Federico García Lorca y el cine
Las relaciones entre el poeta granadino y el séptimo arte fueron mucho más cercanas de lo que se sospecha.
Federico García Lorca tenía 20 años y se encontraba con sus amigos en la taberna “El Polinario” –en la calle Real de la Alhambra-. Allí se reunía con ellos, entre estos estaba Manuel de Falla. Esa tarde, uno de los contertulios llevó una cámara fotográfica, y decidieron contar una historia con fotos. Hicieron una secuencia de fotografías y haciendo un montaje presentaron Los tesoros de los moriscos, una leyenda sobre riquezas abandonadas tras la conquista de Granada. Esa obra de 1918 fue considerada por la escritora Antonina Rodrigo en su Memoria de Granada como el “primer guion de cine mudo del poeta”.
Un año después, Federico García Lorca se radicó en Madrid, en la Residencia de Estudiantes. Allí tendría dos compañeros legendarios que lo arrastrarán a la pasión por el cine: Salvador Dalí y Luis Buñuel. Este último lo guiaría hacia los secretos del cine de vanguardia. En su libro de memorias Mi último suspiro, Buñuel habla del poeta: “Federico García Lorca no llegó a la Residencia hasta dos años después que yo (...) Brillante, simpático, con propensión a la elegancia, la corbata impecable, la mirada oscura y brillante, Federico tenía un atractivo, un magnetismo al que nadie podía resistirse. No tardó en conocer a todo el mundo y hacer que todo el mundo le conociera.
Su habitación en la Residencia se convirtió en uno de los puntos de reunión más solicitados en Madrid”. Así como el que sería uno de los más grandes directores de cine españoles de todos los tiempos dijo: “Lorca me hizo descubrir la poesía”; Federico podría haber dicho: “Buñuel me hizo descubrir el cine”.
Buñuel y García Lorca convivieron en la Residencia durante dos años, antes de que llegara Dalí. Cultivaron una amistad muy estrecha desde el primer encuentro, a pesar del fuerte contraste entre el aragonés tosco y el andaluz refinado. Casi siempre andaban juntos. Recuerda Luis Buñuel: “Por la noche nos íbamos a un descampado que había detrás de la residencia, nos sentábamos en la hierba y él me leía sus poesías. Leía divinamente. Con su trato, fui transformándome poco a poco ante un mundo nuevo que él iba revelándome día tras día (...)”.
Con el tiempo y, sobre todo, con la distancia, la relación entre los dos artistas se iría deteriorando. Cuando Luis Buñuel hizo El perro andaluz, Lorca se sintió aludido, y le dijo en Nueva York a un amigo en común: “Buñuel ha hecho una mierdecita así de pequeñita que se llama Un perro andaluz, y el perro andaluz soy yo”. Luis Buñuel negó referirse al poeta: “Un perro andaluz era el título de un libro de poemas que escribí”.
En la Residencia de Estudiantes, en las conversaciones entre esos tres geniales amigos -Lorca, Buñuel y Dalí-, solía aparecer el tema de la muerte. Cuenta Salvador Dalí en su Diario de un genio: “Cinco veces al día, cuando menos, Lorca hacía alusión a la muerte”. El pintor instaba a Buñuel para que alguna vez filmara el rostro fatal y terrible de Lorca, cuando éste encarnaba un personaje enfrentando a la muerte, tendido sobre su cama, parodiando las etapas de su lenta descomposición.
Federico García Lorca, en su estadía en Nueva York -ciudad a la que llegó a comienzos de 1929-, frecuentó mucho el cine. Cuenta en cartas a familiares y amigos cómo allí se profundizó su pasión por el cine: “Me he aficionado al cine hablado, se oyen los suspiros, el aire, todos los ruidos, por pequeños que sean, con una justa sensibilidad”. Y cuenta su deseo de hacer películas: “A mí me encantaría hacer cine hablado y voy a probar a ver qué pasa.”
En Estados Unidos escribió un guión, Viaje a la luna, que sesenta nueve años después sería llevado al cine por el catalán Frederic Amat. La hispanista Marie Laffranque describe el caótico argumento de la obra del siguiente modo: “Choque inicial, búsqueda angustiada del amor sexual a través de tres intentos o experiencias frustradas, desilusión final y muerte”.
Federico García Lorca no pudo hacer las películas con las que soñaba, ya que fue fusilado en agosto de 1936 por el franquismo, pero muchas de sus obras sí pasaron a la pantalla
-algunas de ellas, con varias versiones-, como Doña Rosita la soltera, Bodas de sangre y Yerma, entre otras.