Cultura

Florentino Ameghino, un sabio en La Plata

En un libro de reciente publicación, una científica platense cuenta la vida del paleontólogo argentino con más renombre mundial, que vivió y murió en nuestra ciudad.

Interés General

30/03/2021 - 00:18hs

Florentino Ameghino nació en Luján el 18 de septiembre de 1854, se inició en la colección de animales antediluvianos y, a los 22 años, presentó ante la Sociedad Científica su teoría El hombre cuaternario en la pampa, demostrando la convivencia en las llanuras argentinas del ser humano con los animales colosales cuyos restos ornamentaban los museos de Europa y América. Se basaba en el examen de huesos animales con huellas humanas, los pedernales tallados, el carbón vegetal, la tierra cocida y los fósiles humanos.

Florentino Ameghino y hermanos, el libro de Irina Podgorny, es una muy documentada recorrida por la vida de este sabio que avanzó en estudios científicos que, hasta entonces, eran coto exclusivo de investigadores extranjeros. Mensura la importancia del aporte de Ameghino para definir la etapa más reciente de la prehistoria: el Neolítico o edad de la piedra pulida. Da cuenta del alcance de sus investigaciones con respecto a los secretos de las formaciones geológicas de nuestro país, su clasificación filogenética, sus trabajos sobre los fósiles del Paraná. Y su sorprendente precocidad: con menos de 30 años había publicado tres libros en París y hecho una red de contactos en el mundo de los museos europeos.

Podgorny, quien es doctora en Ciencias Naturales por la Universidad de La Plata y dirige el Archivo Histórico de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de La Plata, cuenta en detalle todo el período en que Florentino Ameghino vivió en nuestra ciudad, cuando fue contratado como subdirector del Museo de La Plata, con un sueldo de 200 pesos y vivienda con tres piezas, vestíbulo, cocina y letrina. El empeño de Francisco P. Moreno era “hacer que el Museo de La Plata sea el primero en América”. El 12 de mayo de 1886, Ameghino asumió su cargo, previa venta de sus colecciones al gobierno de la Provincia, expresando su voluntad de “facilitar al establecimiento la adquisición de esa colección sin ser demasiado gravoso al erario de la Provincia”, aceptando letras a plazos discretos. Dice la autora del libro: “El futuro se mudaba a La Plata, donde, en la década de 1890, se ­desencadenaría la guerra por la clasificación de la fauna fósil y la antigüedad de las formaciones patagónicas”. Gracias al aporte de Ameghino, La Plata se volvió uno de los centros ineludibles para el estudio de los vertebrados fósiles de América del Sur. Ello, pese a los enfrenamientos de Ameghino con Francisco P. Moreno, “que no ha omitido esfuerzo para impedir la realización de mi trabajo”.

El libro traza una rigurosa cronología de Ameghino en La Plata: en 1893, la revuelta radical de La Plata había destituido a Moreno, prometiéndole al paleontólogo el cargo de director del Museo. En junio de 1895, Emilio Frers, del Ministerio de Obras Públicas de la Provincia, le comunicó su nombramiento como miembro del Consejo de la nueva Facultad de Agronomía y Veterinaria de La Plata. En 1897 se inauguró la Universidad Provincial de La Plata, y ­Ameghino dio la conferencia inaugural luego del discurso de Dardo Rocha. En junio de 1898 renunció a su cargo en la Facultad de Agronomía de La Plata como protesta frente a la nueva organización, aunque siguió adelante. En abril de 1900, la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de La Plata lo designó para dictar los cursos de cuarto año. En mayo de 1900 presentó su renuncia indeclinable a la Universidad de La Plata como catedrático de Mineralogía y Geología, pero la facultad no la aceptó, pidiéndole en cambio que la retirara y que se tomara “el tiempo necesario que necesite para evacuar los trabajos que le impiden hacerse cargo de ella por el momento”. Ese mismo año, el gobernador del territorio lo designó miembro de la comisión platense de propaganda en pro de la Biblioteca Circulante de Chubut.

Todo lo cual muestra los poderosos vínculos de Florentino Ameghino con nuestra ciudad, a la que amó y en la que murió, el 6 de agosto de 1911, dejando inconclusas las reflexiones sobre el origen del lenguaje articulado y varias conferencias que no pudo o no quiso publicar, pero legándonos una obra científica de enorme valor, a la que Irina Podgorny, con su libro, rinde justicia.

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