pueda asumir. No es tan difícil. Tampoco hay que pasarse de responsables y cancheros.

—Los “inaceptadores” tienen muy mala prensa.

—Hay una manera de bloquear con esas pretensiones fundadas en la responsabilidad como el gran valor. Hay una manera muy violenta de bloquear en cualquier persona, independientemente de la edad que tenga, lo que tiene de niño. Digo de posibilidad de ejercer una voluntad libre, porque detrás del adulto hay una pulsión de libertad que ha sido reprimido por la vida que llevamos. Cada tanto uno quisiera darse algún tipo de gusto, incluyendo el de negar lo evidente.

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