“Estoy haciendo libros dentro de un proyecto mayor, mutante”
El reconocido escritor Carlos Ríos dialogó con diario Hoy sobre la reciente traducción al francés de su novela, Cuaderno de Pripyat , y acerca de Oficina perambulante, su singular proyecto
Carlos Ríos es uno de los escritores más relevantes del escenario cultural de La Plata, donde ha logrado sembrar una vasta trayectoria. Sus novelas, como Manigua (Entropía, 2009) o Un día en el extranjero (Puente Aéreo, 2015), constituyen algunos de los puntos de más intensa experimentación en la literatura argentina de la última década.
—Cuaderno de Pripyat fue recientemente traducido al francés. ¿Cómo fue esta llegada a nuevos lectores?
—La publicación fue en una editorial de la ciudad francesa de Lyon: L’atelier du Tilde. Me contactaron y les mandé algunas novelas. Eligieron Cuaderno de Pripyat porque en abril de 2016 se cumplieron 30 años del desastre nuclear de Chernobyl y les parecía que mi libro se vinculaba con ese tema. Según me dijeron, al francés le interesa mucho la visión de un tipo de Sudamérica sobre un conflicto que ellos ven mucho más cercano.
—¿Qué podés contarnos sobre Oficina perambulante?
—Nosotros hablamos de deambular, pero el que deambula va de un lado a otro, sin un rumbo fijo. En cambio, el perambular (que viene del portugués) tiene que ver con cierto recorrido dentro de ese caminar sin destino. Una oficina perambulante es móvil, su sede está en donde voy yo. Ya no se trata de una editorial, sino que estoy haciendo libros dentro de un proyecto mayor, mutante. Arranqué con un formato puntual: deben ser libros muy baratos, que tengan pocas páginas pero con la densidad propia de un libro mayor.
—¿Pensás publicar a otros autores? Porque también hay una cuestión que linda con el anonimato: la firma está atrás, mínima, casi borrada.
—La idea es desjerarquizar un poco. Incluso yo juego diciendo que “la oficina perambulante es el olvido”. La cuestión era cómo hacer libros baratos, que se pudieran escribir rápido y en el mismo día publicarlos. Lo diagramo en mi casa y ya lo imprimo: unas 15 páginas. Es muy breve. A mí me permite escribir y en el mismo día publicar. Y después, también, forzar la situación del libro, romper la idea de que un libro tiene que ser hecho por una editorial.
—Hay una zona de tu literatura que trabaja con los restos y los desechos como materiales, ¿este proyecto se vincula con esa búsqueda estética?
—Se trata de poner de vuelta en circulación algo que estaba supuestamente desechado. Escribo historias sabiendo que se tienen que agotar en 15 páginas. Yo supongo que las editoriales piensan: “¿Cuándo volverá a publicar un libro en serio?”. Para mí, estos son libros en serio, porque ajustar en cada uno la condensación a un formato implica trabajarlo mucho. También me interesa ver cuál es la recepción. Por un lado es buena, porque los libros son muy baratos. Pero, por otro lado, también hay una desconfianza basada en la idea de que este tipo de publicación contiene una subliteratura. Y yo no creo que sea así.
—Además tiene un vínculo con la aleatoriedad. Conseguir un libro de la Oficina perambulante se parece bastante a un hallazgo.
—La idea es esa. Hay un gran margen de aleatoriedad. Incluso hay que batallar un poco, porque me escriben pidiéndome libros y los encuentros no se concretan. Pero también se abrió una línea vinculada con la producción de alumnos que están en la escuela de la cárcel de Olmos, donde yo trabajo. Ahí lo que hice fue fotocopiar los textos originales de ellos y hacer un recorte para que se vea la letra, como un facsímil. Pienso que el hecho de que este relato aparezca con la letra misma de ese alumno puede llegar a causar otro tipo de conmoción. No solamente hacia afuera, sino también en la circulación que los libros tienen dentro de la cárcel.